“Extraño los momentos felices. Cuando yo estaba dormida y él y la niña se disfrazaban para asustarme. Él es un hombre detallista que sabe amar, lo demostró en el video al felicitarme por mi cumpleaños”: Julia Rosa Julio. En medio de lo poco o mucho que la vida le haya dado a Nohemí Julio _en cuanto a lo material se refiere_ ella posee dos tesoros de incalculable valor: dos cuadros que su hijo Guillermo Javier pintó cuando era estudiante de Bellas Artes y una veintena de policías de cerámica que él mismo coleccionó durante los años que estuvo en la Escuela Superior de Policía. El significado normal que pudieron tener estos objetos en su momento se ha revaluado. Ahora son testimonios presentes que le recuerdan el potencial de superación que avistó en su hijo desde siempre. Nohemí no quiere pensar que el próximo 4 de junio tenga que decir: hoy mi hijo cumple tres años secuestrado por las Farc. Ella añora para esa fecha estar reconciliada con la vida y eso sólo lo puede cumplir de una manera: sintiendo el abrazo caluroso de su hijo y disfrutando, como acostumbraba a hacerlo, de sus bromas. El video enviado por las Farc al principio de semana fue un aliciente, un motivo de alegría al saber que su hijo, por lo menos sigue vivo, pero es clara en su apreciación: “quiero, necesito a mi hijo de vuelta”. A Julia Rosa Julio Orozco le sucede lo mismo. Las circunstancias adversas originadas por la historia violenta de este país la tienen separada de su esposo desde el 4 de junio de 2007. Han sido 58 meses de lucha permanente contra el dolor, la desesperación y la soledad. 58 meses de entrega total a Dios para recargar fuerzas y hacer caso omiso de la realidad desalentadora que sembró en la memoria de su hija, Laura Sofía, el recuerdo de unos hombres armados que sin tener en cuenta su presencia se llevaron a su padre y le han impedido crecer a su lado. Guillermo Javier Solórzano Julio se hizo oficial de la Policía gracias a una beca que la institución le otorgó en 1995, al finalizar su año como policía bachiller. En esa oportunidad fueron siete los favorecidos en el país, Guillermo fue el único seleccionado en Bolívar. Así comenzó un camino de éxito que hizo extensivo a su familia. Un salario estable le permitió consolidar un matrimonio con Julia Rosa, a quien conoce desde niña, por ser primos. “Fue un amor que brotó de forma natural”, dice su madre. “Ella vivía y aún continúa viviendo en Montería, pero se vino para Cartagena a hacer el año de judicatura que le exigían para graduarse de abogada. Uno sí veía el acercamiento entre ellos, pero como son primos, pues... Al final nos regalaron la sorpresa y después la alegría enorme del nacimiento de Laura Sofía”. Los cinco primeros años, en la institución, Guillermo recorrió Bolívar de norte a sur, luego fue asignado al Cauca donde estuvo tanto en Popayán como en diversos municipios de ese Departamento, en el que también estuvo cinco años. Al Valle del Cauca, donde fue secuestrado, llegó ya siendo capitán. “La Policía mueve a sus hombres cada cinco años. Esa vez, cuando escogió el Valle yo le pedí que se viniera para la Costa (Caribe) porque entre los Departamentos que le dieron a escoger estaba Atlántico y Córdoba; pero él se inclinó por el Valle Del Cauca por ayudarnos a nosotros porque para esa época en los Departamentos del interior del país les pagaban una prima de orden público que él usaba para tener mejor a su familia”, comenta Nohemí. El inicio del servicio activo de Guillermo en la Policía coincidió con la racha de desempleo que ha acompañado hasta hoy a su padre, Guillermo Diógenes Solórzano, quien se vino de su natal, Ecuador a Colombia, hace 40 años, entusiasmado para trabajar como capitán de pesca en los buques de la empresa Vikingos. Próximo a los 50 años de edad y tras laborar en varias compañías pesqueras, Guillermo padre fue finalmente desplazado por jóvenes técnicos en la materia, preferidos por la industria. Para entonces Luis Guillermo, hermano de Guillermo, se había hecho suboficial de la Armada y sus hermanos menores Juan Guillermo y Nohemí Piedad empezaban a estudiar Economía y Bacteriología, respectivamente, responsabilidad que él asumió en la mayor parte. El secuestro ocurrió justo cuando ambos finalizaban la universidad. “Le faltaba un mes para irse a Bogotá a hacer curso de mayor y entre