Facetas


"Pedro Romero no era cubano"

GUSTAVO TATIS GUERRA

23 de abril de 2017 10:23 AM

El historiador Sergio Solano Aguas dice que el apelativo “matancero” a Pedro Romero, pudo haberse originado cuando, en 1808, el Cabildo impuso una medida impopular, y designó a Romero, de casa en casa en el barrio Getsemaní, a confiscar los cerdos  que había en los patios, para llevarlos a la cochinera, indemnizar a sus propietarios, y luego sacrificar los cerdos para encarar la escasez de alimentos, originada por la acción de los acaparadores de carne fresca y salada de cerdo.

El dignatario del cargo de fiel ejecutor de pesos y medidas, se le asignó como compañero a una persona que tuviera ascendencia sobre los habitantes de ese barrio, y no había otro que Pedro Romero. Desde ese hecho, empezaron a llamarlo El Matancero, que en aquellos años en Cartagena, tenía el significado de matarife de cerdos o natural de Matanzas (Cuba).

¿Qué dato generó en Usted la sospecha de que Pedro Romero no era cubano sino cartagenero?

-Me llamó la atención que los historiadores no prestaran atención a la información contenida en el folio 126 del censo de 1777 del barrio de Getsemaní. En la manzana No. 20, de Nuestra Señora del Buen Camino (ubicada entre la Plaza del Matadero -actual avenida Daniel Lemaitre-, Calle de la Magdalena y Calle de Troncoso -actual Tripita y Media), se registra a la familia Romero Porras formada por Andrés Romero (49 años, oficio “de la mar”), casado con María Porras (48 años).

Tenían 8 hijos: Pedro (21 años, soltero, herrero), Petrona (19 años, soltera), Augusta o Agustina (17 años, soltera), Marcelina (13 años, doncella), Andrea (10 años), Melchora (8 años), Andrea (6 años), María (5 años).Y no le prestaron atención a esa información porque, por un lado, los énfasis de las investigaciones se han puesto en el protagonismo político de Pedro Romero en el lapso de tiempo corrido entre 1811 y 1815.

Por otra parte, porque la consideran “nimiedades” propias de genealogistas. Y, por último, porque no coincide con la tradición que dice que vino de Cuba, casado, y con un cuadro de hijas. Así pues, que cualquier información sobre la vida de este personaje se consideró que había que buscarla en Cuba, y no en Cartagena.

Sin embargo, con frecuencia citan el censo de los artesanos que tenían sus talleres en el barrio de Santa Catalina (área que se conoce como de la Catedral), realizado en 1780. En este aparece Pedro Romero (24 años de edad) como pardo, miliciano, casado, y con su taller en una accesoria situada la callecita de Nuestra Señora de la Amargura. Como se puede ver, en ambos censos coincide la información sobre la edad y el oficio.

Romero prisionero

Sergio Paolo Solano encontró  un expediente judicial de 1779, en donde Romero fue detenido por arbitrariedades de uno de los alcaldes de la ciudad (Francisco García del Fierro), al querer clausurar los talleres situados en la pequeña calle que está al costado de su casa de dos plantas, que acababa de comprar. Estuvo casi un mes de prisión, y luego, restituido a su taller.

"Pero lo más interesante fue la información que me brindó un expediente judicial de 1779 cuando fue hecho prisionero por arbitrariedades de uno de los alcaldes de la ciudad (Francisco García del Fierro), debido a que quería clausurar a los talleres situados en esa callecita, pues calle de por medio daban con el costado de la casa de dos plantas que acababa de comprar.

Luego de muchos avatares y de casi un mes de prisión, Pedro Romero fue restituido a su taller, y en el expediente se señala que mantenía a sus padres y que vivía en Getsemaní. Y también permite colegir que aún no era miliciano, pues de serlo hubiese estado protegido por el fuero militar y no hubiese padecido prisión por decisión de las autoridades ordinarias. Eso significa que ingresó a las milicias pardas en 1779 y por eso el mencionado censo de 1780 lo registró como miliciano.

