Facetas


¿Se puede gobernar desde aquí?

JOHANA CORRALES

14 de junio de 2015 12:00 AM

Si usted se anima a leer estas líneas, tiene que dejar de lado cualquier idea pesimista sobre Cartagena.

Complicado, ¿cierto?

Si no lo hace, difícilmente logrará engancharse con el texto.

Aceptando estas condiciones, vamos a decir que desde Cartagena se puede gobernar a Colombia.

Sí, esa misma cara incrédula pusimos los que asistimos a la conferencia, que llevaba ese mismo nombre, dictada por el periodista y escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, en el salón Daniel Lemaitre, de la Cámara de Comercio de Cartagena.

Y, bueno, es normal que la expresión suene descabellada, principalmente para quienes vivimos en esta ciudad y somos testigos de la desigualdad social, la corrupción y, por ende, la falta de confianza en los dirigentes políticos, la pobreza, el hambre y la inseguridad.

Pero, a Álvarez Gardeazábal poco le importaban los problemas que ya conoce todo el mundo, porque si algo ha decaído en el país, en los últimos años, es la imagen de La Heroica.

Sentado en una sillón rosado, visiblemente cómodo, que contrastaba increíble con lo amarillo del traje que escogió para su charla, comenzó a enunciar, punto por punto, los argumentos que sustentaban su tesis de que Colombia podía ser gobernada desde Cartagena.

-Para comenzar –afirmó--, digo  una verdad de a puño que a los cartageneros no les gusta oír: Cartagena siempre ha sido la segunda capital de Colombia.
Lo dice, porque así lo entiende el resto del país. Tanto, que venir a Cartagena, así sea una vez, se ha convertido en una meta para la mayoría de los hogares colombianos.

Y, aunque existía el imaginario de que aquí solo llegaban los cachacos dedo parados, ese mito ha quedado rezagado. La corbata ya casi ni se usa. De hecho, entre más elegante, más mosca en leche se va a sentir.

“El desarreglo en el vestir es total. Y no solo los dinosaurios madrugadores del malecón de la orilla de la bahía entre Bocagrande y Castillo se visten con mamarrachos. Cualquier calle, cualquier restaurante, menos el de Tcherasi, hizo informal la ropa”.

Ese desparpajo al vestirse ha contagiado las otras modas, pero, curiosamente —dice— se niega a desbaratar la vieja estructura social y política que la economía ya avasalló. Cree que los extranjeros han sido los promotores de minimizar la presencia bogotana dediparada.

Pero no solo le debemos que ahora vengan menos cachacos dediparados, sino que también nos beneficiaron al ser gestores de los hostales de Getsemaní y sostenedores de las joyerías de la ciudad.

Otra gran montaña obstaculizadora, como la llama el conferencista, es pregonar que Cartagena resulta muy costosa y que aquí todo es caro.

“Que aquí haya sitios costosos, es verdad; y si si subsisten es porque hay quien los pague. Pero esos sitios no tienen que espantar a los demás”.

Según él, desde que construyeron La Perimetral, hay para todos los precios. Desde los 25 mil pesos de un hostal en Getsemaní, hasta los 980 mil que vale una noche en el hotel San Agustín. Insiste en que Cartagena no es cara. Lo que no tiene es información suficiente para el visitante y las agencias de viaje, que antes la brindaban, se volvieron avaras en la medida en que fueron reemplazadas por el internet. Al punto que los pasajes se compran por allí y no en las oficinas.

“Si cuando usted cuando se bajara del bus o del avión o del barco recibiera un folleto obsequiado por la Gobernación (mira al gobernador de Bolívar, quien está sentado en la primera fila), en la que le expliquen al visitante que esta es una ciudad de todos los precios y de todos los gustos y le indiquen dónde y por cuánto puede estar, la batalla contra esa mala fama habrá culminado”.

Pero nadie quiere asumir esa responsabilidad. Su clase dirigente se agota sobre sí, esa misma que ve con muy malos ojos cuando los que tienen segunda residencia o son turistas intentan opinar sobre lo que ven mal, como por ejemplo: que una ciudad con el historial de visitantes que posee no puede tener andenes tan desiguales y tan mal cuidados. O que, ante la cada vez más creciente muerte de caballos, debe suprimirse esa vieja costumbre que afea la imagen de la ciudad y la proyecta ante los ojos del mundo no como un epicentro turístico sino como un centro torturador de animales. Denunciar públicamente esas situaciones representa un lío para quienes las dicen; y peor aún, no son de aquí.

