Facetas


Relatos de pasajeros de busetas

LAURA ANAYA GARRIDO

20 de marzo de 2016 12:00 AM

La universitaria sale de clases y quiere ir a casa. Debe abordar, como casi todos los días, una buseta de Socorro-Jardines que atraviese la ciudad por la Avenida Pedro de Heredia y la deje a una cuadra de su hogar. El recorrido tarda una hora, normalmente, y ella sube al vehículo frente al monumento a la India Catalina, en el Centro Histórico. Va tranquila en una de las sillas centrales y justo por el caótico Mercado de Bazurto sube un vendedor de dulces. El tipo, alto, moreno, fornido...normal, se sienta a su lado. El vendedor comienza a hablarle despacito y ella lo ignora, es que no le gusta charlar con extraños. ¡Y este hombre no se da por vencido! No para de hablar y finalmente ella gira su cabeza para mirarle. Cae en la trampa.

—Dame el celular—, susurra el “vendeatracador”, tranquilo, como quien pide un vaso de agua. Esconde su mano derecha en su suéter, como si empuñara un cuchillo o quién sabe qué. A lo mejor ni tiene arma, pero ella entra en pánico, se siente indefensa. Saca su celular de gama baja y se arriesga a pedir un solo deseo.

—Pero me dejas la Sim Card—.

—Bueno, coge—, responde el hampón, que ahora parece nervioso.

Él toma el teléfono, saca la tarjeta y cumple con el “trato”. Se levanta rápido, baja de la buseta y se pierde en el caos de carros, transeúntes y vendedores ambulantes. Ella arranca a llorar.

No es cuento, esta historia loca es real y tan común como usted la imagina.
Según Héctor Sierra, gerente de la empresa Coorsotranscar y representante de propietarios y conductores de busetas, en Cartagena, en promedio 1.200 buses y busetas prestan el servicio público de transporte. La misma fuente dice que cada uno moviliza diariamente entre 300 y 500 pasajeros, así que no es descabellado pensar que cada vehículo se convierte en el escenario perfecto para incontables historias.

¿Quién no se ha tropezado con un par de payasos que siempre echan los mismos chistes? Ni qué decir de los vendedores de chicles, dulces, pomadas, jarabes y tarjetas románticas con pésima ortografía, indigentes, enfermos, cantantes...en fin, la lista es larga, pero ¿quién regula esta situación? Nadie porque ese “comercio” es informal.  

Basta con ojear los comentarios de las noticias de El Universal relacionadas con el transporte público para darse cuenta de que Cartagena manifiesta un sentimiento común hacia todos estos personajes: prevención. ¿Por qué? Sencillo, detrás de algunos -y no quiero generalizar- se esconde el ratero. El bandido del relato de la universitaria, que busca a la víctima y mientras reparte el confite ve qué pasajero tiene un buen celular o una joya bonita...cualquier cosa “buena” para arrebatársela.

Atracos, ¿más?
La Policía Metropolitana dice que entre el primero de enero y el 15 de marzo de 2016 arrestaron a unos 280 ladrones y se denunciaron en Cartagena 294 hurtos en todas sus modalidades —a personas, casas, negocios y vehículos—. De esas denuncias, 137 corresponden a atracos a personas. La institución resalta que el número es menor si se compara con el mismo periodo de 2015, cuando asaltaron a 407 cristianos.

El sistema de información policial no distingue entre un atraco a una persona en una esquina o en una buseta, por lo que no hay un consolidado de atracos a pasajeros —desafortunadamente para esta página—, pero las cifras sí sirven para hacerse una idea de la dimensión del problema.

Hay que considerar, primero, que la Heroica es relativamente pequeña (tenía en 2015 un millón 319 mil 359 habitantes, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística). Segundo: hay muchas víctimas que no se atreven a denunciar o simplemente les da flojera, así que la cantidad podría ser mucho mayor. 

Otros “piropos”
Hay otra cosa que los pasajeros “adoran” de las busetas: los abusos. El cuento viejo de la “guerra del centavo”, ir a toda antes de llegar al reloj y como tortugas cuadripléjicas cuando por fin entregan la cartulina. O decirle a un pasajero que suba cuando a la buseta no le cabe ni un recado. ¡Y cómo obviar los benditos transbordos y la música a todo volumen!

Y para terminar, tres cosas. Uno, eche un vistazo a la cantidad de infracciones o abusos cometidos por conductores y esparrins de buses y busetas.

Dos, lea las cortas anécdotas que lectores de El Universal dejaron a través de Facebook. Tres, vea si estas dinámicas sociales están cambiando o no con Transcaribe en la siguiente página: “Transcaribeñadas”. (Vea aquí: Transcaribeñadas, cuando la anarquía choca con el civismo).

 

Ocho anécdotas para reír...o llorar

UNO. Una vez un hermano mío y yo íbamos en una buseta. Nos iban a atracar y mi hermano, conociendo su intención (de los ladrones), comenzó a hablarles de lo mal que se siente cuando se pierde algo que con tanto esfuerzo se ha adquirido. A los tipos les valió... cuando íbamos por Bazurto, se levantaron a atracarnos pero no contaban con que ya estábamos preparados y los supimos confrontar. Se bajaron sin atracarnos porque los enfrentamos.

DOS. Me pasó hace rato, pero nunca se me olvida. El chofer se bajó y se sentó en una mecedora, en una terraza, a tomarse un café y todos los pasajeros quedamos sorprendidos.

TRES. Siempre pago mil pesos en las busetas, pero cuando van lento y les reclamo siempre el esparrin dice que no tengo derecho a reclamar porque pagué mil pesos.

CUATRO. A veces se sube a las busetas una muda que reparte tarjeticas por unas monedas y cuando nadie le da sale estrilando. “Parranda de chichipatos”, dice...y eso que es muda.

CINCO.  Una tarde iba en la buseta con mi esposo. Él tocó mi rostro y me dio un tierno beso, nada vulgar, y  una señora gritó: “¡Andaaaa, mira cómo la agarra! Ya no quieren ni respetar, por eso es que el mundo está perdido”. Mi esposo y yo solo dijimos: esa señora debe calmarse.
SEIS.  Cierto día montaron un perro enorme al lado de mi asiento en el bus y le dije al esparrin: “si ves un burro, móntalo también”.

SIETE. Iba en una buseta de Socorro-Jardines, escuchando música con mis audífonos y de pronto se me acerca el esparrin y me quita un audífono. “El chofer está preguntando por ti, quiere tú teléfono...él es el hijo del dueño de la buseta”, dijo. Solo le dije: “muchas gracias, pero no me interesa. Devuélveme el audífono”. Me lo puse y seguí escuchando música.

OCHO. Una vez peleé con un busetero porque no cumplió con la ruta. Fue “muy agradable”, me tocó caminar un montón, qué buen servicio, esa es mi anécdota.

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