sus planes ya tenía la idea de pedir el traslado para el Atlántico. El derecho a hacer el curso lo tenía desde enero (de 2007), pero se lo aplazaron para mitad de año porque por ese tiempo estaba en furor el tema del acuerdo humanitario y la Policía tomó la decisión de no mover a sus comandantes y él como comandante de Florida (Valle), debía mantenerse ahí”, comenta Nohemí Julio, quien recuerda que dos días antes había hablado con él por teléfono. MOMENTOS DE CONFUSIÓN Al momento del secuestro, Guillermo Javier Solórzano estaba con su esposa Julia Rosa y su hija Laura Sofía. Se encontraban en una finca en Miranda (Cauca) a cinco minutos de Florida (Valle), donde habían disfrutado de un día de paseo familiar. “Como a las 6:30 de la tarde se presentaron unos hombres vistiendo uniformes militares con insignias que decían Batallón Codazzi de Palmira, pero por su forma de proceder nos dimos cuenta de que eran guerrilleros, cuando le dijeron al dueño de la finca y a mi esposo que los tenían que acompañar no quedó la menor duda. Fue un momento muy duro, mi hija tenía siete añitos, había estado feliz todo el día jugando con su papá en la piscina y cuando vio que se lo llevaban rompió en llanto”, precisa Julia Rosa. Tres meses se quedó, infructuosamente, Julia Rosa en Florida gestionando la liberación de su esposo. Las Farc lo sumó a la lista de “canjeables” con la que pretende negociar con el Gobierno la libertad de los guerrilleros que se encuentran en las cárceles. “Todo cambia con un secuestro. En nuestra familia ya nada es normal. Todo gira en torno a la liberación de Guillermo. Nos reímos, compartimos con amigos, pero nuestra felicidad se ve empañada siempre porque él no está con nosotros. En las terapias sicológicas nos han conscientizado de que no es sano autosecuestrarse, que no debemos privarnos de momentos agradables. Uno se ríe por un chiste que alguien le cuente en el momento, por una broma que le hagan a uno, pero es una vida a medias. “Yo me desmorono cada vez que veo llorar a mi hija, pero luego pienso que esta es una situación momentánea que tiene que acabar en cualquier momento y que entonces tendremos la vida por delante para ser felices”, dice Julia Rosa, quien está dedicada a ejercer su profesión de abogada, a desempeñarse como docente de la Escuela de Carabineros de Corozal y gestionar por todos los medios posibles la salida de su esposo de la selva. Viaja constantemente a Bogotá y de la mano de Asfamipaz y de Colombianos y Colombianas por la Paz es receptiva de las propuestas que surjan para la liberación de todos los secuestrados. Las madrugadas de los sábados y los domingos son sagradas para ella, para Laura Sofía, para Nohemí Julio y Guillermo Solórzano, padre. Es el espacio en el que a través de los programas radiales de Las Voces del Secuestro (de Caracol) y Noches de Libertad (de RCN) le hacen saber a Guillermo todo lo acontecido en la familia. “Si pintamos la casa le decimos de qué color, Laura le cuenta sobre la música que le gusta y le damos los saludos de sus amigos”, cuenta Julia Rosa; mientras que su madre, Nohemí Julio le lee pasajes de la Biblia y lo alienta a llenarse de coraje para resistir esta prueba. Todos guardan la esperanza que él los escuche. Hay algo que les preocupa mucho y es la condición de las Farc de exigir también la libertad de sus guerrilleros presos en Estados Unidos (Simón Trinidad y su esposa Sonia). En estos tiempos de próximo cambio de Presidente, los diálogos sobre el acuerdo humanitario parecen adormitados. Por ahora, no se vislumbra ni siquiera una posible fecha para la liberación del mayor Guillermo Javier Solórzano Julio. Todo está en manos de los actores del conflicto. “Las Farc tienen que actuar coherentemente con la voluntad que dicen tener para el acuerdo humanitario y no poner condiciones que a la final puedan convertirse en una piedra en el zapato. En esto debe haber una salida negociada, en la que ambas partes cedan un poco, sacrifiquen un poco. Lo único que puede hacer esto posible es el perdón porque o si no se muere usted, me muero yo, se muere todo mundo y la guerra va a continuar porque el principal alimento de la guerra es el resentimiento”, afirma el papá, Guillermo Diógenes Solórzano.
Facetas
Tres años de una vida a medias
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