Facetas


Testigo de un terremoto

REDACCIÓN COLOMBIA

11 de abril de 2010 12:01 AM

¡Espantosos! Así fueron los minutos interminables en un séptimo piso al vaivén del terremoto, mayor que el de Haití. Ver cajones y puertas de closets abrirse, oír caer todo en el apartamento y, lo más asustador, el rugido de la tierra. Nos despertó el temblor a las 3:30 am. Nos agarramos de la cama inicialmente y, luego, con cartera al hombro, bajamos abrigados y dejamos nuestra vivienda con todo en el piso. Ha sido muy fuerte para mí, sólo llevo un año en este país, del cual sus nacionales dicen “donde la tierra se mueve siempre, y los chilenos siguen adelante”, pero al igual que durante los minutos y días siguientes, el miedo sigue, la tierra no ha dejado de temblar con réplicas cortas, fuertes, largas, ruidosas, silenciosas. En la calle, iluminados y protegidos por una estación de bomberos vecina, compartíamos noticias con ellos y los vecinos, pero no entendíamos la realidad. Veíamos destellos de luces y oíamos ruidos fuertes. Luego caminamos con linterna en mano a casa de unas parientas de John, mi esposo, a cuatro cuadras de nuestro edificio, donde nos quedamos hasta que salió el sol. Allí escuchamos muchos ruidos fuertes. Luego supimos que fueron las explosiones en la facultad de Química de la Universidad de Concepción, y al parecer, el desplome del edificio, que se partió por la mitad hacia atrás. Al volver a nuestro edificio vimos que seguía en pie y nos tranquilizamos. Todos habían sacado sus vehículos y estaban en un estacionamiento al frente por más seguridad, pero nadie quería volver allí. Subimos, organizamos y limpiamos algo del desastre y de nuevo salimos del apartamento habiendo recogido cosas de valor. Las repisas habían caído, la nevera se giró 90º, el horno microondas cayó al piso, los platos y cosas en los muebles de la cocina cayeron, la cristalería no resistió, y las mezclas de aceites, líquidos de potes, azúcar, sal, y todo lo que cayó al piso se convirtió en una amalgama desagradable. Sentimos incertidumbre al ver un pilar del edificio en malas condiciones y los habitantes empezaron a hablar de buscar refugio en otros sitios. Luego de comprar pan en un sitio cercano y juntar algo para desayunar, lo hicimos entre varios. Nosotros “adoptamos” a una vecina argentina y nos la llevamos para donde íbamos. Luego de un “city tour” vimos la realidad de nuestra ciudad, Concepción, que ya debe ser conocida por todos, donde se han concentrado grandes daños, edificios desencajados, otros hundidos en sus bases, o torcidos arriba, los cruces entre calles, abiertos, y casas de adobe en el piso. Al mediodía tuvimos por primera vez servicio celular y empezamos a avisar de nuestra situación, pero sólo recibíamos llamadas o mensajes en el Blackberry de mi esposo. Movistar ha sido el único que ha funcionado permanentemente desde entonces. En la tarde, después de volver al apartamento y sacar algo de ropa y cosas necesarias, nos fuimos a la casa de unos primos en la falda de una loma para pasar la noche en la parte alta, porque había alerta de tsunami. Medio dormimos dentro de los vehículos en la calle junto con otras personas que hicieron igual. Esa primera noche sólo comimos entre todos algo de pan con chorizo y por primera vez hablé con mi familia en Colombia. Al día siguiente volvimos a lo mismo: revisar el edificio, esperar noticias de los administradores y oír que empezaba el saqueo de supermercados. Ese día rescatamos las carnes de las neveras y las almorzamos al carbón junto con todos los parientes. Desde esa noche dormimos en casa de las tías, todos en la sala, vestidos, listos para salir. Pero vivíamos otro asunto grave: la falta de servicios. Para el agua recurrimos a las fuentes públicas con baldes, botellas y “galones”. Todos los estratos sociales de la ciudad hacían lo mismo. Otros recurrían a los lagos o a lo que se pudiera sacar de las tuberías de agua cerca de los hospitales. El lunes, tercer día, vivimos un “Bogotazo” en el saqueo del supermercado frente a nuestro edificio, y temimos que lo quemaran como a los demás de la ciudad. Otro temor nos invadió: había turbas por diferentes sitios, los porteros no se quedaban y nuestro edificio iba desocupándose y podía ser