Facetas


Oswaldo Díaz: El pintor de la cárcel

JOHANA CORRALES

10 de junio de 2012 12:01 AM

Todo estaba en su contra: colombiano, de tez negra, capitán de un barco “bandera” o pirata, y tenía como tripulantes a dos ex convictos americanos,  razones suficientes para pensar que se trataba de un narcotraficante.
En 1990 una agencia contrató los servicios de Oswaldo Díaz Caraballo para que condujera un barco de Panamá hacia la costa colombiana, el negocio le pareció fácil, ya lo había hecho en otras ocasiones, la diferencia era que esta vez se estaba jugando su destino en este “simple” viaje.
Luego de  llegar a La Guajira, y de haber cumplido con su parte del trato, le pidieron que siguiera hacia el norte, situación que le pareció un poco extraña pero no lo suficiente como para imaginar el grave problema que le costaría unas millas más navegando.
En medio del viaje, un barco americano lo abordó y le pidieron sus documentos, Oswaldo estaba tranquilo pues tenía supuestamente todos los papeles en regla, pero, para su sorpresa, le informaron que el barco en el que iba no existía, no tenía matrícula, era como dirían ellos un “barco pirata”.
“Soy capitán y mi labor es llevar un barco de un sitio a otro. A mí me entregaron la documentación correcta y ellos nos abordaron y nos juzgaron sin previo aviso del Gobierno colombiano”, cuenta Díaz Caraballo.
Si bien, el barco en el que navegaban era “pirata” o “bandera”, como también se les conoce a las embarcaciones sin matrícula, en el interior de la nave no encontraron drogas, ni ninguna otra sustancia narcótica. Pese a esto, se les acusó de ‘Posesión circunstancial de sustancias controladas en altamar’.
“No había drogas pero éramos colombianos en un barco sin bandera, teníamos el perfil de un narcotraficante, ¿no?”, se cuestiona.
Lo juzgaron como al peor de los criminales y se pregunta si en Colombia conocen siquiera su caso. Lo sometieron a varias  tácticas de castigo, una de ellas se trataba de estar todo el día viajando en avión de un lugar hacia otro hasta que revelara los nombres de los mafiosos que estaban detrás del negocio, sin embargo, no podía dar información, porque dice  que no sabía quiénes eran los dueños de ese buque.
La situación se complicó cuando se enteró de que dos de los tripulantes que lo acompañaban ese día habían estado presos hacia menos de un año en Estados Unidos por drogas.
“Al tenerlos de tripulantes eso complicó aún más todo. Y allí comienza mi odisea peleando con la primera potencia mundial sin ayuda de mi país”, expresó el cartagenero.
La primera prisión por la que pasó fue la del ‘El oso blanco’, en Puerto Rico. Allí se declaró inocente de todos los cargos por los que se le acusaba.
Dice que de todos los centros penitenciarios recuerda con exactitud éste porque se cometían los crímenes más abrumadores que jamás pensó presenciar.
“Ay la de Puerto Rico fue la peor de todas, allí picaban a la gente, cometían dentro de la cárcel los asesinatos más graves, la persona que era chota, es decir sapo aquí en Colombia, la picaban y la tiraban por el inodoro”, relata, mientras nos muestra una fotografía algo envejecida de la prisión.

Por no ser “sapo”, y por el contrario, mostrar una actitud prudente se fue ganando la confianza de los presidiarios quienes dejaron de verlo como una amenaza.
Nos cuenta que antes de estudiar Ingeniería Naval y dedicarse a ser capitán, aprendió a pintar en el Liceo de Bolívar, donde estudió y realizó múltiples exposiciones en La Institución Universitaria Bellas Artes.
En el interior de su casa, en Blas de Lezo, hay un sinnúmero de cuadros que tiene expuestos a lo largo y ancho de la sala los cuales contrastan con el blanco de las paredes.
Oswaldo está ahora emocionado, y dice que desde que llegó a Cartagena ha estado buscando la oportunidad de que alguien se interese en contar su historia, y más que eso, que se interese en su arte.
“Hablemos de mis pinturas, yo quiero que se enfoque mi nota por ese lado, lo otro lo quiero olvidar”, expresa Díaz, de 53 años.
Y es comprensible que desee borrar su pasado, fueron 18 años encarcelado en diferentes países, lejos de sus seres queridos y viendo como todo lo que había construido se acababa.