En el censo

"El censo de 1777 de Getsemaní registró a Pedro Romero como soltero, mientras que tres años después, en el mencionado censo de artesanos del barrio de Santa Catalina aparece como casado. Esto significa que debió contraer nupcias con María Gregoria Domínguez entre 1779 y 1780.

Esta es posible que sea la joven de 15 años que aparece en ese censo de Getsemaní, hija de Antonio Domínguez, 47 años y hombre de la mar, y Estephana Cardona de 43 años. María Gregoria Domínguez vivía en una accesoria ubicada en un solar en la callecita de Santa Isabel, la que separaba las manzanas 1 y 2 de Getsemaní (entre la actual calle del Arsenal y la Calle Larga), área en la que estaban ubicados la casi totalidad de los talleres de herrería de ese barrio, y 30 herreros laboraban en estas dos manzanas según el cruce que he hecho de los censos de 1777 y 1780.

Precisamente, según el censo de 1777 al lado de la vivienda de María Gregoria Domínguez estaba el taller de herrería de Joseph Romero, quien es posible que tuviera vínculos familiares con Pedro.

La suposición de que su esposa sea la que aparece en el censo de 1777 es corroborada por el hecho de que años después Pedro Romero actúa en unión de Juan Esteban Domínguez, herrero, quien en el censo de 1777 aparece con 3 años de edad, y como hermano de María Gregoria Domínguez. Y luego, en un listado de 1797 sobre hombres exentos de prestar el servicio miliciano, Juan Esteban está enlistado como “herrero matriculado”.

La familia de Romero

He hallado otros datos relacionados con personas de la familia Romero Porras que en algunas ocasiones actuaron de forma mancomunada con aquél. Durante el primer decenio del siglo XIX, estando ya vinculado como asentista de herrería, fundición, cerrajería y armería del Apostadero-Arsenal de la Marina, Pedro Romero aparece actuando asociado con Andrés Romero en negocios de compra y venta de algunos elementos que desechaba el Arsenal, o vendiéndole implementos a este. En esas operaciones Pedro pagaba o recibía el dinero de lo que transaba Andrés.

Es difícil tener certeza absoluta acerca de quién era este Andrés Romero. Descarto que sea el cabeza de la familia Romero Porras registrado en el censo de 1777 debido a que para 1807 debía tener 79 años, edad que no se compadece con las características y la firmeza de la rúbrica de ese nombre registrada en los documentos que he consultado.

Es factible que se tratara de un hermano menor y que aparezca registrado en el censo de 1777 bajo la versión femenina de este nombre, pues el empadronador anotó dos Andrea en esa familia con escasas diferencias de edades (una con 10 años y la otra con 6 años de edad), lo que llevar a pensar que pudo tratarse de una equivocación.

A favor de esta suposición está el hecho de que en los censos de artesanos de los cinco barrios que componían la ciudad, realizados en 1780, Andrés Romero no aparece, lo que lleva a suponer que era un niño en ese entonces. Pero si está registrado como “herrero matriculado” y viviendo en el barrio de Getsemaní en un listado de 1797 de “los únicos hombres útiles para las armas que hay en la expresada [ciudad de Cartagena de Indias] desde la edad de quince años cumplidos y a la de cuarenta y cinco que no pueden alistarse en las milicias por el motivo que en cada uno se manifiesta”. Esto indica que su edad estaba por debajo de los 45 años.

Sobre Esteban Romero, mencionado por José Ignacio de Pombo en 1810, solo contamos con dos registros de archivos. En un listado de 1797 de individuos con edades comprendidas entre los 15 y los 45 años de edad que estaban exentos de prestar el servicio miliciano por distintas razones, aparece como Esteban José Romero, y de oficio “herrero matriculado” y viviendo en el barrio de Getsemaní.

Y otro registro de 1808 en el que aparece vendiendo a la Maestranza de la Artillería una docena de limas surtidas. Sin embargo, al igual que en el caso de Andrés, en ninguno de los censos de 1780 de los artesanos de los 5 barrios aparece Esteban Romero. Algunos cronistas de la ciudad afirmaron que se trató de un hijo.

