Hernán Pimienta Vásquez, especial para El Universal
San Jacinto se mece en la memoria de García Márquez. No es una referencia casual, sino un homenaje a uno de los lugares que le llamaron su atención, por ser epicentro artesanal y musical.
A su regreso a Cartagena, después del asesinato de Gaitán, el escritor descubrió a San Jacinto de labios de su maestro Clemente Manuel Zabala, oriundo de la tierra de las hamacas y los gaiteros.
Gabriel García Márquez, el escritor más grande que ha tenido Latinoamérica, y uno de los mejores del mundo, siempre sintió una profunda devoción y entrañable afecto por esta cultura, al punto que es objeto de mención por parte del Nobel en algunos de sus cuentos y novelas.
Admiraba las hamacas que diligentes artesanas forjaban en variados colores y diseños (de lampazos, de listas, de cuadros, bordadas y labradas) y sobre estas artesanías escribió:
“En el salón del Concejo municipal, acondicionado con cuatro taburetes de cuero, una tinaja de agua filtrada y una hamaca de lampazos, el sumo pontífice padeció un insomnio sudoroso”. ( En su cuento Los funerales de la Mamá Grande).
La investigación sobre el último viaje de Bolívar, de Cartagena a Santa Marta, realizada por García Márquez para escribir su novela El general en su laberinto, nombra a San Jacinto. Al general Bolívar le gustaba dormir y descansar en hamacas sanjacinteras:
“Lo encontró en el patio perfumado, de azahares, en una hamaca con su nombre bordado en hilos de seda, que le habían hecho en la vecina población de San Jacinto”. (En su novela El General en su laberinto).
Gabo gozaba con la música de los gaiteros, esos vecinos analfabetas, de piel cobriza y manos callosas, que fabricaban sus propios instrumentos musicales, y que cantaban sus vivencias, para alegrar así su azarosa vida y de quienes los rodeaban, impacientes, por verlos tocar y cantar. Y sobre ellos escribió:
“Ahora que la nación sacudida en sus entrañas ha recobrado el equilibrio; ahora que los gaiteros de San Jacinto, los contrabandistas de la Guajira, los arroceros del Sinú, las prostitutas de Guacamayal, los hechiceros de la Sierpe y los bananeros de Aracataca han colgado sus toldos para restablecerse de la extenuante vigilia (...)”, (Aparte de Los funerales de la mamá grande).
“Los edecanes hicieron llamar a unos gaiteros de San Jacinto que andaban por ahí desde la noche anterior y un grupo de hombres, mujeres y ancianos, bailaron la cumbia, en honor a los invitados”. (El General en su laberinto).
El sabio sanjacintero
García Márquez recordó a su maestro sanjacintero Clemente Manuel Zabala en Vivir para contarla (2002). Clemente Manuel Zabala fue el primer editor y maestro periodístico de Gabo en El Universal. Era de orígenes campesinos, un jefe de redacción con gran experiencia como reportero, crítico de la situación política de su época. Zabala le reafirmó su amor por la música popular y folclórica del Bolívar Grande, y le compartió además su pasión por la música clásica universal.
“Era un hombre maduro y solitario, vestido de dril blanco con saco y corbata, de piel prieta y cabellos duros y negros de indio, que escribía a lápiz en un viejo escritorio con rimeros de papeles atrasados. El maestro Zabala —como lo llamaban todos— nos puso en su órbita con recuerdos de dos o tres amigos comunes, y de otros que yo debía conocer. Luego nos dejó solos y volvió a la guerra encarnizada de su lápiz al rojo vivo contra sus papeles urgentes, como si nunca hubiera tenido nada que ver con nosotros”, dice García Márquez.
Al ritmo de Mercedes
Cada vez que García Márquez se encontraba con Adolfo Pacheco, le pedía que le cantara “Mercedes” o “El viejo Migue”. Se conocieron en 1964, cuando Pacheco le hizo la canción a su padre Miguel Pacheco. García Márquez le dijo que era una canción conmovedora. Es curioso pero siempre la música popular de la sabana y del Valle de Upar, ejercieron una influencia decisiva en su vida y obra. La última parranda de García Márquez la vivió en Cartagena en 2013.
El Nobel de literatura disfrutaba escuchar las canciones de Andrés Landero, otro sanjacintero de estirpe campesina.
Landero, con su acordeón, trataba de imitar el canto de las aves que hacían parte del entorno en el cual realizaba sus faenas agrícolas. La pava congona, el mochuelo, el tucero, el toche, la suiri, el corcovao, el copetón, el Juan Polo, la ermitaña y muchas aves más, eran sus maestras de música.
Curiosamente, cuando García Márquez fue jurado en el Festival de la Leyenda Vallenata, le tocó juzgar la canción Maritza, de Landero, que a él le gustó pero no estaba dentro de los ritmos vallenatos. Era más una cumbia tocada con acordeón. Pero no la descalificó por su belleza.
Mercedes era una de sus canciones preferidas. Esta fue compuesta por Adolfo Pacheco, y grabada por Landero, el mismo Adolfo e Ismael Rudas. La prefería porque era el nombre de su amada esposa: Mercedes Barcha. Siempre decía que esa canción era el himno de su casa.
Una de las primeras imágenes que tengo grabada en mi memoria de García Márquez, es cuando lo veo por la televisión vestido de blanco, con su famoso “liqui liqui” durante la ceremonia del Nobel en 1982. Con cierto humor, mi padre comentó “sólo le falta el pañuelo rojo alrededor del cuello para ser un gaitero”.
Espero que los admiradores de Gabo disculpen mi falta, pero a mí en ese entonces, y a los catorce años de edad, me pareció muy acertado el comentario de mi padre. Es más, imaginé a Gabo con una gaita en sus manos, y tratando de sacarle alguna melodía. Desde ese día me convertí en su admirador y cuando mis escasos recursos me lo permitían, compraba sus obras, que leía con asombro y gozo supremo.
Como sanjacintero, expreso mi agradecimiento al Nobel y mis deseos de que sus obras perduren, como él mismo escribe al final de estas dos obras, “por los siglos de los siglos”.
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