Una espaciosa casa amarilla con rojo colonial y rejas negras, que bordea una de las esquinas de la calle 70 del barrio Crespo es, desde hace tres años, el hogar de Rodrigo “Rocky” Valdés.
Al frente, atravesando la avenida, otra casa parece imitar el modelo y los colores que Rocky ha escogido para su casa. Estacionada al lado de la residencia, está su vieja camioneta Ford ocre con café.
A la entrada, la bienvenida la da un afiche donde hay un dibujo de sus momentos cumbres como boxeador; y otro, donde aparece vestido de negro sosteniendo un cartel político en el cual Augusto Beltrán Pareja se anuncia como aspirante a la Asamblea; y Rafael Vergara, al Concejo.
Alrededor de esos dos afiches, y como si estuvieran certificando que esa es la casa de Rocky, hay 12 reconocimientos a sus éxitos deportivos.
Una columna forrada en madera brillante, del mismo material que el cielorraso, divide la sala del sencillo y elegante comedor café, frente a la pequeña sala de televisión y al templo donde reposan los afiches y sus condecoraciones.
Allí, en esa casa, donde no hay espacio para el desorden, gracias a su compañera, Ana, Rocky Valdés inicia, antes de las 7 de la mañana, lo que se ha convertido en una de sus rutinas: camina frente al mar, regresa a su casa, se baña, toma café y jugo de naranja. Duerme hasta el mediodía.
Se levanta, se cambia, toma las pastillas para controlar el azúcar en la sangre, va al mercado de Bazurto, saluda a sus amigos, cobra una que otra deuda y se pone al tanto de sus negocios en los cuales pudo invertir el dinero que, como campeón mundial de boxeo, empezó a ganar desde el 25 de mayo de 1974 cuando en el séptimo asalto le arrebató al “Robot de Philadelphia”, Benny Briscoe, el cinturón de los pesos medianos de la CMB.
Luego de atender los negocios, el “Campeón”, como le dice con respeto cualquiera que lo reconozca en la calle, continúa con su rutina. La más antigua de todas y la que le ha dejado y le deja, al igual que el boxeo, muchas satisfacciones: el cine.
“Hace como unos 20 años que veo a Rocky Valdés viniendo sagradamente a cine”, afirma Mercedes Noriega, una señora delgada, con muchas canas, quien hace 27 años trabaja como taquillera de los teatros que son hoy de Cine Colombia.
“Siempre lo he visto solo, y lo veo tres veces a la semana cuando hay estreno. De vez en cuando le regala a uno una gaseosa, una fruta, una camisa. Él es muy detallista con los que trabajamos aquí”.
Para Anais Palencia, otra taquillera, Rocky Valdés es de los pocos que ella ha visto asistir a cine con tanta disciplina y durante más de 20 años.
“Ahora es que Rocky no paga la boleta, antes sí. Ahora entra como Pedro por su casa. Él siempre entra en matiné. A veces solo entra es por el aire acondicionado. Se refresca y después se va”, sostiene Anais, quien lleva 30 años con Cine Colombia, y quien confirma lo que Mercedes, su colega, ha dicho sobre el Campeón: “Yo nunca lo he visto entrar acompañado”.
Al principio
Primero fueron las legendarias y desaparecidas salas de los teatros Rialto y Padilla, en la Calle Larga, del barrio Getsemaní, las que le sirvieron de escenario para darse cita con sus actores preferidos. Eran los tiempos de cintas como “Peligro”, con Dick Powell; “Patrulla de temerarios”, con Richard Egen; “Pasión indómita”, con Tyron Power; “De ranchero a empresario”, con música de Pérez Prado y “Los Churumbeles”; “Caballeros a la medida”, con Cantinflas; “Cuidado con el amor”, con Pedro Infante y “El Manto sagrado”, con Richard Burton, entre muchas que llegaban a la ciudad.
Después fueron los ‘rings’ los puntos de reunión entre Rodrigo Valdés y los actores de las películas que había visto en las grandes pantallas de los cines de su infancia. Antes, él los buscaba con sus amigos pescadores de El Arsenal. Luego eran las estrellas del séptimo arte quienes preguntaban por él al final de sus encuentros pugilísticos.
Según él, su afición al cine la viene cultivando desde que tenía 10 años, aproximadamente. A partir de ese entonces el séptimo arte ha sido el más constante y antiguo de sus amigos. Incluso, mucho antes de que se decidiera a escoger como trabajo darse golpes profesionalmente.