Otra prueba sólida de que Pedro Romero es quien aparece en el censo de Getsemaní de 1777, la tradición genealógica anota que tuvo una hermana llamada Marcelina Romero, la que dio a luz un hijo cuyo padre era don Juan Salvador Narváez.

Pues bien, en la familia Romero Porras que aparece en el mencionado censo de 1777, Marcelina está registrada con edad de 13 años. En 1793 era portera de la Real Fábrica de Cigarros de Cartagena, como puede leerse en Joaquín Durán y Díaz, Estado general de todo el virreinato de Santa Fe de Bogotá en el presente año de 1794, cargo que se explica porque ahí laboraban mujeres.

Y en 1816, intentando salvar parte de los bienes que le confiscaron a su “legítimo hermano” por ser insurgente, Marcelina Romero entabló demanda por la suma de $1.500,oo que le había entregado a aquél con el fin de que se los pusiera a producir. La demanda fue presentada para que se le pagara de los bienes confiscados a Pedro Romero por insurgente, reclamando unas casas sin que especificara cuáles eran. Sin embargo, debían ser inmuebles distintos a las casas propiedad de Pedro Romero en el Portal del Puente, pues por orden de Pablo Morillo fechada el 12 de diciembre de 1815, estas habían sido destruidas.

En 1810, en la petición que elevó ante las autoridades de Madrid, para que a su hijo Mauricio José Romero Domínguez se le permitiera presentar exámenes para titularse en una universidad de Santa Fe de Bogotá, Pedro Romero, de su puño y letra escribió ser “natural de Cartagena de Indias”.

La petición, fechada el 6 de agosto de 1810, que reposa en el Archivo General de la Marina “Álvaro Bazán” de España, fue presentada por Andrés de Oribe, comandante del Apostadero-Arsenal, y quien la envió al Ministerio de la Marina de España, para que de aquí pasara al Ministerio de Justicia y Gracia, que se encargaba de esas dispensas.

De dónde surgió el calificativo de “Matancero” para Pedro Romero?

La escasa atención que han prestado los historiadores contemporáneos a la familia Romero Porras registrada en el censo de 1777 del barrio de Getsemaní y a su relación con Pedro Romero se debe a la generalizada idea de que nació y creció en Matanzas (Cuba).

Y la permanente referencia a su origen cubano ha servido para dar una rápida vuelta de hoja a la necesidad de averiguar con más detalles sobre su vida personal, pues se da como un hecho inobjetable que los datos anteriores a 1780 no están en los archivos colombianos sino en los de Cuba. Es decir, se supone que por provenir de otras latitudes los pasajes de su vida quedan en una especie de limbo dado las dificultades para adelantar investigación alguna sobre los años en los que no estuvo en Cartagena de Indias.

De la escasa documentación que se conoce en la que a Pedro Romero se le llamó “matancero”, resalta un escrito de Antonio Nariño donde por vez primera le señaló como “[…] el célebre matancero […]”, lo que ha llevado a presumir que era su gentilicio. Y en un opúsculo anónimo publicado en 1880 sobre los sucesos de 1810 en adelante, se hizo referencia al protagonismo político de Pedro Romero durante la primera república (1811-1815): “El ciudadano Pedro Romero natural de la ciudad de Matanzas de la isla de Cuba, era el 11 de noviembre de 1811 comandante del cuerpo denominado los Lanceros de Getsemaní […]”.

No niego que en el Caribe a la par de la circulación de mercaderías, también circulaban personas. Por razones comerciales y del ajedrez de la defensa de las colonias españolas, los vínculos de los puertos de Caribe eran significativos en el XVIII. En un capítulo de su libro An Aqueous Territory: Sailor Geographies and New Granada’s Transimperial Greater Caribbean World Ernesto Bassi Arévalo (se publica a fines de este año por la Duke University), demuestra la circulación de barcos y de personas por el mar Caribe en ese siglo. También hubo mucha movilidad de tropas.

