Facetas


Un encuentro que les regresa la vida

MELISSA MENDOZA TURIZO

03 de abril de 2016 12:00 AM

Cuando a Zenaida Echeverría Barroso se había esfumado la esperanza de que su hijo volviera, por fin lo encontró.

Era diciembre de 2011. A Víctor, el hijo de Zenaida, le confirmaron lo que ya sabía, tras el mal rendimiento académico que admite tuvo durante ese año. No alcanzó logros para pasar al siguiente nivel escolar y guiado por el fracaso hizo lo primero que cruzó por su cabeza. Llegó a la casa donde vivía con su abuela y su hermano mayor, sin que nadie se percatara tomó dos camisetas, un pantalón y salió como judío errante por miedo a la reacción de sus familiares.

Zenaida, cuya historia es semejante a la de los tres millones de mujeres madre cabeza de familia que tiene Colombia según el DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadística), había dejado su natal Magangué y se fue a Barrancabermeja, Santander, a “pelear”  por los dos hijos que tenía en ese momento.

Es que Zenaida perdió a su marido, Víctor Cárcamo Agámez, en 2005, a manos de un sicario en Barrancabermeja. Tiempo después se supo que el dichoso sicario era “paraco”.

Su esposo también había salido de Magangué a buscar una mejor vida para su familia. Allí arreglaba jardines, la gente lo apreciaba mucho en las zonas donde se movía -dice Zenaida-. Él, como buen costeño, se daba a querer y conseguía clientela fiel casi que diario, según su viuda. Pero un día, en su oficio, encontró la muerte. El matón llegó al sitio donde podaba un jardín y le propinó varios balazos certeros. No hubo qué hacer, la familia Cárcamo Echeverría se desmoronó en un parpadeo y hasta la fecha nadie sabe por qué lo asesinaron.

“Vea señorita, yo quedé trastornada —dice Zenaida—. ¿Usted sabe lo que es perder al hombre que ha amado toda la vida por la maldita violencia que hay en este país?

“Era el padre de mis hijos. Tuve que abandonar las tareas del hogar, a lo que me había dedicado siempre. No tenía otra opción, debía responder por mis hijos y mi mamá, y en ese momento solo pensaba que no sería capaz”, se responde ella misma. “Por eso me fui a ‘Barranca’”, agrega.
Desde allí enviaba una mensualidad para sus hijos. De 2005 a 2011, el tiempo curó las heridas de la pérdida de su esposo. Es más, rehizo su vida con otra persona con quien tuvo dos hijos más.

Pero ese 2011, volvió a traer la tragedia a su casa.

Ese año Víctor, su hijo menor, que se había quedado en Magangué junto a su abuela y a su hermano mayor, abandonó el hogar por una pequeñez, porque perdió el año.

Tras su desaparición, nadie le dijo a Zenaida lo que estaba pasando, no querían preocuparla. Ella seguía en Barrancabermeja trabajando y solo se enteró de la pérdida al regresar a Magangué. El mundo le cayó encima. Se quiso morir.

Zenaida dice que perder a un hijo provoca el sufrimiento más grande que se puede vivir en la tierra. No dormía, no comía.
“Caminaba Magangué como loca buscando a mi ‘pelaito’, prestaba plata para coger buses porque la gente me decía que lo había visto... Que por aquí, que por allá, un año completo duré buscándolo por cielo y tierra, pero me endeudé y tuve que empezar a trabajar en lo que fuera, en casas de familia o vendiendo sopa, comida y todo lo que se me presentara”, comenta la mujer, de 39 años.

Tenía preocupaciones que solo agobian a una madre. El alimento, la ropa, la salud. ¿Cómo estará pasando mi hijo?, se cuestionaba todo el tiempo y lloraba en el silencio más cruel. Sentía que en su alrededor había la resignación ante la desaparición de Víctor, pero ella no perdía la esperanza, creía como fuera posible que lo hallaría.

Víctor, mientras tanto, divagaba de un pueblo a otro, duró un tiempo en Barrancabermeja y volvió a Magangué, le perdió el rastro a su madre porque ella se mudó del barrio donde residía.

Víctor reconoce que no hizo bien. “Viví lo que nunca imaginé por una decisión apresurada. Tocaba moverme de una ciudad a otra en ‘mulas’, a veces caminaba largas horas esperando a que la gente tuviera piedad. Pasé hambre. Cargando bultos encontré una fuente de alimentos y así fue que me sostuve”, relata el joven.

VUEVE A CASA

El jueves 17 de marzo de 2016 el alma regresó al cuerpo de Zenaida.

La mujer visitaba casi todos los días la Unidad de Víctimas en Magangué averiguando si se sabía algo del paradero de su hijo, pero fue esa mañana de jueves que se despertó más convencida de que volvería a ver a su Víctor, quien ya debía tener veintiún años. Asistió de nuevo a la Unidad y la recibió una empleada a eso de las diez de la mañana. Ella le entregó los datos de su hijo y le dejó su número de teléfono por si alguna vez él llegaba.

“Le cuento que eso fue un milagro de Dios”, precisa Zenaida. Por casualidad, ese mismo jueves en la tarde, Víctor llegó a la Unidad de Víctimas del pueblo a preguntar en qué había quedado la investigación por el asesinato de su papá y se encontró con una gran noticia.

Lo atendió justamente la misma persona que esa mañana habló con su madre. Ató cabos y le preguntó: “hace cuánto no ves a tu mamá”, “uuffff señorita, hace como diez años. Le perdí el rastro y no la he podido volver a encontrar”, respondió. Realmente eran cinco años, pero Víctor había perdido un tanto la noción del tiempo.

“No podía creer que mi madre había llegado en la mañana a preguntar si sabían de mí. Ella me dejó su celular y busqué llamarla enseguida”, cuenta Víctor.

A las seis de la tarde se dio el encuentro que les devolvió la vida.

Un emotivo instante en el que Zenaida, abrazó por varios minutos a su hijo. Dice que nació de nuevo porque el motivo de su alegría regresó y ya no tenía razones para sufrir.
El sentimiento que vendría después se encontraría con su alegría. Al verlo sucio, flaco, desgreñado, no pudo evitar las lágrimas. Y más porque las condiciones económicas en las que lo recibió no son las mejores.

“No tengo cómo darle una mejor vida”, comenta la madre. Pero Víctor no es de los que deja de trabajar, de cualquier manera se rebusca para ayudar a su madre. Así ha sido en los quince días que llevan juntos.

Zenaida y su familia atribuyen al conflicto colombiano, el desprendimiento de su núcleo familiar, por la ausencia de su primer esposo, las mentes de ella y de sus hijos se afectaron. El dolor que se ha olvidado con el tiempo, de vez en cuando regresa para recordarles que unos cuantos millones no devolverán ni la vida, ni la paz que antes reinaba en su hogar.
 

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