“A mí me gusta el cine desde que yo estaba en las playas de El Arsenal. Allí, mi mamá vendía comida y prácticamente vivíamos ahí. Después de pescar, y como los teatros quedaban cerquitica, entraba”, cuenta Valdés haciendo un esfuerzo por recordar los primeros años en que empezaba a acariciar el sueño de ser campeón mundial de boxeo, y la misma época en que fantaseaba con las cintas de aquel entonces.
“Recuerdo mucho, de esa época, las películas de Pedro Infante, Antonio Aguilar y las de Cantinflas. Me gustaba la música, sobre todo las rancheras y verlos pelear en las cantinas, y apostaba con los amigos para ver quién ganaba”, describe el campeón, quien, a sus 51 años, no ha aprendido a leer de corrido.
Sentado en una mecedora al frente de los afiches de la entrada de su casa, mira constantemente a la puerta tratando de exigirle más a su memoria.
“No me acuerdo de películas en especial, pero sé que vi muchas. Las que más veíamos eran las de los mexicanos, cuando el cine mexicano era bueno y había buenos actores. Además, era más fácil disfrutar las mexicanas, porque venían sin títulos, todo era en español. Íbamos al Padilla y al Rialto, porque le teníamos miedo pasar al Cartagena… porque tú sabes…este… aja tú sabes…nosotros éramos negritos, éramos 'cavilosos'. El Cartagena era, como dicen por ahí, para gente de la alta”, señala con la mano, como si estuviera saludando militarmente, y suelta una sonrisa dejando ver las incrustaciones de oro en sus dientes que forman la palabra “Rocky”.
“Los cines eran muy buenos, entraba mucha gente. La gente de los barrios del Centro llenaba los teatros. Las salas eran destapadas; y, cuando llovía, la gente se mojaba. Que yo me acuerde y cuando empecé a entrar, el cine costaba a veces 70 centavos; y un peso, cuando había un gancho. Yo siempre iba y voy a cine cuando estrenan las películas, tres o cuatro veces por semana. Aun cuando empecé seriamente el boxeo esperaba que fuera de noche y nos metíamos al cine. Cuando presentaban dos películas y no teníamos plata, esperábamos a la gente en el intermedio para preguntarle que si podíamos entrar por ellos. Había veces que no nos dejaban entrar, porque existían unos porteros que eran hijueputas…y se cuadraban en la mitad de la entrada… ¡nooojooodaa!”.
Manotea, se ríe y vuelve a mostrar sus incrustaciones de oro.
“Había porteros que no nos dejaban ver ni siquiera los últimos cuadros. Esssa vaina sí me ardía. Ahora el cine me gusta más que antes, porque puedo entrar y salir sin ningún problema y veo todas las películas en cartelera y repito las que me gustan”.
***
¿El boxeo no le quitaba tiempo?
--Yo siempre sacaba mi tiempo para el cine. Practicaba en la mañana e iba en la noche. Imagínate, cuando peleaba en París o en Roma siempre buscaba un teatro cerca del Hotel. Da la casualidad que la mayoría de las veces había cerca una sala.
¿Cómo hacía con el idioma?
--El idioma no era cosa que me preocupara, yo nunca le paraba bolas al idioma. Por eso era que yo siempre era, y soy, feliz. Yo andaba con franceses, americanos y no me preocupaba por aprender nada de eso. Solamente me divertía, y era feliz con ellos, y ellos conmigo. Recuerdo, y eso me pasaba mucho en el exterior, que había veces que me quedaba profundo en la película; y, cuando despertaba, ya se había desocupado todo el teatro.
¿A qué hora prefiere ir al cine?
--A las tres. Me meto en matiné, porque uno sale descansado y todavía es de día. Uno de noche sale trasnochao y tú no sabes si vas a coger carro, bus o qué. Si no tienes para el bus, te vas a pie.
¿Por qué le gusta ir solo?
--Me encanta ir solo, porque no me gusta tener a nadie en el costao. Yo siempre voy solo. Y no le aviso a nadie cuando salgo. A veces mi mujer me pregunta cuál me vi. Pero no es mucho lo que hablo con ella de cine. De mis 12 hijos, a ninguno le gusta el cine como a mí. A mi nieta le gustan son esas películas de pajaritos y cosas de esas.
¿Cómo hace para leer los subtítulos, teniendo en cuenta que usted no lee de corrido?
--Yo sé leer, pero no lo hago muy rápido… en el cine voy cancaneando.
Suelta una carcajada, voltea la cara y se queda serio.
