Facetas


Moisés Álvarez Marín, guardián de la memoria de Cartagena

GUSTAVO TATIS GUERRA

19 de junio de 2016 12:00 AM

El documento más antiguo que conserva en el Archivo Histórico de Cartagena, data de 1790, y es la denuncia de un marinero español que naufragó en estas aguas con todas sus mercancías, y fue a la notaría a denunciar al viento y al mar de Cartagena de Indias, de ser el único culpable de su infortunio.
Moisés Álvarez Marín, el artífice y creador del Archivo Histórico de Cartagena y director del Museo Histórico de Cartagena, se  ríe al mencionar este episodio novelesco de la historia local. Se siente predestinado en su vocación de guardián de la memoria de la ciudad. Mucho antes de estudiar Archivística en Sevilla, su pasión por guardar la heredó de su padre que arrumaba hasta el techo los periódicos de tantos años.

Mi padre, el maestro
Todo empezó desde que era un niño en la Escuela “11 de Noviembre”, de Aracataca, fundada por su padre Hermenegildo Álvarez (1920-2006), venerado entre los cataqueros como El Profesor Álvarez, un cartagenero que se fue siendo niño a Aracataca y allá consagró su vida durante medio siglo a la docencia.  La obsesión del Profesor Álvarez fue la historia de Cartagena. Todos los 11 de noviembre celebraba la Independencia de la ciudad en Aracataca, sacaba su bandera y hacía un desfile.
“Fue él quien me enseñó a Cartagena siendo muy niño, a mis seis o siete años. Él fue mi gran influencia. De su mano entré por primera vez al Palacio de la Inquisición. A él le debo esta vocación por la historia.  Es increíble esta conexión. Él, cartagenero, yo nacido en Aracataca, y desde allá, estudiando en su escuela, comienzo a conocer a Cartagena. Él leía todo el tiempo. Conocía todos los códigos y era padrino de doscientos ahijados en el pueblo. Mi madre, Belarmina Marín, era de Aracataca y de origen paisa.  Solo estudió primaria y se dedicó al hogar y a sus cuatro hijos.
Mi padre era un liberal gaitanista, de una honestidad sin fisuras y tenía una posición radical ante la vida. Recuerdo que una vez siendo niño en Aracataca participamos del robo de una gallina para un sancocho, y fueron a poner las quejas a mi padre.  Mi padre, de pie, me dijo: “Siéntese ahí, Moisés. Usted hoy se roba una gallina, mañana  roba un banco, luego comete un delito como funcionario público, y de delito en delito se convertirá en un godo”. Mi padre pagó la gallina robada.

Llegada a Cartagena
“Recuerdo que la primera vez que salimos de Aracataca, vi en ese largo viaje dos contrastes que me impresionaron. Nosotros vivimos dos años sin luz en Aracataca y nos alumbrábamos con lámparas de gas. Al llegar a Barranquilla me deslumbraron las luces de la ciudad. Era como entrar al futuro. Pero al llegar a Cartagena, era como un viaje al pasado. Fueron dos emociones distintas.
Al establecerme en Cartagena, fui encargado  en la creación de la biblioteca del Sena, que gerenciaba Juan Carlos Lemaitre. Un día, él me dijo: Tienes que conocer a mi padre. Al conocer al historiador Eduardo Lemaitre,  me preguntó: ¿Por qué siendo usted de Aracataca sabe tanto de la historia de Cartagena? Y le expliqué lo de mi padre. Me regaló los cuatro tomos de la Historia General de Cartagena, con una dedicatoria a mi padre. La amistad con Lemaitre fue decisiva para entrar como bibliotecario en el Palacio de la Inquisición.  Conocer a ese par de historiadores: Eduardo Lemaitre y Donaldo Bossa Herazo, fue una gran suerte, que me permitió conocer las intimidades de la sociedad cartagenera. Lemaitre me dijo un día que no sería nada fácil la tarea que llevaría a cabo, me vaticinó que aparecerían enemigos y conflictos cuando empecé a organizar la memoria del  Archivo Histórico de Cartagena. Pienso que ha valido la pena.Y la satisfacción es haber posibilitado que la ciudadanía estuviera conectada con su propia historia, que el conocimiento se hubiera vuelto público”.
Cada vez que regresaba a Aracataca, mi padre   estaba ansioso por conversar sobre la historia de Cartagena, y su mayor alegría era que le llevara un libro de historia. El regalo de Lemaitre lo puso feliz. Su padre Hermenegildo murió a sus 86 años en Cartagena.

El guía de la historia
Sin proponérselo, Moisés Álvarez Marín se convirtió en el guía de la historia de Cartagena. Durante seis horas guió a Fidel Castro y a García Márquez por el corazón amurallado de la ciudad y su bahía, y respondió todas las inquietudes del presidente y del Premio Nobel de Literatura.
Un día vino la Reina de España a visitar  a Cartagena, y en su agenda protocolaria, estaba conocer el Palacio de la Inquisición. Moisés le avisó con anticipación a la empleada y a los celadores que estuvieran pendientes de la llegada de la Reina. A las tres de la tarde, hora señalada, la puerta del Palacio de la Inquisición estaba cerrada. Moisés. puntual, miró el reloj, y faltaban dos minutos. “Vaya a abrirle a la Reina”,  le dijo a la empleada. La empleada se asomó y regresó donde Moisés. “Ahí no  hay ninguna reina”. Moisés la describió y la empleada abrió la puerta. “Señor Moisés, yo no le abrí porque vi a una señora vieja y fea, nada de reina. Usted me dice que esa es la reina. Están fregados los españoles que elijen mujeres viejas para  un reinado”. No tenía la menor idea la empleada que se trataba de la Reina Sofía.
Muchos personajes del mundo han sido guiados por Moisés.  El presidente de la China Xi Jinping aplazó su vuelo de regreso para conocer los secretos de las murallas y la historia contada por Álvarez Marín. El presidente Virgilio Barco,  recién posesionado, llamaba por teléfono a Moisés, y cada vez que venía a Cartagena, lo invitaba a conversar a la Casa de Huéspedes Ilustres, en encuentros que duraban entre las diez de la mañan y las siete de la noche. ¿Qué tanto habla el presidente Barco contigo?- le preguntó intrigado Eduardo Lemaitre. “La historia de Cartagena es la obsesión del presidente”, le respondió Moisés.
En aquellos años, Moisés no tenía teléfono en su casa del barrio La Concepción, y la llamada se la hacía el presidente a una casa vecina. La vecina  espantada respondió: “Trata la seriedad”,  cuando la voz le dijo: “Le paso al presidente Barco”. Y una noche frente a sus vecinos de la Junta de Acción Comunal, resolviendo un asunto del barrio, contó que el presidente llamaba  a su casa. La obsesión por la historia de Cartagena y el país, llevó al presidente a crear el Archivo General de la Nación.
 

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