Facetas


Rafael Cassiani Cassiani, son vivo en Palenque

MELISSA MENDOZA TURIZO

11 de diciembre de 2016 09:50 AM

Palenque está caliente. Más caliente que nunca. La tierra es amarilla y se nota que la lluvia hace rato no pasa por aquí.
***
Es una mañana seca en la que después de recorrer el pueblo donde los mismos pobladores dicen, “hay más por contar que por ver”, llego a esta casa del barrio Arriba que tiene tambores pintados en las paredes, traída por guías jóvenes palenqueros. Llego aventurada a encontrar al gran músico de Palenque y el Caribe colombiano, a Rafael Cassiani Cassiani.

El maestro sí está, sale a recibirme, apaciguado, silencioso y sin suéter; y como esta es mi tercera vez buscándolo a mí me vuelve el alma al cuerpo. Tiene puestos unos collares africanos de bolas negras y blancas, y una medalla dorada que recibió del Gobierno colombiano en 2010.

“Buenas, cómo le va”, dice. Le respondo: “todo bien maestro, quiero hablar con usted, lo vengo buceando hace rato. La otra vez vine y no estaba”.

Con su voz suave me hace entrar a su casa, humilde y desgastada. Está llena de insumos para hacer tambores y de instrumentos musicales. Es oscura. En la mitad de la sala hay una vieja máquina de coser de la esposa de Cassiani.

Y él dice: “vamos pal patio”, un espacio hecho de horcones y techado con palma. Aunque hace calor corre el viento que viene de los Montes de María, cruza el Dique y va al Mar Caribe.

Camina lento mientras agarra una camisa colgada en la sala que se la va abrochando hasta el patio. “Siéntese”, invita. Le ofrezco tomarnos un litro de Kola Román para el calor, él acepta y comenzamos a hablar.

No importa tanto cómo está, importa más la tranquilidad que veo en sus ojos, la paz que siempre le aplauden sus pupilos y su maestría en escuchar a otros…tiene ochenta y tres años de saber musical que lo vuelven el último de los grandes maestros del Son Palenquero y una leyenda viva en su San Basilio.

Inspirado en África

“Esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación.
El Ingenio Santa Cruz, una cosa poderosa, llegaron al desengaño y derrotaron toa las cosas”… 

Canta Rafael Cassiani Cassiani la primera estrofa de su canción “Esta tierra no es mía”, la más significativa para él. Su Sexteto suena a pasado, a lucha, a raíces sólidas y a tierra caliente.
Fue su tío Martín Cassiani Cassiani, quien desde que Rafael tenía ocho años, formó el Sexteto Habanero Palenquero en la década de los veinte, cuando los palenqueros viajaban horas y horas a la Zona Bananera, en el Magdalena.

Allí conoció al sexteto que lo inspiró, el Nacional de Cuba. Ellos salieron de África, llegaron a Cuba y de allá vinieron a dar al Ingenio Central Colombia, creado por el cubano Juan Bacallao.
“Y mire, mire, ahí está los seis instrumentos –señala la pared donde están pintados–, ahí está el Sexteto Tabalá de Palenque con la timba, los bongoes, la marímbula, las maraca, la clave y la guacharaca”, enfatiza.

La marímbula, una caja rectangular con un hueco en la mitad y que lleva una especie de teclas metálicas resonando como un bajo, es quizá el instrumento más característico y diferente. Se la enseñaron a su tío los cubanos y él la replicó. “Hoy los jóvenes palenqueros aprenden a fabricarlas para sumarla a sus grupos musicales y mantener nuestras raíces”, expresa Cassiani. 

Con sus seis instrumentos, el Sexteto Tabalá, han vivido Colombia y el mundo: Washington, Nueva York, Los Ángeles, Caracas, Londres, Madrid, Barcelona, Jamaica, Panamá, Ecuador, Dinamarca, Argentina, Canadá. De estos escenarios, el que más admiró el maestro fue Inglaterra porque asistió a un festival de música en la que había cinco grandes tarimas, en las que cada día se tocaba en una diferente.

La Habana, Cuba, los oyó tocar en 2011 y también Santiago. Los collares de gruesas cuentas que solo se quita para dormir y bañarse, se los dieron allá como suvenir.

El ingenio: la música 
Cassiani, después de un sorbo de gaseosa, retoma “Esta tierra no es mía”, la entona con fuerza, tiene el ceño fruncido:

“Yo salí de cacería, lo que maté fue una lora, la petición de Colombia desde que llegó la Incora.
Esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación.
Llegó la Reforma Agraria, como una cosa infinita, lo malo que ellos hicieron: nos dejaron sin azúcar.
Esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación.
Dijeron los incoderos ahora sí tenemos plaza, se paran en las esquinas a habla de caballo y vaca.
Esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación.
Oiga señores palenqueros, lo digo con poca gana todos los que aprovecharon fue la gente e’ Malagana.
Esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación.
Llegaron al desengaño como una cosa que arrastra, me dijo el doctor Cortázar: Cassiani vaya pa’ su casa”.

El maestro la recuerda con nostalgia. Es una crítica al Incora, Instituto Colombiano de la Reforma Agraria. Su llegada provocó una crisis laboral en los ingenios azucareros de la zona baja de los Montes de María, durante los 60 y 70. La crisis hizo que los pequeños productores vendieran sus tierras y despidieran a sus trabajadores, y que la gran mayoría de ellos quedaran en la nada.

“Por eso es que yo canto: Llegaron al desengaño como una cosa que arrastra, me dijo el doctor Cortázar: Cassiani vaya pa’ su casa”. Guillermo Cortázar Urdaneta era para esa época, el gerente del Incora en la Costa. Dice Cassiani que su jefe, Orlando Vélez González, vendió al Incora el Ingenio Santa Cruz por 23 millones de pesos.

Caliente porque Vélez lo vendió le reclamó, y este le dijo que seguiría trabajando con el Incora, el maestro esperó a Cortázar 18 días y a su llegada le contestó: “Cassiani, yo contraté ya a 200 empleados en Palmira”.

“Los que habían trabajado ahí desde niños, empleados de Sincerín, Palenque, Mahates, Marialabaja, Arjona, se quedaron sin trabajo cuando el doctor Cortázar nos dijo: ‘Váyanse pa’ su casa, y por eso la canción’”.

Cassiani se olvidó del ingenio, del azúcar, de la agricultura por un momento y llegó a su casa con la dolorosa noticia a su mujer.

Se sentó en una butaca y no durmió componiendo la canción. En la mañana llamó al grupo y le pusieron música. Perdió en el ingenio pero retomó una causa más noble, esa con la que había crecido y que en la juventud le dio fama en Cartagena, Magangué, Fundación (Magdalena), San Antero (Córdoba), Corozal (Sucre) y cien pueblos más. Retomó el sonido del pechiche y se fue a cultivar su tierra, la que lo inspira en muchas de sus canciones. El maestro Rafael Cassiani, que ha hecho más de 200 canciones basadas en las tradiciones palenqueras y Caribe, es hoy la inspiración de los nuevos aires musicales que emergen de su tierra…

Maestro, ¿y hoy sigue haciendo música? –pregunta capciosa–.

Nunca dejo de hacer música. Es lo que me llena de vigor y vida. Con ella nací, con ella me iré a la muerte –responde–.

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