Facetas


Pastora recuerda a Gabo en La Boquilla

GUSTAVO TATIS GUERRA

17 de abril de 2016 12:00 AM

Pastora Guzmán Carmona recuerda la tarde intempestiva en que García Márquez se presentó a su casa, después de ganarse el Premio Nobel de Literatura, y gritó en su puerta una procacidad   acostumbrada entre ellos: ¿Dónde está la puta más bella de La Boquilla? Y Pastora, al fondo, le respondió: “Si yo soy la puta más bella, tú eres el guerrillero más grande de este país”.

Los dos se abrazaron con la complicidad de muchas noches de whisky. Venía siempre a comerse su sancocho de sábalo y Pastora se lo preparaba mientras le escuchaba todas sus ocurrencias que la hacían reír a carcajadas.

“El pasado 25 de marzo cumplí 83 años, pero no lo celebré. Estaba sola con mi sobrino Ángel en este rancho donde nací en esta calle que miraba al mar.”, dice mientras le da de comer a dos torcazas enjauladas.

“Recuerdo que cuando conocí a Gabo era joven aún y yo era una mujer interesante”, dice sin ínfulas.

“Él no duró en preguntarme ¿Por qué no te tomas un whisky del monje conmigo? En aquel entonces yo llegué a tener tres restaurantes que se llamaban Fuerza Negra. Mi padre Juan Guzmán era un pescador de Arroyo Grande, y Tomasa Carmona, una ama de casa que crió a cinco hijos del hogar.

Por esta casa han pasado los personajes que usted no se imagina: desde parientes del presidente Santos, el poeta Eduardo Carranza que fue gran amigo mío y me escribió un poema ( a él le gustaba la recocha), el poeta Gonzalo Arango que se hizo Inspector de Policía en La Boquilla, cuando ya era muy famoso como el líder del Nadaísmo; García Márquez y sus amigos, Enrique Santos Calderón, Rafael Vergara Támara,  el sindicalista José Raquel Mercado, con quien tuve una relación de nueve años, y muchos otros más, que aún recuerdo pero no puedo nombrar. Hace poco se quedó aquí un americano sociólogo que vino de Boston y prefirió quedarse en el rancho que en un hotel cinco estrellas”.

García Márquez vino con sus guardaespaldas y Pastora con una cayena en el pelo, le recordó las zambullidas en el mar. Los días en que se quitaba los zapatos, recorría la playa  descalzo, y Pastora lo empujaba al mar. El día que regresó después del Nobel le pidió a Pastora que le preparara un sancocho de sábalo que él celebraba de los tiempos de Conchito Gómez, bebió whisky con ella, y al final, le propuso en una de sus ocurrencias, que se fuera a vivir a México. ¡Tú estás loco?- le preguntó Pastora. ¿Y qué va a decir Mercedes?

Volvieron a recordar esa propuesta insólita del escritor, y él le increpó: ¿Creías que te iba a llevar de sirvienta? Yo allá tengo trabajando a alguien de Colombia y México. Sacó del bolsillo un sobre de manila en el que había enrollado unos billetes, y se los entregó a Pastora.  Con eso compré un solar en Puerto Rey. Nos hijueputeábamos mutuamente, y él decía con su vozarrón: “Tú lo que querías era que yo te comiera para que quedaras preñada”, era una fiesta de palabrotas. Era tanta la confianza que teníamos que yo lo echaba al agua. Era un hombre sencillo, descarado conmigo, que mantenía su seriedad, y lo amenazaba “te zampo de cabeza en el agua”. Y cuando eso ocurría él decía: “eres una perra malparida”. En momentos entrábamos en otro tipo de conversación y yo le preguntaba de dónde había sacado eso de los lingotes de oro, y él con los ojos despepitados solo decía: “Ya vienes a joder”.

El poema de Carranza

Pastora se acuerda del día en que Eduardo Carranza en una servilleta empezó a escribirle un poema: “Era un 24 de junio cuando el mar desafiaba el caserío de La Boquilla y vimos la figura de la negra Pastora que se deslizaba por la orilla del mar, con su cabeza gacha y su rítmico andar, y la chiquillería boquillera le gritaba: ¡Negra Pastora¡ ¡Negra Pastora! Y ella se dejaba caer..”.

Saca de uno de sus secretos guardados un largo poema escrito por Rafael Guerera, amigo de Gabo, dedicado a Pastora, en el que recuerda los momentos inolvidables, del paso efímero de personajes públicos por la casa de Pastora que jamás volvieron a acordarse de esta mujer con una memoria de elefante y una picardía festiva, que lamenta no tener con quien conversar  en La Boquilla. “Enterré a mis hermanos, y ahora me consuela leer algunos libros que guardo en casa. Novelas, libros de cuentos. Una novela reciente de Héctor Abad Faciolince “La oculta”, y muchos poemas. Hace años oyó por radio la noticia de la muerte de su amigo, y se echo a llorar en su silla, recordando a aquel inolvidable visitante feliz y deslenguado como ella.

A flor de labios

Solo estudié la primaria en La Boquilla: mis maestras que me enseñaron a leer y escribir fueron: Berta y Gilma Marrugo de Pardo, que eran hermanas. Aquí por mi casa pasó mi gran amigo Gabriel García Márquez, Eduardo Carranza, Gonzalo Arango, y una cantidad de personajes de la vida pública”.

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