Facetas


Pese a todo, la vida es bella

LAURA ANAYA GARRIDO

14 de mayo de 2017 12:00 AM

Han pasado muchos años, pero el recuerdo de una niñez difícil aún quiebra la voz de Luz Eydis Romero Acosta. Estamos sentadas frente a frente en Membrillal, en la sala de su pequeña casa, que además es cuarto y cocina, merodean dos perros criollos… ‘Como tú’ y ‘Dormilón’, se llaman… y tres de los cinco hijos de Luz con sus ojos vivaces y sus cachetes pecosos. Por ahora, solo diré que ella nació el 23 de enero de 1986 en Valledupar. Ella cuenta el resto.

***
¿Que cómo fue mi niñez? Horrible -Luz habla bajito-.

Mi mamá se enamoró del mejor amigo de mi papá y nos abandonó para irse con él, ni se despidió. Éramos cinco hijos, yo tenía ocho años y mi hermanita menor todavía no caminaba. Mi papá era cristiano, y, como tenía que irse a trabajar, nos dejaba con unos compañeros de su iglesia. Al principio, nos repartía en varias casas, luego nos dejó a los cinco en una sola. Recuerdo que nos hacía guardar en una bolsa una pantaleta, una muda de ropa, pasta… nos decía: ‘ya vengo’, y regresaba a los tres meses.

Me mandaban para el colegio y yo me escapaba. No me gustaba la clase de Castellano, la profesora me la montaba y me maltrataba, los demás se burlaban de mí porque tenían mejores cuadernos, mejores lápices. Porque, como yo escribía con lápiz, para no comprar otro cuaderno -no había plata-, cuando se acababan las hojas limpias, borraba y borraba y planchaba las hojas y yo volvía a escribir… era el mismo cuaderno todo el año. La seño decía que yo no iba a ser nadie en la vida porque mis papás eran mediocres. Cuando me tocaba clase con ella me escapaba, me iba para donde una tía. O para donde mi abuela María Cristina, la madrastra de mi mamá… fue la única persona en el mundo que me enseñó qué es el amor. Siempre tenía una sonrisa para mí, me regañaba con amor, me abrazaba y me daba un beso.

Mi papá nos llevó a donde la madre de mi madre, pero de allá nos echaron y volvimos a la casa de los hermanos de fe… dormíamos en un segundo piso, la cama era una alfombra. Yo me hacía cargo de mi hermanita pequeñita y pasó un tiempo largo en ese son, uno o dos años. Mi papá nos dejaba bastimento (yuca, ñame…), para que lo vendiéramos y compráramos comida. Una vez él se fue a trabajar y una vecina llamó al Bienestar Familiar… me encontraron cocinando Bienestarina para mi hermana en un fogón de leña, sucia, mal vestida. Nos llevaron. Mi abuela materna consiguió que no nos dieran en adopción, mi mamá recuperó nuestra custodia, pero como ella no quería estar con nosotros porque ya tenía otra vida, así que mi papá volvió y preguntó quién se quería ir con él.

Un mes antes de cumplir los 14 años, me fui a vivir con mi papá y mi único hermano (las demás eran niñas) a un pueblo que se llama Los Encantos, donde mi padre consiguió trabajo haciendo ladrillos. El pueblo era hermoso, hacía mucho frío, todos eran blancos y había mucha violencia… se veía el balín de aquí para allá, no se sabía si era guerrilla o paraco. Al principio todo fue “bien”, hasta el horrible 28 de marzo del 2000. Lo recuerdo bien: esa noche llegó un niño como de ocho años y me dijo: “te llama tu papá”… a mitad de camino, y qué sorpresa, no era mi papá. Había dos hombres vestidos de camuflado, uno me tapó la boca y le dijo al otro: “mira que nadie venga”. Pensé en Dios, le pedí que me ayudara, que tuviera misericordia de mí. El tipo me llevó detrás de la iglesia… había matas de plátano, de café, de aguacate, y habló por un radio y le dijo a alguien que estaba ocupado. Sacó una navaja y comenzó a tocarme, yo lloraba de miedo y le pedía a Dios que me sacara de ahí viva…