--Por eso, cuando me gusta una película la veo dos o tres veces. A mí me gustan ahora son las películas americanas, por los subtítulos, para estar leyendo un poquito. No alcanzo a leer, pero al final las termino entendiendo completicas. Y si no, me las vuelvo a ver hasta entenderlas…y de esa manera voy ejercitando la memoria.
***
Hoy es miércoles. El viernes anterior habían estrenado en el Cartagena “Hasta el límite”; y, como de costumbre, Rocky Valdés asistía puntualmente a su cita con el cine. Esa tarde, a la función de tres, él ya tenía escogida la cinta que iba a ver. Un problema en el acondicionador de aire del Teatro Cartagena lo obligó a meterse en el Kalamary, a verse “Kama Sutra”.
Apenas se habían apagado las luces cuando apareció el Campeón, quien, con un poco de afán y sentándose en la última silla del costado derecho de la fila 8 de la parte central del teatro, dijo casi gritando, mientras saludaba con la mano, en medio de la oscuridad de la sala, a varios de los que lo habían reconocido: “Me tocó verme esta vaina, porque hay un problema aquí al lado”. Se sentó, y a los 25 minutos abandonó la proyección.
***
¿Por qué se salió de Kama Sutra?
--Ah no… fíjate tú… después que me salí me dijeron que al final habían unos cuadros emocionantes. Me salí porque hablaban mucho. Pero, después me la volví a ver, y fíjate tú, había unos cuadros buenos, una mujeres encueras y de mucha diversión. Muy bonitos cuadros”.
Describe con las manos lo que intenta decir sin vocalizar.
--La película es muy fría, no tiene mucha acción.
¿Ya vio “Hasta el límite”?
--¿Cuál es esa?
La de Demi Moore
--¿Cuál?
La de la mujer que se rapa la cabeza y se mete a un grupo especial del ejército norteamericano.
--Buena… Fíjate tú, que ahí la mujer es brava…porque tiene un trabajo grande, como si fuera un hombre. Todos los ejercicios los hace y siempre va pa’ lante. Está en la guapeza de hacer ejercicio y la cosa…Y fíjate tú, muchos hombres se “cabriaron” y ella era pa’ lante. Muy valiente. La escena que más me gustó fue cuando están en la guerra y la vieja esta le salva la vida al tipo que le tenía rabia.
¿Qué tal El Pacificador?
--El Paci… El Pacificador…
Lo pronuncia con mucha dificultad. --¿La del tren y que se roban muchas bombas?
Esa.
--Buena. Lo que más me llamó la atención fue cuando le dicen que se han robado la bomba y empieza a darle los nombres de los sospechosos. A medida que le van dando los nombres, él se va acordando… ‘este estudió conmigo y este otro estuvo conmigo en tal parte’, y los cogieron presos en una vaina de putas…Otra escena que me gustó fue cuando están correteando el carro. Son cuatro carros los que están persiguiendo al protagonista y a la amiga. Y al comienzo de la persecución le matan al amigo.
De los actores de cine, ¿cuál es el que más le gusta?
--La verdad, de los nuevos… me gusta el cuajao, este man…como Rocky. Este grandote…es este man... no me acuerdo del nombre.
¿Schwarzenegger?
--No, ese no. Pero ese también me gusta. Espera. Cómo es que se llama ese man… (duda) Van Van.
¿Van Damme?
--Ese. Ese es. ¡Ese man siiií es bravo! Otro bueno es el de los 007. Esas películas sí eran buenas, se llenaban.
¿Tiene alguna película en especial que recuerde?
--No, no, compa. A mí me han gustado muchas películas.
¿Una que recuerde en especial?
--No, no, no, no, no. Yo no te puedo decir una, ni te puedo dar un título. Es como si yo te dijera que tengo un amigo especial. Yo no tengo un amigo. Yo tengo cien amigos. Un millón de amigos y no puedo decirte este, este y este. Todos son mis amistades.
¿Qué película de boxeadores recuerda?
--¿Las películas de boxeadores?... Eso es un arte que uno lleva por dentro, y cuando uno ve una película de estas, es como si uno estuviera peleando. Me emociona.
¿Cómo le han parecido las de Rocky?
--Yo las he visto varias veces y me sentía bien… normal. Me encantaba cómo se daban los puños, cómo se desarrollaban los asaltos.
Atropella las palabras al hablar. Su tono de voz es grave y casi no se le entiende. Se balancea mientras habla.
--Cómo van pasando los golpes, cómo los van tirando, cómo se hace la resistencia, cómo va cogiendo su fortaleza.
¿Qué es lo que tanto le gusta del cine?