Sin embargo, la información que he revisado en los fondos de Milicias y Marina y Guerra y Marina del Archivo General de la Nación (AGN), no contiene dato alguno que permita presumir que se trajo para las obras de fortificación y defensa, tal como lo demuestro de forma extensa en el volumen I del Cuaderno de Noviembre que se acaba de publicar.

Y tampoco aparece por ninguna parte en los registros parroquiales del Archivo de la Iglesia de San Carlos, Matanzas, (Libro 1 de Bautismos de pardos y morenos, 1719-1752; Libro 2 de Bautismos de pardos y morenos, 1752-1782; Libro 2, de Entierros de Pardos y Morenos, 1762-1782; Libro 1, Índice del libro de Matrimonios de la Catedral de Matanzas, 1693-1765; Libro 1, Matrimonios de Pardos y Morenos, 1719-1764), los que pueden consultarse en la web de la Vanderbilt University.

En las referencias que de él hizo José María García de Toledo en su defensa publicada en 1811 no se hizo alusión a su condición de “matancero”. Tampoco José Ignacio de Pombo, en su breve referencia a este personaje (1810) lo señala como matancero. Ni Manuel Marcelino Núñez, en su corta memoria sobre los sucesos de 1811.

Ahora bien, he sugerido que el apelativo de “matancero” pudo deberse a una labor que desempeñó en 1808 por encargo del Cabildo de Cartagena. Un rodeo es necesario para explicar mi hipótesis. Sabemos que los diccionarios del siglo XVIII de la Real Academia de la Lengua Española solo registran el adjetivo de “matancero” como un gentilicio para los oriundos de la ciudad de Matanzas.

Pero también sabemos por los documentos del fondo de Abastos del AGN de Colombia, que matanza era un vocablo que también se empleaba para designar la acción de sacrificar cerdos. Y como es sabido, el que la Real Academia de la Lengua Española no lo registrara como sustantivo para designar a la persona que ejercía la matanza de cerdos, no significa que no se empleara.

Pues bien, como hipótesis propongo explorar la siguiente alternativa. En 1808, en medio de la escasez de los alimentos y de las especulaciones con sus precios, uno de los rubros de la canasta familiar más afectados por la acción de los acaparadores fue el de la carne fresca y salada de cerdo, como también la manteca que proporcionaba este animal.

Sabiendo que se había creado una escasez artificial para especular, el Cabildo de la ciudad tomó cartas en el asunto y nombró un comisionado para que visitara las casas del barrio de Getsemaní en las que se sabía que en sus patios había pequeñas piaras de cerdos. El propósito era confiscarlos, indemnizar a los propietarios y sacrificarlos para el abasto público.

Como se trataba de una medida impopular, al dignatario del cargo de fiel ejecutor de pesos y medidas se le asignó como compañero a una persona que tuviera ascendencia sobre los habitantes de ese barrio. Ese comisionado fue, según informe reservado del comandante del Arsenal de la Marina al virrey, uno de sus subalternos por trabajar para el Arsenal.

Tanto esa información como la proporcionada por el Cabildo de la ciudad coinciden en señalar que se encargó a Pedro Romero. Casa por casa se procedió a registrar los patios en búsqueda de los animales para trasladarlos a la cochinera que recién se había establecido en ese barrio para evitar los continuos sacrificios clandestinos de cerdos. ¿Viene de aquí el apelativo de “matancero”?

Esto no desdice de la honorabilidad de Pedro Romero, pues se trató de una función pública y momentánea que desempeñó por encargo del Cabildo de la ciudad, y con el beneplácito del comandante del Arsenal de la Marina. Y de ser así tampoco afectó su popularidad, la que estaba basada en su condición económica y en el reconocimiento que ya tenía en la ciudad.