Sin embargo, lo más grave es que Cartagena mientras más turística se vuelve, más lejana está de quienes la visitan. Y es peligroso en cuanto lleva a los inversionistas a cometer errores de apreciación fatales económicamente.

-¿Cuántos restaurantes tienen que abrirse y cerrarse para que los inversionistas entiendan que en Cartagena solo hay 60 días al año de temporada alta, 120 de semialta y 180 de ciudad vacía que hay necesidad de llenar con el turismo internacional?- se cuestiona.

Cree que existen soluciones muy obvias para atraer ese turismo. Una de ellas, poner gusanos en lugar de escaleras para bajar o subir del avión. Pese a que parece un aspecto minúsculo, muchos extranjeros de la tercera edad les huyen a los escalones.

¿Para qué este memorial de agravios?
Muy sencillo —responde—, si el señor Rafael Núñez gobernó a Colombia desde su Corralito de Piedra escribiendo diariamente desde el calor sofocante de su ciudad un periódico, El Porvenir, y desde allí dirigió el país por casi dos décadas, siendo presidente o no, es porque la historia puede repetirse y Cartagena, si se prepara para ello, si permite que a su vida íntima ingresen las voces del resto del país, se convertirá ahí sí en la ciudad de todos los colombianos.

Cree que si el presidente de la Nación tiene una mal llamada casa de huéspedes aquí, ¿por qué no puede quedar la sede alterna del palacio presidencial? Aquí, donde se han realizado gran parte de los congresos de gremios más importantes del país, los cuales podrían seguirse dando, si no se descuidan y se duermen en los laureles.

Además de los locales para realizarlos, se necesita que los asistentes se sientan informados y no deambulen como turistas perdidos en una ciudad, que según Gardeazábal, si bien es acogedora hay que adivinarla la mayoría de las veces. Pero sobre todo, que cada evento de esos, en donde las ideas, las declaraciones y las determinaciones abundan, sea pregonado por toda Colombia, a través de una oficina de prensa ágil montada para ese fin.

“No es lo mismo una idea pensada en el atafago del frío bogotano que una idea razonada mientras se camina por las playas de Bocagrande o de La Boquilla o se hace el oficio peripatético por la de Castillo”.

Para Álvarez Gardeazábal, si ya existe en Cartagena el Observatorio del Caribe. Si ya existe una sede de la Jorge Tadeo Lozano. Si ya los precursores del proyecto Serena del Mar trajeron los mejores desde Baltimore y Nueva York para diseñar la nueva ciudadela de los Morros, ¿por qué pensar que desde Cartagena no se puede dirigir el pensamiento y ser el epicentro político del país?

“Hagamos a Cartagena la capital, sin serlo. Hagámosla de todos, pero entre todos. Hagámosla entre los residentes permanentes y los intermitentes. Todos somos Cartagena”.
 
***
Cuando el periodista y escritor acabó su memorial de agravios(como él mismo lo definió), hubo un silencio en el salón, que, por un momento, pareció eterno y hasta incómodo. No era que su charla no hubiese gustado, más bien, intuyo, por los rostros de los asistentes, que muy pocos habían sido testigos de una visión tan optimista de Cartagena. No es la normal. No es a lo que estamos acostumbrados.

Ante el inquietante silencio, el conferencista exclamó: “Ajá, van a tragar entero, ¿quién va a preguntar algo?

Uno de los 18 aspirantes a la Alcaldía de Cartagena se limitó a hacerle un cumplido sobre su charla, o como dicen por ahí, a echarle flores. Mientras un exmandatario de la ciudad, se levantó en medio de la masa inerte a refutar casi todos los puntos de Álvarez Gardeazábal. Su punto era que nada de eso era posible en tanto que la Región Caribe siempre ha sido la más rezagada del Gobierno Nacional.

A lo que Álvarez Gardeazábal respondió: “Sé que lo peor que uno puede hacer es salir con una ponchera a pedirle plata al gobierno bogotano. Lo que yo vengo a proponer es que la renta que tienen ustedes la vuelvan utilizable, capitalizable y crecible. Pero si usted cree, como seguramente han pensado muchísimos aquí, que mientras más chillen, más maman, pues obviamente que mi propuesta parecerá descabellada”.

El irreverente conferencista se despidió entre aplausos. Pero, sobre todo, se fue dejándonos inquietos: ¿qué pasaría si en lugar de problemas, viéramos soluciones; en lugar de procesos, resultados; en lugar de un extremo blanco o negro, una paleta gigante de colores y matices? Quizás así no sería tan disparatado pensar que desde Cartagena se puede gobernar a Colombia, y mucho más. 

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