Facetas


Un jardín de cuadros negros y blancos

"Estos pelaos no me respetan”, susurra Carlos Arturo Acevedo González cuando se asoma por la persiana de su casa, un domingo a las 8 de la mañana, y descubre que el cerrojo de la reja de hierro de la terraza empieza a sonar, cuando dos o tres manos pequeñas lo manipulan para que permita la entrada.

“Tengo la boca hasta aquí de tanto decirles que el domingo es para descansar, pero a los carajitos les entra por un oído y les sale por el otro”, agrega visiblemente complacido en el momento en que él también empieza a acomodarse en una de las mesitas de madera que descansan entre macetas y cuerdas de colgar ropa.

Su casa está en una esquina de la manzana 13, del barrio Los Calamares, entre calles peatonales, una de las cuales, la más ancha, es conocida como ‘Las Vegas’. Tal vez por ese nombre es fácil encontrar a Acevedo González, a quien los niños del barrio le dicen únicamente ‘El Profe’. Adentro, el aposento es sencillo y poco atiborrado de enseres más allá de la biblioteca politemática del instructor.

Es alto, acuerpado y cobrizo. La cabeza completamente canosa y semicalva le hace aparentar que ya subió --o está por subir-- al séptimo piso, apariencia que refuerzan los lentes de marco negro y grueso que siempre están fijos en su cara.

De voz firme y profunda, conversa mostrando la memoria detallista que más de un miembro de la tercera edad ya quisiera para sí. Por eso es más recomendable dejarlo hablar que estar haciéndole preguntas, ya que él, tarde que temprano, responde como si leyera un ‘teleprónter’ en pantalla gigante.

Le dicen ‘El Profe’ porque hace año y medio se le ocurrió llenar sus días de pensionado enseñando ajedrez a los niños de su calle, pero sin cobrarles ni un centavo; y, a lo mejor, fue esto último lo que hizo que la noticia volara como un ataque de avispas por todo el barrio. Ahora, instruye a casi 40 alumnos de Los Calamares y de los barrios vecinos.

“Conocí el ajedrez en Marialabaja, en 1972, gracias a que un primo lo llevó a mi casa. El juego causó tanta sensación que los siete hermanos y mi papá aprendimos a jugar. Mi padre, el profesor Lorenzo Acevedo Ávila, era nativo de Sampués (Sucre), pero desde muy pequeño lo trajeron a San Juan Nepomuceno. En la edad adulta se estableció en Marialabaja, trabajó muchos años en el campo y después se dedicó a la enseñanza, una vocación que decía haber heredado de su madre. Mis hermanos y yo nacimos en Marialabaja, pero con los rasgos de la gente de Sampués. Por eso nos decían ‘los Chinos’ haciendo alusión a nuestro cabello lacio”.

Antes de la aparición del ajedrez en sus vidas, ‘los Chinos’ eran conocidos por ser voraces lectores de periódicos y libros, pero en cuanto los vieron manipulando esas piezas raras sobre cuadritos blancos y negros, media Marialabaja se dejó vencer por la curiosidad.

“Primero llegaron los pelaos de la cuadra, después los de todo el barrio; y después, casi todo el pueblo. Los fuimos enseñando en la medida de nuestro tiempo y capacidades, hasta que llegó un momento en que en todo campeonato que llegaba a Marialabaja, los ganadores éramos nosotros, ‘los Chinos’ ”.

En 1977, Acevedo (al tiempo que investigaba todo lo relacionado con el ajedrez) se convirtió en funcionario del desaparecido Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), donde sus compañeros conocieron sus habilidades con el llamado “juego ciencia” y nunca dudaron en promocionarlo para que los representara en los campeonatos interempresas que vinieron después.

“Yo competía, pero nunca abandonaba mis deseos de enseñar. Así como mis hermanos y yo dejamos muchos niños en Marialabaja con ese conocimiento, hice lo propio en las poblaciones que visitaba como funcionario del Incora, sobre todo en Zambrano y El Carmen de Bolívar”.

La otra parte de la historia comienza en Los Calamares, cuando ‘El Profe’ se pensiona y sus hijos finiquitan sus estudios universitarios. Hace año y medio decidió aprovechar las horas que le sobraban, después de leer hasta los últimos resquicios de los periódicos, para enseñar ajedrez a los niños de su cuadra, idea que comunicó a la dirigencia comunal, que no tuvo reparos en acogerla.

“Lo siguiente fue comunicarles a las familias de los niños, para que me los enviaran a la casa; incluso, les sugerí a las mamás que los acompañaran en el aprendizaje. Los niños vinieron y se apropiaron tanto del conocimiento que hasta me ayudaron a construir las mesitas donde les doy las instrucciones. Ahora tengo casi 40 alumnos de todas las edades, con los que he concursado en competencias intercomunitarias; y, recientemente, en una justa de RCN, donde tuve ocho finalistas. Y los cuatro campeones son de esta escuela”.

Con una enorme capacidad de servicio que dice haber heredado de su familia paterna, Acevedo afirma que la única limitación que tiene en estos momentos es la pequeñez de su terraza, cosa que no parece preocupar a sus alumnos, quienes también reciben instrucciones sobre los beneficios que el ajedrez puede aportar a la mente y al espíritu.

“Con el ajedrez los niños desarrollan capacidad de análisis, retentiva, creatividad, estrategias e imaginación. Un niño enamorado del ajedrez será un adulto sin problemas de Alzheimer, Parkinson o cualquiera de las patologías de la mente. Por eso en Alemania es una cátedra obligada en los planteles educativos. Pero solo hasta ahora es cuando nos estamos informando al respecto en Colombia”.

‘El Profe’ no se llena la boca diciéndolo, pero sabe que su magisterio contribuye un poco a evitar que los niños se estén exponiendo en las esquinas a los peligros de la calle; o que se queden en sus casas permitiendo que los computadores y los celulares les invadan el cerebro de información que desinforma.

Les advierte que las clases son únicamente de lunes a viernes, de 3 a 6 de la tarde, “pero, como te decía al principio, estos pelaos no me respetan. Se me presentan de lunes a lunes y tengo que abrirles la puerta, porque resulta que alguno no pudo venir en la semana y quiere ponerse al día el domingo. Y como yo no rechazo a nadie...”.

Acevedo considera que la suya es una escuela de iniciación y formación, “porque, antes que nada, el ajedrecista debe ser un gran ser humano. Si hay algo que impresiona al público cuando asistimos a un torneo, es la forma de comportarse de mis alumnos. En segunda instancia, se impresionan con los resultados cuando termina la justa. Entonces, empiezan a preguntar por el entrenador; y es por eso que a esta casa han llegado muchachos de otros barrios como Manga y Bocagrande, pero sobre todo cachacos, que valoran este conocimiento mucho más que nosotros los caribeños”.

‘El Profe’ asegura haber recibido propuestas de planteles educativos para que sea el instructor de cabecera en cuanto a los interesados en el ajedrez, pero él parece tener mucho más interés en que se le ayude a conseguir un espacio más amplio que el de su terraza, en donde no todas las veces cuenta con la generosidad de la brisa, porque unas que otras se cuela el sol con todas sus fuerzas; y otras, la lluvia se luce de manera inmisericorde.

Sabe que su mayor fortaleza es el apasionamiento de los niños, que ignoran el mal clima y suponen que una terraza llena de macetas es suficiente espacio para invertirle tiempo a las infinitudes de la mente.

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