Facetas


Richard de día, Shaira de noche

MELISSA MENDOZA TURIZO

24 de abril de 2016 12:00 AM

“No quiero operarme para fingir ser mujer. No me veo con tetas y mucho menos con nalgas protuberantes. Soy un hombre y me siento bien así”. 

Richard Vides describe en veintiséis palabras su identidad y parece tenerla muy clara.

Es transformista y punto. Su nombre de los sábados es Shaira y de lunes a viernes, Richard.

Me cuenta que desde niño entendió cuál era su inclinación pero el prejuicio está en todas partes, por lo menos en Colombia, y él nació en Mompox, el pueblo costumbrista y religioso por excelencia de Bolívar. Entonces ocultó su identidad.

A los trece años rompió su silencio. Abrió el corazón a sus padres y confesó que era homosexual. Ellos solo le dijeron: “mijo, sea como quiera ser”. ¿Quién lo diría? Sus padres, que crecieron en un pueblo donde la misma cultura dice que ser gay es malo, lo apoyaron de forma incondicional.

“No puedo negar que mi padre trató de corregirme, no a lo bruto, con cariño, pero yo tenía claro lo que era”, recuerda Richard, que no es el único integrante homosexual en su familia. A los de su casa les tocó sufrir la muerte de un tío travesti, Lucas Vides, asesinado en Bogotá.

A pesar de todo, con el respaldo de sus padres y el apoyo de sus cinco hermanos, Richard llegó a Cartagena para “comerse el mundo”. Ella o él, no le importa cómo le llamen, lo único que quiere es respeto.

Aquí estudió enfermería pero esa no era su vocación, la belleza sí. Tanto, que hasta se convirtió en preparador de reinas y formó parte del Ballet Folclórico Calenda.

Hace diez años trabaja en lo que más le gusta: la peluquería. Pasa de lunes a viernes en un salón de belleza. Siempre llega a las ocho de la mañana, regresa a casa, en Getsemaní, a las 7 de la noche, para después cumplir una cita ineludible: en la Plaza Fernández Madrid, en el Centro, todas las noches entrena junto a un grupo de bailarines.

Con la luna, la magia del Centro Histórico, la seriedad y la disciplina que lo han convertido en uno de los mejores bailarines de Cartagena, Richard forma a su equipo. Pareciera transformarse en otro ser. Alza su gruesa voz, regaña y corrige. Es el líder.

Sus aprendices aseguran que es un gran tutor, que si no fuera por sus exigencias no habrían aprendido lo que hasta ahora. 

Ese líder neto que regaña con voz gruesa y que afianza conocimientos de danza en sus pupilos, el sábado se convierte en la más tierna gatita. Pero cuando las horas avanzan es la más ruda leona. Es Shaira.

***

Es sábado. Todo en su cuarto es de mujer, la sábana es verde clara, escucha música suave, balada, “música para planchar”. Son las nueve de la noche y apenas comienza su ritual de maquillaje.

Al lado izquierdo del cuarto, que a mis ojos mide cuatro por cuatro metros, cuelga una chaqueta de terciopelo con bordes dorados. Esa se la regaló una mujer que la vio en un show, y quedó encantada. “¡Carísiiiimaaaa que debe ser mi vida! La uso solo en momentos especiales”, dice.

Prepara sus extensiones naturales, las plancha y las alista para después del maquillaje. No deja que le toquen el pelo y mucho menos el rostro, ella misma hace todo.

Empieza por la base líquida y masajeando su rostro. Se pone polvo compacto y luego polvo suelto. Usa iluminador debajo de los ojos y aplica un tanto el visagismo para tener una nariz más fileña, más bonita. Se pinta los ojos y pone rubor.

Usa un material que me mostró, pero me pidió que no revelara su nombre, para darle forma femenina a sus muslos, nalgas y caderas. Todo ese ajuar lo guarda como un tesoro debajo de su cama.

Collares, tacones, aretes y selectos vestidos forman parte del repertorio que Shaira usará esta noche. “Jamás repito vestidos. Los regalo o los presto, pero nunca me vuelvo a poner una pinta que ya usé”, expresa.

Escoge un traje de encaje gris que destaca su esbelta y trabajada figura. En su abdomen se le marcan los “cuadritos”. –Qué envidia–, le digo. Ella nada más se ríe…

Y ni qué decir de los espejos que le hacen apología a su cuerpazo. Shaira lleva en su biotipo la suerte de un metabolismo acelerado que la mantiene delgada, que además complementa con su baile. ¡Ah! Se me olvida...tiene el tocador repleto de perfumes.

Ahora está lista para salir. Camina desde Getsemaní hasta Santo Domingo, en el Centro Histórico, y es “la” chica de la noche. Todos la miran.

Tras diez minutos de camino en tacones, llega a un bar y sus pasos bajo las estrellas no distan de la canción “Todos me miran”, de Gloria Trevi: “Me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones, me pinté y era bella. Y caminé hacia la puerta te escuché gritarme, pero tus cadenas ya no pueden pararme. Y miré la noche y ya no era oscura era de...lentejuelas. Y todos me miran, me miran, me miran”.

Libertad. Esa es la esencia de la canción y es, además, el estado más vibrante de la bella Shaira desde que se volvió transformista. Por eso elige la noche del sábado para soltar la rienda y decir “soy libre, soy yo”. Se vale de sus cualidades para el baile, provoca el movimiento en otros, mejor dicho: despierta la rumba y con el “flow” más explosivo. Literal: todos la miran, la jalan de un lado a otro. No gasta un solo centavo en trago. “Aunque traigo mi plata, la gente me invita”, precisa.

El baile dura tres horas. La mujer que todos miran, la que se gana año tras año la mejor vestida en cuanto concurso participa, regresa a las dos de la madrugada a su casa porque ante todo para ella están la cordura y la seriedad.

Janina se llamó primero, se aburrió y aceptó que una amiga le llamara Lier, pero cuando supo que significaba mentiroso en inglés renunció a él y se quedó con Shaira, en honor a una niña que ganó un concurso televisivo de canto.

Shaira de noche, Richard de día. No es tan importante su identidad sexual, tanto como ser humano… o humana.

 

ES COMO UN ORGASMO

Se podría decir, a partir de la psicología, que la experiencia de un transformista al cambiar momentáneamente su identidad, es como un orgasmo. “La vivencia de un homosexual cuando se transforma, se convierte en un momento para desprenderse de los paradigmas culturales y comienza a ser él mismo. Desde el primer momento en que comienza a maquillarse vive ese grado de satisfacción personal que podría asociarse con el orgasmo”, explica la psicóloga, especialista en ética y pedagogía, Jackelin Cabarcas Ortega.

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