Una esposa doméstica, de esas que aman poco y limpian mucho, hubiera echado a la basura esta inmensidad de libros que ocupan el segundo cuarto de la que fuera la residencia del escritor cordobés Jorge García Usta.
Una mujer rutinaria, probablemente, se hubiera pasado por el sieso la pasión investigadora de García Usta, unos segundos antes de rociar los libros con gasolina, para después arrojarles un fósforo encendido.
Pero, enhorabuena, los 3.500 títulos que el autor de Noticias de un animal antiguo fue recopilando a lo largo de su ajetreada vida quedaron en manos de Rocío García Puerta, la esposa, quien no sólo los rescató de los lugares donde habían quedado sino que inició con ellos un proceso de organización que todavía no termina.
La casa, aunque hace parte de un conjunto residencial, es grande y fresca hasta donde lo permiten los soles despiadados de una ciudad como Cartagena de Indias. Desde la sala hasta el patio, el aposento hace recordar las grandes casonas de las zonas rurales del Caribe colombiano: sus muebles, sus adornos, las plantas que la rodean y hasta las vestimentas de Rocío cargan el aire provinciano que el mismo García Usta defendía con sus palabras habladas o impresas.
La biblioteca es el único cuarto que puede divisarse desde la única ventana que mira hacia el patio, que, a su vez, es una terraza con techo, taburetes, mecedoras y el espacio suficiente como para colgar una hamaca en la que se podría imaginar al finado maestro leyendo uno de esos volúmenes que dormitan bajo la melancólica fluorescencia de dos lámparas tubulares.
La sala está rodeada de cuadros con el rostro del escritor, unos fotografiados y otros pintados. Cerca de la ventana de la biblioteca cuelga una caricatura en donde la cara de García Usta luce boterianamente voluminosa, pero se entiende que se trata de él. Lo demás es estantería: nueve estantes de hierro y uno de madera, éste último el más grande todos.
Los estantes de hierro tienen una altura de dos metros con 95 centímetros de ancho. Algunos sostienen entrepaños tan holgados que pueden sostener dos filas de libros de diversos tamaños.
Mientras camina entre el laberinto que forman los estantes, Rocío relata que unos días después de la repentina muerte del poeta, la pregunta más recurrente de algunos de sus allegados era, “¿qué vas a hacer con los libros?”. Pero hubo un solo deseo que opacó los interrogantes: el de Alejandro García, el primogénito del escritor: “Quiero los libros de mi papá”. Y la expresión de ese empeño fue suficiente como para que se hiciera posible la génesis de la biblioteca.
“Lo primero fue rescatarlos”, recalca Rocío, quien recuerda que debió recoger una parte que se hallaba en la casa familiar de Arjona, su tierra de origen, como también hubo que acopiar los que se hallaban en el despacho de actividades culturales del Bienestar Universitario de la Universidad de Cartagena, donde laboraba García Usta.
El resto de libros ya estaban, de alguna manera, compilados en la casa de la Calle de los Siete Infantes, del barrio San Diego, donde residían los García García.
“Una vez nos mudamos para esta casa –anota Rocío refiriéndose al apartamento en donde vive desde hace 7 años y medio--, nos animamos de verdad a organizar los libros, porque vimos que tenía tres recámaras, de las cuales escogimos la segunda. Luego compramos más estantes, porque sólo teníamos dos, pero a todos hubo que agregarles entrepaños anchos para que cupieran más libros”.
Seguidamente, Alejandro acertó a dividir los estantes por áreas, con etiquetas adheridas que enuncian las temáticas que contienen los libros dispuestos en cada anaquel: psicología, literatura, historia, tecnología, periodismo, música, arte, economía, política, ciencias, diccionarios y enciclopedias, entre otros, la mayoría comprados por el maestro; y el resto, adquiridos, gracias a su labor de periodista cultural. Y más o menos en esa forma están consignados en el computador de la familia, aunque la idea, según Rocío, es catalogarlos, tal como se hace en las bibliotecas públicas.
“Como mucha gente sabía que la pasión de Jorge era la investigación –prosigue--, le mandaban libros desde todas partes. Es decir, aquí tenemos toda la documentación que sustenta libros como Poemas de la inmigración y el mundo árabes, Diez juglares en su patio, Cómo aprendió a escribir García Márquez, Retratos de médicos del Bolívar Grande y la obra periodística de Héctor Rojas Herazo”.
Pero también está la documentación de investigaciones que se quedaron en el tintero, como un reportaje sobre la obra literaria y periodística de Álvaro Cepeda Samudio, algo sobre Clemente Manuel Zabala y una serie de crónicas de juglares de la Región Caribe colombiana.
Es muy probable que muchas de esas anotaciones reposen dentro de un closet empotrado con persianas de madera en la entrada de la biblioteca, el cual fue el espacio ideal para guardar los papeles que García Usta iba metiendo en los libros que le servían como fuentes de sus pesquisas.
“De hecho, cuando empezamos a recolectar los libros, encontramos que en muchos de ellos había papeles guardados escritos por Jorge. Comenzamos, entonces, por separar libros y papeles, y de éstos últimos salieron unas 40 bolsas, 34 de las cuales las donamos al Centro de Documentación del Banco de la República y el resto reposa en el closet. También tuve que fabricarme unas carpetas de cartón de 70 por 50 centímetros, para guardar sus columnas de opinión y toda clase de escritos, aunque cada carpeta tiene su temática”.
Otras carpetas más pequeñas, de esas que se consiguen en tiendas y papelerías, reinan sobre los estantes de hierros y están repletas de fotocopias, pero también acompañadas por libros de la autoría de García Usta y de algunos que fueron sus preferidos en las lecturas dominicales.
En términos generales, lo que ha hecho posible que el arsenal bibliográfico pueda seguirse facilitando a quienes lo piden prestado para sustentar sus investigaciones, son las maniobras que Rocío y sus hijos han puesto en práctica en contra de los embates del tiempo y de los bichos pulverizadores.
“Comenzamos poniendo una cortina en el espacio donde estaba la puerta. Con eso combatimos la humedad. Además, cada seis meses regamos matacomején y tiza china detrás de los estantes. Mensualmente pasamos la aspiradora por todos los rincones, y así nos aseguramos de no darle chance a ningún bicho”.
A juzgar por la vehemencia conque García Usta invertía grandes sumas de dinero en su afición bibliográfica, tal parece que nunca le molestaron los precios de los libros en Cartagena, como tampoco tenía problemas en regalar cajas y más cajas de tales volúmenes a las bibliotecas populares y colegios de la ciudad. Ahora, su familia vive soñando con el día en que se pueda habilitar otra recámara, o espacio sin paredes, en los que poner mesas y sillas para que cualquier amante de la lectura venga a deleitarse con las joyas que dejó el poeta entre armarios y memorias.
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