Pues bien, la permanente referencia a su origen cubano ha servido para dar una rápida vuelta de hoja a la necesidad de averiguar con más detalles sobre su vida personal pues se da como un hecho inobjetable que los datos anteriores a 1780 no están en los archivos colombianos sino en los de Cuba. Es decir, se supone que por provenir de otras latitudes los pasajes de su vida quedan en una especie de limbo dado las dificultades para adelantar investigación alguna sobre los años en los que no estuvo en Cartagena de Indias.

Siendo Romero de confianza de las autoridades realistas como se convierte en estratega secreto y militar de las milicias populares?

-Pedro Romero formó parte de un importante sector de artesanos que se distinguió por ganarse el aprecio de todos los sectores de la sociedad. En eso era clave la vida decorosa, la honorabilidad lograda al esfuerzo a la responsabilidad de sus trabajos, el no escandalizar a la sociedad, y por las condiciones de buenos vasallos y buenos vecinos. Logró la condición de contratista del Apostadero de la Marina en el ramo de fundición, herrería, armería y cerrajería a mediados del decenio de 1780, contrato que mantuvo hasta 1811.

Es decir, por un poco más de 25 años. De todos los asentistas para los oficios manuales, el de herrería, fundición, armería y cerrajería implicaba los trabajos de mayor envergadura y de mayor frecuencia y urgencia dado el deterioro que sufrían las embarcaciones de la mar (de guerra, guardacostas, comerciantes, lanchas y embarcaciones menores) en todos los aprestos y cubiertas elaboradas y recubiertas de metales, o por el daño que el óxido ferroso producía en la madera de las embarcaciones.

Además, esas piezas de repuesto no solo eran para la escuadra guarda costas de Cartagena de Indias, sino para cualquier embarcación que arribara al puerto y que requiriera de reemplazarlas. Por eso, el asentista tenía que producir suficiente cantidad para el almacén. Lograr el contrato requería, primero demostrar que se estaba en condiciones económicas para asumir los compromisos devenido de las labores propias del asiento, pues los gastos iniciales corrían por cuenta del asentista. Además, el Apostadero de la Marina pagaba cada 3, 4 o 6 meses.

También demandaba entregar un depósito en la Tesorería de la Marina que cubriera cualquier eventual incumplimiento, como también presentar fianza y fiadores que comprometían sus palabras y sus bienes materiales en reconocer que la persona era de buen proceder y que cumpliría con todo lo estipulado en el contrato.

En 1808 su ingenio y buen proceder llevó a Andrés de Oribe, comandante del Apostadero de la Marina de Cartagena, en la presentación del expediente elaborado por Pedro Romero para que se le permitiera a su hijo Mauricio José optar por títulos universitarios y dispensándole la condición de pardo, anotó: “[…] reiterando a Vuestra Excelencia mi suplica acerca de este digno artesano, pues su conducta, modales y conocimientos, no comunes que posee de su profesión lo hace recomendable […]”.

En diciembre de 1808 contribuyó con 1000 reales para la defensa del rey español contra la invasión de los ejércitos franceses a la península. La colecta realizada entre los administradores, marineros y trabajadores del Apostadero-Arsenal de la Marina (739 empleados y trabajadores en total), dio la suma de $65.880,oo, siendo Pedro Romero el trabajador que más aportó, con el 1,5% del total.

Su aporte fue igual al de 9 altos oficiales de la marina, y superior al de 10 altos oficiales, siendo solo superado por el del comandante del Apostadero, y otros 8 altos funcionarios y propietarios de barcos. Es decir, estuvo entre los 10 primeros contribuyentes.

En 1810 elevó solicitud a las autoridades en Madrid para que a su hijo Mauricio José Romero Domínguez se le dispensara la condición de pardo, para que se le permitiera presentar exámenes en una Universidad de Santa Fe de Bogotá para que se titulara de abogado.