Luz respira profundo. Llora y ambas callamos. Se seca las lágrimas. Se reincorpora y sigue:

Es que acordarme de esto me da taquicardia… Forcejeando me cortó aquí (señala el antebrazo derecho), me decía que abriera las piernas y, como yo no lo hacía, me pegó por la cabeza tan duro que me desmayé y boté sangre por un oído… desperté… no imaginas cómo hizo que despertara… orinó encima de mí, rompió mi blusa y mi falda y me dijo: “hacerle el amor a una mujer inconsciente no es igual a una que estás viendo a los ojos”. Me puso su cuchillo en el cuello… “o abres las piernas, o mato a tu papá y a tu hermano”… las abrí.

Volví a la casa y me bañé, me sentía lo peor de la Tierra, y mi papá me notó rara. Le cogí miedo a él y a mi hermano, no comía… nos devolvimos para Valledupar, mi papá sabía que algo me pasaba, pero yo callaba. Demoré como un mes que mi papá entraba al cuarto y yo me orinaba… no le hablaba a mi hermanito.  Me bañaba hasta diez veces al día.

Un día llegó una vendedora de fritos buscándome para que le lavara los platos, le ayudara a vender y a los mandados, me pagaría 5 mil pesos más la comida. Me fui con ella porque para mí eso era plata… Esa señora se dio cuenta de mi tristeza, de mi miedo, y buscó una psicóloga, así fui saliendo del abismo.

Un día, la señora me dijo: “tú estás embarazada”… ¿Embarazada? No. Yo lo negaba, nadie sabía que me habían violado, pero ella insistía e insistía. En la noche, me puso cuatro pastillas, una papeleta y un frasquito en una mesa, y me dijo: “puedes tomarte cualquiera de estas para que te venga la regla”… Le respondí: “embarazada o no, no soy Dios para decidir si alguien vive o muere, a mí no me enseñaron a abortar”…  Se quedó callada y yo me sentía muy mal.

Había un vecino que tenía 40 años y vivía solo con sus cuatro hijos y su madre enferma, un día me propuso trabajar en su casa, me iba a dar comida, dormida y 10 mil pesos diarios. Acepté. A los dos meses, me dijo que quería que conviviéramos como pareja… Ya yo quería saber qué se sentía hacer el amor con un hombre, hacer el amor de verdad, sin violencia… me vino el periodo por dos días, y me tranquilicé: “no estoy embarazada de la violación”, pensé. Un día hice el amor con el señor, pero no me gustó y me fui... mi papá había conseguido una mujer y ella no me quería en su casa… decía que prefería a un perro que a mí… no me dejó entrar a la casa. Esa vez dormí en la calle, me trepé a un palo de mango y ahí pasé la noche. Decidí techo y comida para mí y volver con ese señor. Y entonces me di cuenta: estaba embarazada.

Mi hijo nació el 27 de diciembre 2000, a las 5 de la mañana. Era blanco, ojos azules… y ese señor era negro y sus hijas morenas… ese abanico –señala un abanico negro en la sala- le queda blanco a ese señor y mi niño era pálido, como el hombre que me violó.

El señor se fue, dizque a hacer un viaje, a trabajar en su camioneta, y yo esa misma mañana salí del hospital. Caminé con mi niño en brazos hasta que llegué a la casa y encontré mi ropa en una caja de cartón. Una de las hermanas del señor me echó: como mi hijo era blanco creían que yo había engañado al señor.

Estaba deprimida, desamparada, andaba en la calle sin saber qué hacer y me le tiré a una buseta con todo y mi hijo. Gracias a Dios la buseta nos esquivó y recuerdo que en una tienda me dieron algo de beber. Mi hijo lloraba, porque tenía hambre… No le había podido dar leche, no me salía. Otra vez acudí donde mi papá, pero él no estaba ahí. Lo esperé donde una vecina y él apareció a los tres días. Mi papá y mi hermano me ayudaron, pero mi madrastra me echaba todo en cara. Yo tenía 23 días de parida cuando el señor regresó y me propuso volver con él… que me extrañaba, que se había acostumbrado a mí, que volviera y me daba comida, decía… Habló con mi papá y me llevó otra vez.