--En el cine hay unas cosas que hay que pararles bolas. Hay mucha gente que se sale, dizque porque la película es mala. Pero, fíjate tú, hay quienes salen y dicen que la película es buena. A veces hay que pararle bolas al color del cine, al actor, cómo se van sosteniendo los actores, cómo se va desarrollando la película, cómo es que te cuentan una historia. A mí me gustan las películas de violencia. Donde hay plomo. Las chinas a veces son buenas, lo que pasa es son como exagerás…un tipo que se enfrenta a cien y nadie le gana; ese cuento no se lo come nadie.
***
Luis Suárez, un empleado de Royal Films, la empresa que maneja las salas de La Matuna, Los Cinerama y Los Ejecutivos, lleva 18 años viendo a Rocky Valdés entrando a esas salas.
“Lo que a él le gusta son las películas de acción. Es de los que pagan su boleta cuando entran a nuestras salas, y saluda amablemente a los que lo saludan”, dice Suárez, quien afirma categóricamente que nunca lo ha visto entrar a las salas de cine X.
***
¿A qué teatro le gusta ir?
--La verdad, al Teatro Cartagena. Es lo mejor que hay aquí en la ciudad. Conozco el Cinema Bocagrande, los de La Castellana y Los Ejecutivos. Son pequeños, pero muy modernos y las sillas están bien organizadas y tienen su lucecita donde uno puede ir viendo. Es bueno, es bueno.
¿Ve televisión?
--Yo veo mucha televisión, pero definitivamente no es igual ver una película en televisión que en una pantalla de cine. El cine es amplio y se ve todo mejor. Las dimensiones y el sonido son superiores. En el cine, uno se entretiene. Uno coge mucha cancha de los artistas. Y se divierte, se ríe, se emociona… se entretiene. Sale uno satisfecho. ¡Mierda, qué película buena! Mañana vuelvo y la veo, o pasao. Uno sale entusiasmado. Hoy, casualmente, estaba buscando en el periódico y todas me las he visto. Hoy, por ejemplo, no voy a cine, espero que mañana cambien las carteleras.
Cuando llegan las películas del Festival de Cine, ¿usted asiste?
--Al Festival de Cine voy muy poco, porque no llegan las películas de acción. Hay que entenderlas mucho, y tú sabes… hablan mucho, hablan demasiado.
¿De los artistas que ha visto en pantalla a cuales ha conocido?
Sus ojos se deslumbran, su cara de niño se ilumina, como si la pregunta le trajera buenos recuerdos. Se acomoda en la mecedora, sonríe y sus incrustaciones vuelven a brillar.
--Bueno, entre los artistas que yo he visto y he conocido están Jack Palance; está Pau Demundo (Jean Paul Belmondo), quien era mi amigo en Francia.
¿Era su amigo?
Contesta como si le hubiera faltado al respeto con la pregunta:
--¡Claroooo…! Yo tengo fotos por ahí con mi amigo. Él fue uno de los primeros que me visitaron cuando yo viajaba a París. Me iba a buscar al hotel y me sacaba a pasear en su carro. A ese man le gustaba mucho el boxeo. Él habla español y cuando salíamos me explicaba por dónde íbamos pasando. Una vez me presentó a Alain Delon. Buen actor ese man. Ah, y también conocí a Marcelo Mastroianni. Cipote de artista. También conocí a uno que ya está viejo…. No recuerdo… errrdaaa, ¿cómo es que se llama?...Bueno, más luego me acuerdo. Conocí personalmente a Burt Lancaster, a él lo conocí en Francia. Conocí a…
Su memoria vuelve y falla. Mientras intenta recordar, golpea una mano contra la otra, se escuchan con fuerza las olas de mar que se confunden con los autos que pasan frente a su casa.
¿Conoció algún director?
--No, a esa vaina no le paro bolas… ¡Espérate!… el nombre del actor es el de uno chiquito que tenía un hoyito aquí.
Señala la barbilla.
--Echeee, hombeeee. ¿Cómo es que se llama? Uno que hizo una película con un man de un solo ojo… un man gigante. Erdddaaaa … se me olvidó otra vez.
***
Cuando sale de cine, sonríe a solas y despierta de su sueño. Se demora antes de abandonar los teatros, se guarda las manos en los bolsillos mientras la poca gente que sale de matiné va desapareciendo. Se queda conversando con los emboladores del Camellón de los Mártires. Les cuenta algo de la película y después regresa solo a su hogar, a su casa amarilla con rojo colonial, de rejas negras que bordean una de las esquinas de la calle 70 de Crespo. Allí habla con su familia de todo, menos de cine. Luego duerme.
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