La pintura le salvó la vida
Estando en Puerto Rico retomó la pintura y como tenía tanto tiempo a su favor fue perfeccionando su técnica. Se ganó el respeto de los internos y de los directivos de los penales, quienes le pedían todo el tiempo que hiciera los avisos para diferentes áreas tales como el comedor, baños, lavandería, entre otros. Así mismo, pintaba llamativos murales en el patio y en la sala de visita.
“El capi”, como se le conocía en la cárcel, también hacía cuadros para los mismos internos, a éstos les encantaba que le pintara a sus seres queridos, los retratos era lo que más le pedían y él gustoso los hacía, cobraba por su trabajo y estaba a salvo de cualquier atentado.
Su objetivo era pintar objetos y personas lo más parecido posible a la realidad, se obsesionó por los rostros y en un momento se dedicó hacer sólo retratos.
Su talento y su buen comportamiento fue haciéndolo líder en las prisiones en las que estuvo. Cuando se acostumbraba a un lugar lo trasladaban, así fue a parar a los Estados Unidos donde en las cárceles se manejan tres tipos de niveles: High(alto), Medium(medio) y Low(bajo).
En la High estuvo muy poco tiempo, dice que el director de esa prisión le explicó que sus nuevos compañeros tenían condenas de hasta dos cadenas perpetuas y que a él lo habían mandado allí era para que delatara a quienes estaban detrás del negocio de la droga.
Oswaldo les aseguró que no tenía conocimiento de quienes eran los dueños de la embarcación, que siempre en esos viajes se hacen tratos con los intermediarios. Sin embargo, la razón principal de su silencio era proteger a su familia, esa misma que se estaba desmoronando en Cartagena.
Al Gobierno norteamericano no le quedó más opción que trasladarlo a una prisión Low, en la cual la sentencia mínima era de 6 meses y la máxima de dos años.
Así recorrió los centros penitenciarios de Miami, Atlanta, Pennsylvania, Carolina del Norte y Carolina del Sur, en todos iba dejando algo de su talento, y pronto se comenzó a regar el rumor del pintor de la cárcel y mucha gente le pedía sus servicios.
Por cada cuadro que realizaba cobraba entre 400 y 500 dólares, dinero que le enviaba a su familia en Cartagena y por medio del cual logró que sus dos hijas se graduaran.

Estar en un país extranjero, lejos de su casa, pagando una condena según él injusta y salvando su vida todos los días no serían motivos suficientes para dejar de responder por su familia. Él seguía siendo el jefe del hogar y era responsable de todo por cuanto a ellos les pasara.
En los últimos centros en los que estuvo se sentía más cómodo, explica que las cárceles son diferentes a las de Colombia, no hay celdas, son espacios abiertos y se contribuye a la resocialización de los condenados a través del arte y otras prácticas.
“Ya las últimas cárceles fueron más suaves, recuerdo un patio con más de 80 personas de todas las partes del mundo pintando conmigo”, dice.
Aprovechó todos esos años para estudiar, directivos de la Universidad de Miami (Estados Unidos) le enviaban artistas para que perfeccionaran sus habilidades y cada seis meses hacían concursos de pinturas para medir el nivel de aprendizaje y el talento de los internos.
“Hacían concursos dos veces al año, modestia aparte, ya no querían que yo concursara porque me los ganaba todos”, dijo sonriendo Oswaldo.
La vida parecía estar dándole una segunda oportunidad, lo llamaban familias adineradas para que les hiciera retratos, de igual forma, importantes restaurantes como Yuca, en Nueva York, contrataban sus servicios y hasta de un reconocido estudio fotográfico le ofrecieron trabajo transformando las fotos que ellos hacían en hermosos cuadros.
Todo el dinero que iba haciendo estaba en función de su familia, cada día pensaba en volverlos a ver y olvidar la mala pasada que le había jugado la vida, el destino, Oswaldo no sabe cómo llamarlo.
Mas en Cartagena las cosas no iban tan bien. Durante todo ese tiempo que estuvo encarcelado murieron sus padres, ambos partieron con la ilusión de volver a ver a su hijo vivo y libre en Colombia, querían saber de él ya no por medio de una carta o a través de un teléfono.
Su familia también entraba en crisis, sus hijas crecieron sin una figura paterna, él las dejó tan pequeñas, tenían sólo 6 y 7 años cuando ocurrió todo.
Por otro lado, la que había sido su esposa se había cansado de esperarlo y decidió formar un nuevo hogar. Ahora sí las esperanzas estaban perdidas, ya no tenía siquiera por quien luchar.
El día que regresó a Colombia no fue como lo soñó, ya no estaban todas esas personas por las que luchó y que eran el motor que lo mantuvo vivo estos años en el extranjero.
Se volvió a refugiar en el arte, creó tantos cuadros como pudo, son tantos que hoy no  cuenta con el espacio suficiente en su vivienda para todos.
Se encontraba nuevamente solo, cuenta que era una sensación ambigua: por un lado estaba feliz de volver a su país y por otro se sentía triste por lo sucedido con su familia. Había perdido todo, excepto una cosa: el arte.
Pero no todo podía salir mal en la vida de Oswaldo, en medio de su crisis conoció a una mujer que decidió jugársela toda en un corto tiempo con él.
Ahora viven juntos, formaron un nuevo hogar, ella es la admiradora número uno de sus cuadros, no encuentra lugar donde ponerlos en la casa y durante estos dos años en los que Oswaldo ha estado en libertad, su nueva esposa ha tratado de llenar con amor el vacío y la soledad que dejaron los 18 años que estuvo en prisión.
“ Pasaron tantas cosas, mis hijas crecieron a punta de fotografías, el tiempo que duré allá fue tanto que todo lo que creí tener se acabó. Conseguí una nueva familia, todo cambió menos una cosa: mi obsesión por el arte y la pintura”, concluyó el pintor de cárcel.

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