Si no lo hubiera visto antes de que se metiera a la piscina, juraría que Raúl Cesarén no es una persona con discapacidad.
Segundos antes, cuando estaba en el borde de la piscina del Complejo Acuático, daba la impresión que podía ahogarse al primer contacto con el agua, miedo que desapareció por completo una vez que se sumergió. Parece que ese fuera el único lugar en el que se siente cómodo. Ahí no es diferente. De hecho, es superior a cualquier otro. Nadie notaría, a menos que lo conociera, su limitación física.
Hace 59 años, en Barbosa (Bolívar) nació un bebé de tamaño gigante, quien a los 8 meses lucía distinto a los demás. Le dio la mal llamada fiebre mala, que no es más que poliomielitis, una enfermedad que afectó sus músculos inferiores y lo dejó paralítico.
Él fue el primer caso en ese corregimiento. Recuerda que una vez estaba en la orilla de un barranco, días después de una creciente del Río Magdalena, y se moría de ganas por saltar y nadar como un pez más.
“Me acuerdo que decía: 'Dios mío, ¿por qué no me enseñas a nadar? Hasta que me dieron unas ganas tremendas de meterme al agua. Cuando salté, no me hundí. Es más, nadé. Cada vez me abría más lejitos hasta que me fui a la mitad del río”, cuenta con una sonrisa que no logra desdibujar de su rostro.
Mientras nadaba, se acercó un grupo de jóvenes que hacía una apuesta entre ellos para ver quién era el mejor nadador. El ganador obtendría un mango enorme. Raúl les dijo a los muchachos que deseaba participar en la apuesta. Aceptaron. Y quedaron abrumados cuando Raúl cruzó el río de forma tan veloz que se los pasó a todos. Y no les quedó otra opción que darle la preciada fruta.
Incrédulos por lo sucedido, le pidieron una revancha. Esta vez, el premio era otro mango, pero más grande que el anterior. Raúl aceptó y nuevamente se quedó con el mango y la amistad de aquellos chicos.
En una de sus visitas a Cartagena se encontró con Alberto Gómez, entrenador de baloncesto de sillas de ruedas, quien le pidió que se uniera al equipo que él lideraba, pues le hacía falta un hombre con su estatura.
“Necesitaba un man grande como yo para que jugara baloncesto. Me acuerdo que tenía una silla de ruedas pequeñita que me habían regalado, pero me sentía inmenso en ella. Los demás compañeros se burlaban, porque me veía ridículo en la sillita, que parecía de esas hospitalarias, pero no te imaginas cómo la ponía a correr”, cuenta.
Una noche, después del entrenamiento, se sentó en la sala a ver televisión y vio que salió la pauta de un campeonato de natación para discapacitados en Bogotá. No durmió bien pensando en que esa sería la oportunidad que estaba esperando para destacarse y mostrar la habilidad que tenía desde niño.
En la mañana le comentó a su entrenador sobre el campeonato. Le aseguró que él nadaba muy bien, pero en aquella época era muy difícil conseguir los recursos para apadrinar a la novatos en esa disciplina. Fue así como Raúl llegó hasta donde un concejal de la ciudad y le contó que quería participar, que estaba seguro de que ganaría.
Contó con suerte, pues el funcionario era un aficionado a la natación y le dio 215 mil pesos para los pasajes de ida y regreso a Bogotá. La única condición era que le trajera, por lo menos, una medalla.
“Me gané dos medallas de oro: una en los 50 metros y la otra en los 100. Le gané a uno que le decían 'El indio', quien, según supe, todos los años era el único campeón”.
Hace un repaso mental de todos los torneos en los que ha participado y logra calcular que son cerca de 12 las medallas de oro que tiene en su casa. Casi todos los campeonatos en los que participa gana. Sin embargo, recientemente, perdió.
Ese tema lo pone de muy mal humor. No está acostumbrado a las derrotas. Me cuenta, como si se tratara de la injusticia más grande que se ha cometido, que lo cambiaron de categoría. Cada categoría tiene un grupo de personas con discapacidades parecidas; y, al cambiarlo, pudo haberse presentado una competencia desigual.
“Eso fue en Bucaramanga. Siempre he sido S5, pero en ese torneo me pasaron para S6; y en esa categoría había unos enanos sin ninguna discapacidad, porque ellos tienen sus extremidades completas. Es absurdo”, expresa iracundo.
¿Y cómo no? Si los enanos fueron los grandes vencedores del torneo: lo dejaron de último. Una humillación de la que todavía no se recupera.
Es un apasionado por los deportes. Cree que si no fuera por su limitación física, hubiese sido uno de los campeones de boxeo que más glorias le hubieran dado al país. Dice que pega muy duro, y le creo: tira unos ganchos con esos brazos enormes que dan la impresión de que puede lastimar al contrincante más fuerte.
“Al que se ha equivocado conmigo, le he pegado y ha quedado muerto”, expresa como fanfarroneando.
Antes de que le gustaran la natación y el boxeo, practicaba fútbol. Pero, por su discapacidad, las reglas del juego se invertían un tanto.
“Cuando estaba pequeño jugaba fútbol con la mano. A veces también hacía de arquero; pero si tocaba la bola con las piernas, me decían: 'mano, mano'. Entonces los pelaos siempre trataban de tirarme la bola por los pies para que dijeran que fue falta”.
-Niña, ¿usted tiene hijos?-pregunta
-No, señor-respondo
-Antes de tenerlos, hágase todos los exámenes posibles. No traiga un niño con estas limitaciones. El mundo es muy duro con uno.
Me detengo a analizarlo por completo. Se ve que le ha tocado guerrear. Su apariencia lo demuestra. Además de su sencilla ropa y maletín desgastado, hay otro detalle que no pasa desapercibido: la silla de ruedas. Está tan acabada que no sé cómo hace para usarla. Las ruedas gastadas y salidas la hacen ver tan frágil que da la sensación de que en cualquier momento Raúl puede desplomarse en el piso. Necesita una nueva urgente.
Sé que el Observatorio del Caribe Colombiano apoya una campaña para reemplazar la silla de ruedas actual. Sin embargo, Raúl nunca habla de alguna ayuda a través de la nota, nada. No tiene ese discurso social que inspira lástima. Él sólo se limita a conversar sobre lo bueno que es en la natación y lo que podría lograr si hubiese nacido sin la enfermedad.
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