asaltado. Solo a partir de esa noche la ciudad tuvo vigilancia militar y el toque de queda se inició a partir de las 6 pm, hasta el medio día siguiente, y así, por seis días más. Hemos tenido la grandísima suerte de que por tener a los bomberos al lado con vigilancia militar las 24 horas, nos ha servido para resguardar el edificio. Se organizaron cuadrillas de vecinos armados, y al sonido de algo extraño en medio de la noche, sonamos las alarmas de los vehículos dos noches y así llegaron las fuerzas militares. Luego supimos que capturaron a alguien sobre los techos. He dormido poco o nada porque la angustia supera al cansancio. El miércoles en la tarde, estando frente al edificio del jefe de mi esposo, comprobé la capacidad de aguante de mi corazón cuando pasó un carro de bomberos seguido por muchos vehículos, mientras nos avisaban desde helicópteros que nos fuéramos al cerro, pues se venía un tsunami. De inmediato, el jefe de mi esposo, un japonés experto en vivencias de temblores en su tierra, me tomó entre sus brazos y logró reducir en algo mi angustia al invitarnos a su apartamento en el sexto piso. De ser cierta la alarma, difícilmente llegaría la ola a esa altura. Avisarles a los parientes fue difícil, porque los celulares colapsaron de nuevo. Luego supimos que la alarma fue un error de la Armada Chilena. Los días siguientes supimos que el único vecino que permaneció en el edificio dormía donde los bomberos y así se convirtió en nuestro vigilante estrella. Pasaban los días sin que apareciera la administración del edificio. Al fin contactamos a uno de los dueños del edificio, él se enteró así de los daños, pero mi esposo también contactó a un arquitecto reconocido de la ciudad, quien revisó la columna del edificio y nos recomendó no regresar hasta que fuese arreglada. Seguimos donde las tías, donde hemos traído nuestras pertenencias día a día sin saber por cuánto tiempo estaremos con ellas. El agua llegó el jueves y pudimos tomar un baño corto luego de 4 días. El teléfono fijo se reestableció esa tarde y la electricidad, desde el sábado. Esa tarde vimos la Teletón en la TV y disfruté ver a Juanes, el único artista internacional presente, junto a Diego Torres. El domingo en la noche tuvimos Internet. En esta primera semana no hubo comercio en la ciudad, ni cajeros automáticos, y como los supermercados estaban saqueados, hubo que estirar los alimentos. Gracias a Dios, nunca nos faltó un pedazo de pan. En casa de las tías, ellas, su hija, nieta, un inquilino y nosotros, aportamos alimentos que conseguíamos por donación de sus empleadores, o porque amigos de otras ciudades cercanas nos los traían. Hace pocos días pasó un camión de la municipalidad y nos regalaron pollos. Los vecinos del edificio seguimos algunos en contacto por celular, nuestra amiga argentina se fue a su país a esperar noticias. En la casa permanecemos juntos, las idas al baño son con la puerta a medio cerrar y bien rapidito. Los días son largos, sin poder salir, y las noches eternas por el temor. Solo desde el sábado hemos dormido en cama, pero por supuesto, vestidos. Hay muchas noticias de otro remezón fuerte, con el cual se espera comprobar la capacidad de los edificios. Y como dijo Juanes en una de sus canciones “…;no hay que darle gusto al miedo…;”, pero para mí será difícil. Esto no sé cuánto lo aguantaré. He desarrollado una capacidad de percibir los movimientos telúricos primero que todos en la casa y siento hasta los más mínimos, lo que ha hecho que mi corazón viva a mil. Estamos bien de salud y no tuvimos desgracias físicas. Espero que lo más grave pase pronto, pero esta ciudad está dividida por un río y los puentes no están en buen estado, el peatonal colapsó, otro lo cerraron y el más nuevo -aunque se le cayó la placa del lado de ida-, se ha adaptado para que funcione un carril. Desde ayer mi esposo lo atraviesa para poder ir a su trabajo junto con los jefes, y empezar a poner todo en orden. A todos, mil y mil y mil gracias: a la familia, amigos, y conocidos que nos han tenido en sus pensamientos, preocupaciones y plegarias. Hoy es lunes 8 de marzo, y por primera vez me siento frente al computador para escribir esta vivencia y contársela a ustedes.

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