Él comenzó a beber mucho. Llegaba borracho y me obligaba a acostarme con él… por la comida de mi hijo y por un techo cedí al principio. A los tres meses supe que a mi violador lo habían matado porque violaba y mataba a las niñas que llegaban a Los Encantos… me sentí afortunada: por lo menos a mí no me mató. 

Cuando mi hijo cumplió once meses decidí irme. Corrí a donde mi papá otra vez y él no podía ayudarme. Su mujer le había dicho que si yo entraba ella salía… Eso fue duro, muy duro. Me iba de casa en casa y pedía a las señoras que me dieran comida para mí y mi bebé a cambio de lavar platos o ropa. Me daban que los 500 pesos y un poquito de arroz. Para dormir, esperaba que el vigilante de un colegio hiciera la ronda y me metía a un salón... ahí dormía con mi hijo en el pecho. Así pasé veinte días.

Yo tenía un reloj, fui a lavar una ropa, me lo quité y lo puse al lado de mi bebé, y una niñita se cogió mi reloj. Le dije al señor de la ropa: “ya vengo”, salí detrás de ella y le dejé al niño. El bebé se puso a llorar porque no había comido, le avisaron a mi papá y él fue a buscar el niño, se quedó con él unos días y me denunció en el Bienestar Familiar. Al final, mi mamá apareció para conocer a mi hijo, se enamoró de él apenas lo vio porque era bonito y de ojos azules. No le importó que el bebé estuviera enfermo, tenía el cuerpecito lleno de granos y lo llevó al médico, lo curó. Se quedó con mi hijo y me dijo que yo lo iba a ver cuando quisiera…
A los 16 años, me metí con otro hombre y tuve una niña hermosa, pero no me entendí con él: me engañó con una de mis hermanas y yo me fui. Le dejé la niña a mi suegra, sabía que con ella iba a estar bien. Me conocí con otra persona, después de un tiempo salí embarazada otra vez y me fui a Lorica (Córdoba)… y una noche me pusieron un bendito revólver en la cabeza: “sales o te mato”… salí sin ropa, sin plata, apenas cogí mi contraseña y me vine en chances hasta aquí (Membrillal). Eso fue en 2006 y yo solo buscaba un lugar donde me acogieran, me ayudaran, y aquí lo encontré.

***
Cuando el hijo mayor de Luz tenía diez años, ella no podía siquiera verlo a los ojos sin sentir miedo. Era la misma mirada azul de su padre. El niño no tenía la culpa, Luz tampoco, pero a ella le daba taquicardia solo de escucharlo hablar. El tiempo y tres psicólogos hicieron su trabajo y hoy, Luz puede darle los buenos días sin sentir pánico, sin recordar el horror de aquella noche.

“Y yo te digo una cosa, Laura, tengo 31 años y soy madre de cinco hijos, a mi cargo tengo tres y los amo con el alma. No tengo casa, esto es arrendado y hasta me han echado porque a veces no tengo para pagar, y le estoy pidiendo a Dios en este momento que no vaya a llover, porque todo esto se llueve y después se mojan ustedes. Estoy esperando que me indemnicen para hacerle una casa a mis niños, porque ellos son mi motor. Por ellos vivo, por verlos reír”.

Una vez al año, Luz recibe ayuda humanitaria y le compra ropa a sus hijos. Y parece que Santa no se sabe el camino a esta casucha azul, porque no hay regalos.

“Pero, ¿sabes? Ser mamá es lo mejor del mundo. Amamantar, sentir a tus hijos cerca, verlos sonreír... El amor a un hijo es el único amor seguro que toda mujer tiene”.

Y a pesar de todo, y de todos, aquí sobreviven los sueños: una de las hijas, quiere ser doctora para conseguir dinero y darle a Luz todo… ¡Que no le vuelva a faltar nada! El segundo le ha prometido un carro y el más chiquito jura que apenas crezca le construirá una casa grande, grande, de cinco pisos, donde todos quepan. Donde la vida sea mejor. Donde haya para comprar los regalos de Navidad y los del Día de las Madres.

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