Facetas


Retrato de un cronista genial

GUSTAVO TATIS GUERRA

24 de abril de 2016 12:06 AM

¿De dónde sacaste este gallo?- le preguntó García Márquez a Jaime Abello al conocer al periodista Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963).

El Premio Nobel de Literatura colombiano quedó impresionado al leer su magistral perfil El testamento del viejo Mile, una de las cinco piezas periodísticas finalistas del Premio Nuevo Periodismo Cemex+FNPI (entre 470 concursantes de 21 países). El premio lo recibió en Monterrey, de manos de García Márquez.

Lo recuerdo ahora en la vieja sala de redacción del diario El Universal de la Calle San Juan de Dios, apretando las manos a la hora de encontrar la palabra o el adjetivo preciso para una de sus crónicas. Golpeaba duro el teclado en aquella máquina de escribir que parecía una llovizna sobre un techo de zinc. Leía y releía, tachaba, corregía, se estiraba y traqueaba sus dedos. Implacable, perfeccionista, laborioso, infatigable, sin artificios, Salcedo se ha convertido en uno de los mejores cronistas de Colombia y del mundo. Va y encuentra lo esencial de las historias humanas, y no hace apuntes en la primera visita, porque regresa a mirarlo todo con una segunda dimensión.

Así ha escrito el excelente perfil El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé, La eterna parranda (Crónicas 1997-2011), el libro Diez juglares en su patio, en coautoría con Jorge García Usta, y Botellas de náufrago, publicado por Luna Libros, una de las novedades de la Feria del Libro de Bogotá 2016, uno de las obras más leídas y buscadas entre los lectores colombianos.

Esa pasión obstinada por ir tras la verdad y desentrañar el alma de los músicos populares, héroes anónimos, protagonistas de las tragedias colombianas, es una de las mayores virtudes de este periodista que ha llevado a la crónica a una excelsa estatura mundial. Ha demostrado que las mejores historias están en la realidad y siempre la ficción competirá con los desatinos y las maravillas del mundo.

¿Cuántos procesos has percibido al elegir un perfilado desde que lo conoces hasta que escribes la crónica?
-Gay Talese dice que cuando conoce a sus personajes suele prestar menos atención a lo que ellos dicen que a lo que hacen. Su argumento es que la gente, por lo general, quiere impresionar a los periodistas. Lo que uno busca como contador de historias es que se muestren como son. Yo siempre tengo a la vista ese consejo, y también recuerdo esta frase de Robert Louis Stevenson: “contar historias es escribir sobre gente en acción”. Todo lo que quiero es que me dejen capturar las escenas de su cotidianidad. A mí me interesa quedarme ahí tanto tiempo como sea posible, no sólo oyendo lo que los personajes dicen, sino sobre todo siendo testigo de cómo actúan. Esto es lo que más me interesa.

¿Cómo manejas el proceso de edición?
-Me gusta borrar y rehacer. Héctor Abad Faciolince dice que todos estamos habitados por un mal escritor, y que por tanto hay que mantenerse vigilante para que no sea ese mal escritor el que termine escribiendo el texto. La mejor forma de blindarse contra ese peligro es reescribendo tanto como sea necesario. Hay que atreverse a dinamitar, incluso, el párrafo que más le gusta a uno. Editar y reescribir es brindarle al texto más oportunidades de que alcance su máximo potencial.

¿Qué sigue deslumbrándote de Gay Talese?
-Gay Talese tiene una extraordinaria capacidad de penetración sicológica. Él eleva la apuesta porque además de narrar las acciones de los personajes se arriesga a explorar su psiquis. Cuando escribió sobre el boxeador Floyd Patterson, por ejemplo, descubrió a un hombre miedoso. Eso hizo que Talese -en una pincelada magistral- se atreviera a llamarlo “Freud” Patterson. Talese es un escritor fino y un reportero acucioso.

En tu reportaje de Diomedes Díaz, ¿qué hubieras querido preguntarle si lo hubieras tenido frente a ti?
-Te lo respondo sin el menor titubeo: le hubiera preguntado quién mató a Doris Adriana Niño y a quién se le ocurrió la cruel idea de botar su cadáver en un matorral de Boyacá.

¿Cuál es la línea delgada que diferencia la crónica de un texto de ficción y qué piensas de aquellos que hacen crónicas en formato de novela?
-Empiezo por la última parte. Como bien sabes, fue Truman Capote quien acuñó el término “novela de no ficción”. Me parece válido. La literatura no es patrimonio exclusivo de los autores de ficción: los escritores de no ficción también pueden crear una gran literatura. Quien lo dude, que se acerque a los textos de Joan Didion o a los de Joseph Mitchell. La crónica es periodismo porque contiene datos verificables y literatura porque está escrita con belleza estética.

¿Qué nuevas perplejidades humanas te han deparado tus crónicas al ser leídas por sus protagonistas?
-Una vez un personaje en El Salado me dijo que me contaba la historia porque sabía que yo, como periodista, la iba a contar, y de ese modo el país recordaría siempre la masacre que había padecido su pueblo. Yo cuento historias para ayudar a mantener viva la memoria en estos tiempos de vértigo y olvido.

¿Por qué su reciente libro se llama “Botellas de náufrago”?
-Porque creo que el acto de escribir, en esencia, se ejerce desde una isla de naufragio. Allí uno se las arregla como puede para arrojar sus botellas al mar a ver si alguien las encuentra.

¿A qué personaje quisieras entrevistar o qué historia quisieras contar?
-Sueño con contar la historia de cómo llegaron los tambores africanos a América. Amo el golpe del tambor. Cuando lo oigo siempre le encuentro sentido a aquella bella frase de Jean Giradoux: “no permitas que tu cuerpo sea la primera sepultura de tu esqueleto”.

Epílogo
Salcedo Ramos tiene otra virtud: una curiosidad inagotable por descubrir nuevos matices de la realidad, sabe que una noticia es como un ciempiés: detrás de cada historia hay otros secretos escondidos en el alma de sus protagonistas. Lo demás, es su disciplina feroz y su vocación de buceador de aguas profundas.

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