Facetas


Mi salida del infierno de las drogas...

JUAN GUILLERMO CASTRO PINEDA

27 de diciembre de 2009 12:01 AM

*María Fernanda cayó en el infierno de las drogas a los 15 años. Su destino parecía marcado: sumida en una profunda depresión y mal aconsejada por un amigo, encontró en las sustancias alucinógenas un aliciente para calmar sus penas. “Comencé mi adición rápidamente, me adentré en el mundo de la rumba, y conseguí ser aceptada entre un grupo muchachos, algunos de los cuales siguen estimulándose con pepas”, comenta la joven nacida en Arjona. Recuerda que en un principio se dejó llevar por la curiosidad, aunque ahora piensa que también pudo haber influido el mal momento anímico por el que pasaba y las malas compañías. Un día cualquiera, agobiada por la tristeza y pretendiendo huir de los problemas, aceptó la invitación a un primer viaje con destino a las tinieblas. Una pastilla de éxtasis fue el pasaporte a su perdición. “Trataba de buscar la felicidad, de la risueña pasaba con facilidad a la depresión y a las ganas de morir, entonces lloraba sin consuelo. Me preguntaba la razón por la que había venido a este mundo”, refiere. Y así fue su primera cita con las drogas, una experiencia que le generó momentos de apertura emocional, muy contradictorios pero sumamente estimulantes, según describe. LOS PROBLEMAS Al no contar con dinero suficiente para comprar las pepas, se relacionó con personas que se las proporcionaban a cambio de compañía. “Nunca conocí a un jíbaro, siempre la droga me la conseguía un amigo”, cuenta María Fernanda. Como ella misma dice, aprendió a ser actriz, pues duró consumiendo un par de años sin que nadie sospechara de su adicción. “Yo nunca me boleteaba, siempre lo hacía en Cartagena, en discotecas y en otros lugares a oscuras”, relata. En Arjona, ante la sociedad era una muchacha sana, estudiosa, de buenos modales y con un futuro promisorio. Pero entre más crecía su vicio, sus propios pasos la delataban. Su rendimiento académico se vino al piso y fue perdiendo la amistad de personas “sanas”. Los problemas en su casa empezaron luego de perder el undécimo grado, por esa razón, asegura, tuvo muchas discusiones con su madre y hermanos. “Ellos no entendían mis comportamientos, aparentemente creían que viajaba a Cartagena a estudiar, cuando en realidad iba a drogarme”, indica. EL INFIERNO Degeneración, violaciones, intentos de suicidio, abortos, relaciones sexuales con todos, fueron algunas de las cosas que alcanzó a ver en el infierno de las drogas. “En el mundo de la droga la mujer no vale nada. Ahora medito en ese pasado y en la necesidad de alertar a los jóvenes para que no pasen por ese suplicio que me tocó vivir”, afirma. Ella pensaba que consumir éxtasis era nada más cosa de los fines de semana, para pasarla bien en alguna fiesta o en una discoteca, pero después se le fue convirtiendo en algo cotidiano hasta llegar al punto de hacerlo a diario. “Todo esto fue llevado por las malas amistades, de las cuales mi familia me advertía, pero yo no les hacía caso. Decía que ellos eran mis amigos, pero ahora no saben cuánto me arrepiento de no haberles hecho caso”, se lamenta. Su madre y hermanos comenzaron a sospechar por su cambio de actitud, ellos llegaron a la conclusión de que consumía droga, pero no tenían forma de comprobarlo, hasta el día que ella misma se reveló y tras una fuerte discusión familiar, confesó que era viciosa. Comenta que al principio no le creyeron, pues pensaron que se trataba de una pataleta de niña consentida. Pero sus constantes llantos y depresiones tocaron el corazón de su madre, quien se propuso a sacarla del mundo de la perdición. LA SALIDA Cuando quiso comenzar su rehabilitación se dio cuenta que no era un proceso sencillo. Con la ayuda de su mamá se dirigió a la Fundación Crecer, para luego ser remitida a la Unidad Terapéutica para el Manejo y Rehabilitación de Conductas Adictivas (Marea), de la Fundación Niños de Papel. Allí se encontró con una persona que más tarde pasaría convertirse en su guía: el padre Manuel Jiménez Tejerizo, conocido como “Manolo”. “Apoyado en el poder de Dios y en un grupo enorme de profesionales, el padre hizo la obra. Me dio un techo, me aconsejó, oró mucho por mí y gracias a su respaldo me he convertido en una mujer nueva”, dice muy orgullosa. En Marea siguió un tratamiento de rehabilitación por un período de seis meses en compañía de otros jóvenes adictos, que llegó a buen término gracias a la orientación de un grupo de profesionales compuesto por siquiatras, sicólogos, nutricionistas, entre otros. Recientemente recibió un diploma que la acredita como una persona libre de vicios, que para ella significa la consecución de un nuevo pasaporte, esta vez de entrada al éxito. “Yo con esto, lo que quiero es decirle a todas esas personas que están en ese mundo, que salgan de él, que busquen ayuda, porque eso no termina en nada bueno y también ofrecerles disculpas a todos aquellos a quienes les hice daño”, manifiesta con el orgullo de haberse convertido en un nuevo ser, espiritual y bondadoso. María Fernanda terminará su bachillerato y procederá a estudiar Trabajo Social, carrera que ha escogido en concordancia con su vocación y para ayudar a mucha gente a salir de problemas y contribuir a un mejor mañana. “Conocí al Señor y él sanó mis heridas y me restauró. A quienes están en drogas déjenme decirles que Dios no juzga sino que él espera con los brazos abiertos porque para eso vino Jesús al mundo, a restaurar al caído”. Nota: Nombre cambiado a petición de la fuente.

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