Todo parece indicar que la solicitud fue concedida porque en 1821, en una carta dirigida por Mauricio José Romero al general Francisco de Paula Santander, la que citaré más adelante, este afirma que entre 1810 y 1012 estuvo estudiando en Bogotá, y luego retornó a Cartagena. Por testimonio de su hijo Mauricio José Romero Domínguez, sabemos que para comienzos del siglo XIX tenía 34 locales comerciales (accesorias) en las casas del Portal del Puente (actual Camellón de los Mártires). Esos locales producían alrededor de 200 pesos fuertes mensuales por concepto de alquileres. La información de su hijo también señala que poseía esclavos, pero sin que tengamos más información.

No tuvo una vida miliciana prolongada como erróneamente se cree. La condición de contratista del Apostadero de la Marina le permitió disfrutar del fuero militar. Su ascendencia sobre la población trabajadora de Cartagena empezó desde que fue sometido a prisión de forma arbitraria. A partir de ahí, Pedro Romero se fue convirtiendo en el símbolo de los sectores de artesanos que luchaban por mejorar la posición que tenían en la sociedad. Debió tener ascendencia sobre la población, rasgo muy común de los maestros artesanos que educaban a los niños y jóvenes en sus oficios.

El trabajar en condición de contratista para el Apostadero de la Marina, fue fundamental en su protagonismo en los sucesos acaecidos en la ciudad de 1810 en adelante. Como ya afirmé un poco más arriba, en 1808 en el Apostadero laboraban 739 hombres en diversas actividades. Era una fuerza laboral significativa, organizada en cuadrillas (maestranzas), sobresaliendo los calafates y carpinteros de ribera.

Su evolución política de fiel vasallo a partidario de la república se dio, al igual que el resto de los dirigentes de la independencia, al calor de los cambiantes acontecimientos que vivió la monarquía española entre 1808 y 1812. Debió pertenecer a las redes políticas de sectores de las elites. Las negociaciones que entabló en 1810 con José María García de Toledo así lo demuestra.

Pero también supo expresar las aspiraciones de su gente de forma autónoma, lo que le permitió desplazarse al sector radical de los Gutiérrez de Piñeres, y luego retornar al bando de García de Toledo. La ascendencia que tenía sobre la población le permitió que la junta de gobierno lo colocara al frente de los Lanceros de Getsemaní, con el grado de teniente coronel. Era un hombre clave pues la condición de armero le permitía acceder a muchos fusiles y pistolas. Y la condición de herrero y fundidor le permitía fabricar machetes y lanzas.

Ha expresado Usted que la Cartagena de antes, durante y después de la independencia es multirracial. Qué otros sectores, además de los artesanos negros y mulatos, participaron en el proceso independentista?

-Aunque vista desde su composición racial Cartagena era y es una sociedad de gente de color, eso no indica que estos sectores no hayan estado estratificados y que no existiera un importante sector de blancos.

Según el censo de 1777 de los casi 13.700 habitantes que tenía la ciudad, un 30% eran blancos. Y la mayoría de estos eran blancos pobres que tenían tiendas, talleres artesanales, formaban parte del ejército. Durante la colonia el blanqueamiento constituyó uno de los raseros para medir el posicionamiento social de las familias y las personas. Y por eso se elaboraron una diversidad de categorías socio-raciales que medían los avances y retrocesos en la estratificación social.

Un grave error de los historiadores es creer que todos se pueden meter en un mismo saco, utilizando la expresión de “libres de todos los colores”, o lo peor aún, aplicarles a esas gentes del siglo XVIII la categoría de afrodescendientes para homogenizarlos. En un ejercicio que hice con el censo del barrio de Santo Toribio, mostré que los cuarterones y los quinterones, las personas que más habían avanzado en el proceso de blanqueamiento, se casaban entre ellos y con personas blancas pobres. Lo que muestra la existencia de estrategias para mejorar socialmente.

Y esa compleja sociedad multiracial también se expresó en la dirección política de los sectores populares durante la independencia, tal como lo demuestro en las semblanzas biográficas de algunos de ellos, las que aparecen en el volumen I de los Cuadernos de Noviembre que acabo de publicar gracias a la generosidad de Aberto Abello Vives y de las instituciones que lo hicieron posible.

