Facetas


Los viajes de una cartagenera que cayó en una red de prostitución

En la sala de abordaje nacional del aeropuerto Rafael Núñez, una joven de 20 años, de cabello largo y endrino, observa hacia un lado de la pista. Viste jeans y un suéter blanco. Lleva un morral, un bolso rosado de mano y una maleta negra. Se llama Estefanía* y va hacia Bogotá, pero ese no será su destino final.

El ruido de un Boeing empezando el decolaje alerta a los viajeros en la sala de espera. A pocos metros de la joven, otra mujer, Luisa*, de figura voluptuosa, vestimenta estrafalaria y un tatuaje que comienza en un costado del torso y termina en su busto operado, espera el mismo vuelo. Estefanía no sabe quién es Luisa, pero Luisa sí la conoce desde hace meses y sabe para dónde va.

Ante el llamado de abordaje, Estefanía se pone en la fila, y detrás de ella, la mujer tatuada. Por un momento, sus miradas se encuentran por primera vez y quizá para sellar una dolorosa amistad, que durará un buen tiempo.

Les toca juntas: Luisa en la ventana y Estefanía en el medio. Un extranjero, adulto mayor, tose a ratos, va en el otro puesto. La incomodidad que le produce la tos involuntaria del pasajero hace que Estefanía mire hacia la ventana, hace cara de fastidio. “A veces toca tolerarlos y de qué manera”, le susurra Luisa, en una frase que entenderá mucho después.

Llegan a El Dorado en una de sus horas más álgidas. Un taxista espera por Estefanía. A través de un mensaje de texto, el hombre la ubica, entre el enjambre humano que enfrenta el gélido aliento de la capital. Cuando ella sube al taxi se encuentra con que Luisa, con quien no cruzó muchas palabras en el avión, está dentro del auto, sentada en la parte trasera.

“¿También vas a lo de la 'convocatoria de mercadeo y promoción'?”- le pregunta a Luisa, quien asiente, pero no sabe qué más contestar… sabe que los de la ‘agencia’ se inventan cada cosa para captar a mujeres incautas. Dos semanas después ambas viajarán en aviones distintos que se ‘perderán’ por el cielo de Europa con destino al aeropuerto de Barcelona, para luego hacer escala en Madrid y de allí al aeropuerto de Narita, en Tokio, Japón. Para llegar a Japón desde Colombia, lo normal hubiera sido tomar un avión hasta Los Ángeles y después cruzar el Pacífico hasta Narita. Pero, al parecer, en Estados Unidos los de la 'agencia' no se mueven como peces en el agua, y en España sí.

En el aeropuerto de Madrid, Estefanía entiende que algo pasa. Sabe que está entrando a una espiral sin final. Un hombre y una mujer, ambos españoles, la recogen y le dicen que hay un cambio de última hora. Necesitan a un personal para trabajar en Tokio dos meses y Estefanía ha sido escogida. Ella sabe que no puede hacer nada, que está a merced de estas personas que han tomado en custodia su celular, su billetera y todas sus pertenencias. “Te quitan tu identidad y, si regresas sana y salva, es que recuperaste tu yo”, me contaría mucho tiempo después.

***
Así fue el primer viaje de Estefanía a Tokio, una hermosa cartagenera que quería ser modelo. Aunque ella sostiene que fue engañada en su primer viaje, es probable que supiera a qué iba, pero quizá no imaginó el peligro de hacer parte de una organización que comercia con personas.

Este relato llega seis años después, cuando ya ha viajado unas tres veces más. Uno de los detalles que sobrecoge es que Luisa nunca regresó a Colombia: un miembro de la mafia japonesa Yakuza la acribilló a tiros en el baño de un hotel cuatro estrellas de Tokio. Luisa, que no era colombiana sino de Perú, había pasado gran parte de su vida trabajando de prostituta prepago en Cali y Bogotá. Cuando Estefanía coincidió con ella en el aeropuerto de Cartagena, fue Luisa quien, sin que se diera cuenta, logró que la incauta joven mordiera el anzuelo y aplicara para un empleo de modelo de congresos y convenciones, y esa fue la puerta de entrada al mundo de la prostitución de alto nivel y a un corredor de trata de personas.

Fueron noches oscuras, al comienzo la obligaban a ser dama de compañía de personajes extraños. Cierta noche, un empresario americano de gira en Tokio perdió los estribos en la habitación, en una especie de shock emocional. Llamó a la recepción y un custodio, que la esperaba en el lobby, la sacó de allí, no sin antes encerrar al cliente en el baño. Pero pasaron los meses, los de la organización la trataban bien, tenía ciertos privilegios. La prostitución en Japón es un delito. No hay sitios, por lo que los hombres o mujeres que la practican son contactados en bares o restaurantes, muchas veces con la anuencia del bar, y quizá por temor a la violenta mafia nipona, en alguna de sus formas.

“No me iría más a Tokio aun si me pagan $100 millones. No lo haría más, vives con el corazón en la mano. Ellos lo controlan todo, es un secuestro”, narra Estefanía, que es profesional y pertenece a la clase media cartagenera. En la capital nipona, describe que dos hombres la acompañaban a todas partes, el conductor del vehículo que siempre la transportaba y una especie de custodio. Estos eran las únicas personas con las que trataba a diario. Y con Luisa, porque por un tiempo fueron compañeras de cuarto en un hotel en donde dormían, una arriba y otra abajo, en un camarote en una pequeña pieza.

“Te ponen una tarifa que debes cumplir en un término de dos o tres meses, son unos 30 mil dólares. El 50 por ciento es para la organización japonesa, o del país donde estés, otro tanto para los contactos en Colombia y un porcentaje para nosotras”, relata.

“Por lo general, esto lo manejan las mafias, la Yakuza en el caso del Pacífico; la mafia rusa, la temible Vory v Zakone opera en los países de Europa del Este, que proveen mujeres a Europa Central; esas mafias tienen contactos con las de países como Colombia”.

Cuenta que después de que vivió su primera experiencia forzada, quiso acudir a las autoridades para denunciar su caso, pero regresó con algo más de 5 mil dólares en su cuenta y con el temor latente de que algún sicario a sueldo cumpliera con algún mandado de la ‘organización’ si abría la boca. Un diciembre en que como madre soltera quería darle lo mejor a su hija, se lamentó de no poder hacerlo. Fue entonces cuando llamó a los de la ‘organización’ y les dijo que estaba dispuesta a volver. Y volvió.

*Nombre cambiado a petición de la fuente.

Preocupa la impunidad
De acuerdo con António Guterres, secretario general de la ONU, "La trata de personas adopta muchas formas y no conoce fronteras. Los traficantes de seres humanos frecuentemente operan con impunidad y sus crímenes están lejos de recibir suficiente atención”.
Por su parte, el director ejecutivo de UNODC (Oficina de las Naciones Unidas contra el Crimen y las Drogas), Yury Fedotov, describió una escena sombría: "Las crisis humanitarias y el conflicto armado han dejado a los niños, niñas y jóvenes en mayor riesgo de ser víctimas de la trata, los peligros se agravan aún más cuando ellos están en movimiento, a menudo siendo separados de sus familias".

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