Facetas


Talento que noquea a la adversidad

KEENDY MARTELO

17 de abril de 2016 12:00 AM

La música nos lleva hacía ellos. Como el flautista encantador de ratones, estos jóvenes hechizan a todo el mundo, desde periodistas y curiosos, hasta turistas y a cualquier otro que los vea con su gran talento.
Por los pasillos de la Institución Universitaria de Bellas Artes y Ciencias de Bolívar, Unibac, frente a la Plaza San Diego, en el histórico barrio del mismo nombre, solo se escucha el sonido de los instrumentos musicales entrelazados con la brisa pegajosa y el sonido de las aves de la playa y del siempre turístico San Diego. No es bulla, ni habladuría, es pura melodía.

Es semana de parciales y los estudiantes deben practicar y afinar sus instrumentos.

¿Quiénes son? ¿Dónde están? Son fáciles de identificar.

Los jóvenes de la Orquesta Sinfónica de Bolívar llegan puntuales a las 11:30 a. m. Se reconocen por su dedicación y constante perfeccionamiento de la técnica.
Daniela Castro Guzmán es la primera que salta a la vista. Su cabello azabache y abundante, piel trigueña, ojos almendrados marrones y esbelta figura la destacan.  Cuando toca el violín cierra delicadamente sus ojos y se concentra tanto que olvida todo a su alrededor. Tiene 16 años y su talento para el violín lo descubre a los 13.

“Yo vi ensayar a niños de 5 años con el violín y enseguida me enamoré de él”. Pero el camino no es fácil, en especial cuando se vive en un barrio popular de Cartagena y los ingresos de la casa son escasos. Yo vivo en Los Calamares. Mi mamá vende peto a la salida de una iglesia para pagar mis estudios en música y mi papá es un vendedor ambulante”, dice Daniela.

Su sueño es ser una gran violinista de la talla del alemán David Garret, el ‘Brad Pitt’ de la música clásica. Si bien la música la inspira a transportarse a otra dimensión, los problemas terrenales como la inseguridad la hacen aterrizar.

“Me voy a la Universidad en Transcribir, pero tengo miedo que le den un golpe al estuche del violín, o peor aún, que me lo hurten”, dice Diana.
Casos como el del violinista y profesor cartagenero Felipe Gallón, quien en el 2015 fue acuchillado en medio de un atraco, en Bogotá, atemorizan a esta comunidad.

Es un escape

Ronny Pérez Hernández tiene 16 años y toca la viola.

Este joven del barrio Los Calamares es alto y delgado. Sus largos dedos podrían tocar el piano, pero escoge la viola, un instrumento más allegado a sus afectos. “Quería un instrumento que lo pudiera sentir, junto a mi pecho y sentir su peso en mis hombros”, dice Ronny.

La viola tiene una tesitura melancólica, expresa sentimientos de tristeza. Quizá su afinidad con la viola se deba a que “es hijo de padres divorciados. Lo bueno de todo esto es que mi gusto por la música los une por mi sueño”, dice Ronny.
Sus padres, un docente de la Gobernación de Bolívar y una encargada de oficios varios, aúnan esfuerzos para ver el sueño de su hijo hacerse realidad. Cuando se le pregunta qué siente al tocar, dice que “es una forma de expresar lo que uno siente al no poder expresarlo en palabras”.

“Antes de subir al escenario, siento nerviosismo, y eso hace que uno haga maravillas. Cuando hago la presentación y veo el público entretenido es mi pasión”, le cuenta Ronny a El Universal.

Pese a todo su talento, ha encontrado detractores que buscan hacerlo caer.

“En mi familia me dicen que eso no da plata porque menosprecian a los artistas, ya sea pintor, actor o músico, pero yo voy a callarles la boca demostrando que sí puedo ser un músico de talla internacional”, expresa con gran ímpetu Ronny.
En su barrio, los vecinos desaprueban sus largos ensayos nocturnos.

“Es un problema ensayar duro en mi casa para una presentación porque los vecinos se quejan del que denominan 'ruido sin son ni ton'. Ellos creen que es bulla, pero yo los ignoro”.

Quiere dirigir

Josué Carrascal tiene 19 años y vive en El Nazareno, un barrio cercano a Nelson Mandela. Su mamá es cocinera en un restaurante de comidas rápidas. Su papá se fue a España a “rebuscarse”.
Su instrumento predilecto es el contrabajo, un gigantesco pedazo de madera que produce sonidos graves, bajos y profundos. “Es un instrumento parecido al violín, pero su tamaño es de 108 centímetros en adelante”, dice Josué.

Él toca desde los 16 y dice que “estudiar música es costoso”. A los 15 años le regalan una guitarra y aprende a tocar solo con ver vídeos instructivos en Youtube.

Josué dice que su sueño es “ser el director de una orquesta sinfónica”.

Violonchelista risueña

Melanie Rocha Vélez tiene 19 años y toca el chelo. Su mamá es madre soltera y la ha sacado adelante con los pesos que se gana como secretaria de un consultorio médico. Vive en San Francisco.

La violonchelista quiere “componer temas para películas”. La banda sonora que más le gusta es la de la película de “Alicia en el país de las maravillas”. Su vena creativa la muestra en su cabeza. “Cuando llegan las vacaciones me pinto el cabello de color rosado, luego de verde y rubio”, dice.

Gracias a una beca, de un 70 por ciento, costea los gastos de su educación en lo que le gusta. La fe y la música se juntan y ofrece a Dios su talento cantando y tocando en la iglesia mormona de Jesucristo.

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