¿Qué archivos, documentos y testimonios escritos fueron básicos en esta investigación?

-Sobre las labores artesanales de Pedro Romero han sido básicos las revisiones del fondo de Guerra y Marina de la Sección Archivos Anexos del Archivo General de la Nación de Colombia. Al igual que otros fondos de la Sección Colonia de este archivo como Abastos; Aduanas; Alcabalas; Cabildos; Causas Civiles de Bolívar; Censos Varios Departamentos; Competencias-Bolívar; Consulados; Curas y Obispos; Fincas-Bolívar; Historia Civil; Historia Eclesiástica; Juicios Criminales; Lazaretos; Miscelánea; Policía; Virreyes.

De la Sección Archivos Anexos del mencionado AGN también revisé los fondos Asuntos Importantes; Historia; Pleitos; Purificaciones. Y de la Sección República, el fondo Peticiones y Solicitudes, Magdalena-Mayo.

Del Archivo General de Simancas (España), Sección Secretaría de Estado y Despacho de Guerra. Del Archivo General de Marina “Álvaro de Bazán” que contiene la información de Secretaria de Estado y del Despacho de Marina de España, en especial la Sub-sección Expediciones a Indias. Para descartar su origen cubano fue básica la revisión que hice de los archivos eclesiásticos de Matanzas, los que pueden consultarse en la web de la Vanderbilt University. Folio por folio los revisé en búsqueda de pistas y nada.

Otras informaciones se encuentran en las compilaciones documentales de José P. Urueta, Manuel E. Corrales, las que por fortuna recogen textos de algunos actores de la independencia de Cartagena como José María García de Toledo, Manuel Marcelino Núñez y otros.

Epílogo

El historiador Sergio Solano Aguas escudriñó todos los documentos milimétricamente para ir tras una verdad, que desvirtúa  la vieja  hipótesis que los historiadores locales sostuvieron como verdad, durante mas de dos siglos. Dieron por hecho de que era cubano. Y el equívoco surgió con el apelativo de “matancero”.  Para llegar a la conclusión de que no era cubano sino cartagenero, siguió las huellas de la esposa y los hijos de Romero, hasta encontrar las casas donde vivieron en Getsemaní.

Señal del historiador

Sergio Paolo Solano Aguas es Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Atlántico, 1983.
Cursa estudios doctorales en Historia en la Universidad Autónoma Metropolitana (unidad Iztapalapa), México D. F.

Profesor Titular del Programa de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena (Colombia).

Investiga temas de historia social y política de Colombia y Latinoamérica, siglos XVIII y XIX.

LIBROS

Cartagena de Indias, sociedad, trabajadores e independencia en el tránsito entre los siglos XVIII y XIX. Entrevista al historiador Sergio Paolo Solano D., en Cuadernos de Noviembre, vol. I, Cartagena, Alcaldía Mayor/IPCC/Comité de Revitalización Fiestas de Independencia/Centro Cultural Ciudad Móvil, 2016.

Sonia Pérez y Sergio Paolo Solano (coords.), Pensar la historia del trabajo y los trabajadores en América, siglos XVIII y XIX, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2016.

Infancia de la nación. Colombia durante el primer siglo de la República, Cartagena, Eds. Pluma de Mompox-Colección Voces del Fuego: Testigos del Bicentenario, 2011.

José Polo y Sergio Paolo Solano (eds.), Historia social del caribe colombiano, Cartagena, Universidad de Cartagena/La Carreta Eds., 2010.

Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe colombiano, 1850-1930, Bogotá, Ministerio de Cultura/bservatorio del Caribe Colombiano/Universidad de Cartagena, 2003.

Elite empresarial y desarrollo industrial de Barranquilla, 1875-1930, Barranquilla, Universidad del Atlántico, 1993.

Bibliografía histórica del Caribe colombiano, Barranquilla, Universidad del Norte, 1991.

Coeditor de la colección Historia General de Barranquilla, Barranquilla, Academia de la Historia de Barranquilla, 1995-1997, 2 vols.

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