Facetas


No teníamos nada, pero había cine

EL UNIVERSAL

04 de febrero de 2018 12:00 AM

Por Sofía Flórez Mendoza

No era la tradicional misa del domingo, ni el cumpleaños de un familiar, pero los cartageneros se engalanaron para asistir al gran acontecimiento: el cine había llegado.

Fue el 22 de agosto de 1897, cuando la ciudadanía acudió al ‘Teatro Mainero’, en la calle del Coliseo, sin importar si pertenecían a la elite o la clase popular. Desde sus asientos la multitud se dejó sorprender por aquellas imágenes en movimiento que se reflejaban en un telón blanco y provenían de un Vitascopio Edison.

Fue tal el asombro que durante los siguientes años, aquel aparato hizo que Cartagena olvidara las condiciones de su vida, que aún era precaria. No había alcantarillado, poco se sabía de salubridad y ni hablar del analfabetismo, pero: ¿a quién le importaba eso, cuando Charles Chaplin se movía y una multitud estallaba en risas?

Las instalaciones del Teatro Mainero se hicieron insuficientes entonces. Gracias a Belisario Díaz apareció El Teatro Variedades y El Rialto, ambos en Getsemaní, sumándose a este nuevo fenómeno que cada vez cultivaba más adeptos.

“La proyección de películas se convirtió en algo frecuente, por lo que se podría decir entonces que desde la década de los años 20, en Cartagena, se puede hablar de una cultura cinematográfica, en donde ya no solo hay asombro, sino que la gente se empieza a apropiar y aprender los grandes cambios que se daban en el mundo y que solo podían conocerse gracias al cine”, dice el docente e investigador Ricardo Chica. 

Con soportes en madera, una forma circular y las más de 1.400 personas que era capaz de albergar en sus palcos, el Teatro Variedades se erigió como templo del disfrute. Las interminables filas para comprar una entrada empezaban a crear una nueva apariencia de la ciudad, mientras crecía el gusto por el séptimo arte en cada asistente.

Y fue ese gusto lo que provocó los verdaderos cambios en la rutina de los lugareños. Con el tiempo ya no fueron tres ni cuatro teatros, pues el cine sonoro llegó, de la mano de empresarios, a darle vida a las zonas periféricas, esas que existían por fuera del Centro de la ciudad, que era donde estaban los teatros.

“Yo me acuerdo que cuando era ‘pelao’, como no tenía plata para ir a ver películas, ayudaba a transportar las cintas y así podía entrar al teatro y verlas, así sea en la parte de atrás del telón. Había quienes se subían a los árboles, tiraban piedras y cosas así, esas épocas que ya no vuelven, la diversión antes era diferente”, cuenta entre risas Milton Marrugo, para referirse a las ‘travesuras’ de algunos jóvenes de la época.

A falta de calles pavimentadas, trabajo, servicios básicos decentes y un sistema educativo, llegaron tantos teatros como fue posible, fuera de eso no había muchas opciones de diversión, por eso eran tan importantes para todos. El cine hacía más fácil la vida.

A diferencia de las cinco o seis salas de cine que  pueden existir ahora, para 1956 se establecieron 29 teatros por toda la ciudad, en los que sus aforos iban desde las 400 a más de tres mil personas, según reposa en los libros e investigaciones de Ricardo Chica.

Teatros populares, sin techo, presentaban boxeo, espectáculos musicales, hasta peleas de gallos. La gente en la calle hacía fila esperando la función. Se veían ventas de frito, maní, las conversaciones del antes y después de la función, los atuendos seleccionados para asistir al teatro, se revisaban los horarios en los periódicos, se programaban con el vecino o los familiares, y ver el telón moviéndose a merced de la brisa dieron vida a una época de regocijo. 

En varios sectores hubo una serie de teatros que ya no existe: El Circo Teatro, Padilla, Rialto, Miramar, España, Colonial, Esmeralda, San Roque, Granada, Calamarí, Bucanero, Claver-Colón; cinemas La Matuna y Capitol; Salones Cartagena, Naval, Del Virrey, Torices, El Dorado y Heroica. Y el más importante del barrio El Bosque, el Teatro Myriam; y el América y el Don Blas.

Películas como El jardín de Alá, El estudiante mendigo, Ahí está el detalle, Star Wars, Robocop, entre muchas más, pasaron por los distintos teatros y épocas, marcando una masa de espectadores en Cartagena, quienes ahora posiblemente sean abuelos o padres, pero que en algún momento imitaron los atuendos, acentos de las actrices y actores, mientras aprendían a sortear la vida.

Hoy, cuando las reliquias del Teatro Cartagena, Bucanero, Colón y Circo Teatro esperan ser transformadas en lujosos hoteles y centros comerciales, cuando la experiencia cinematográfica se ha vuelto portátil y personal, solo queda en la nostalgia de unos pocos, un recuerdo de aquellos días en los que miles de personas compartían la rutina de arreglarse, alistar comida (o comprarla afuera mientras hacían filas), reunirse, atravesar el torniquete y caminar al encuentro con ese telón gigante que proyectaba imágenes y alimentaba sueños.

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