Facetas


“Un ramo de nomeolvides”, un libro que ha hecho historia

GUSTAVO ARANGO

28 de agosto de 2016 01:15 PM

Por Gustavo Arango
Especial para El Universal


En abril de 1994, Gabriel García Márquez volvió a conmocionar el mundo editorial con la aparición de la que sería su penúltima novela: Del amor y otros demonios. Otra vez la palabra amor aparecía en el título de un libro suyo y otra vez la ciudad de Cartagena, estilizada por el arte, volvía a ser escenario de su obra. La trama general de la novela podría situarse en algún momento impreciso del siglo 18, pero la génesis del relato se hallaba mucho después, en octubre de 1949, cuando Gabriel García Márquez era un reportero principiante en este diario y, supuestamente, fue enviado por su jefe de redacción a cubrir la noticia de la apertura de unas criptas en el antiguo convento de las clarisas.

La mención de su paso por El Universal y del discreto magisterio de Clemente Manuel Zabala causó revuelo local. Ya para entonces se rumoraba con insistencia que García Márquez había exagerado la importancia de Barranquilla en su destino de escritor, y que había dejado en la sombra su experiencia cartagenera. La mención en el prólogo era, en cierta manera, una respuesta a esos rumores: Zabala era tan digno de inclusión en su obra como antes lo habían sido Cepeda, Fuenmayor, Germán Vargas o “el sabio catalán”.

El revuelo encendió el bombillo de Gerardo Araújo, el gerente de El Universal. Por qué no hacer “una vaina berraca”, por ejemplo un libro, para destacar el hecho de que los inicios de García Márquez como periodista habían tenido lugar en este periódico. La idea tomó vuelo y fue así como cayeron en mis manos la oportunidad y el reto más importantes que he tenido en mi vida. Me apresuré a diseñar el proyecto y, a finales de ese mismo mes de abril, recibí vía libre y el apoyo decidido del periódico para que escribiera una crónica –con entrevistas y textos rescatados del archivo– sobre el paso de Gabriel García Márquez por El Universal.

Hasta ese momento pocos habían escrito sobre el tema. Al lado del estudio y la recopilación de columnas hecha por Jacques Gilard, el precedente más importante era una serie de ensayos académicos –posteriormente reunidos en un libro– del investigador Jorge García Usta, en los que daba cuenta de hechos notables de lo que llamó “periodo Cartagena”, y destacaba la influencia de Clemente Manuel Zabala y aventuraba influencias –como la de Ramón Gómez de la Serna– en el estilo de García Márquez. Así pude saber que García Márquez empezó su colaboración con El Universal el 21 de mayo de 1948, cuando estaba recién llegado de una Bogotá conmocionada por el asesinato de Gaitán, que colaboró de manera casi continua con el periódico hasta diciembre de 1949, cuando se fue a Barranquilla, y que volvió a escribir aquí –de manera más discreta– cuando su familia vino a vivir a Cartagena a principios de la década del 50. Con esa información básica empecé el lento y minucioso proceso de investigación que me llevó a escribir Un ramo de nomeolvides, un libro que ha sido objeto de elogios innumerables y de alguna calumnia que la ignorancia se ha ocupado de propagar.

Muchísimo trabajo
Cartagena no sería Cartagena si en aquel tiempo algunos no se hubieran preguntado por qué razón un paisa había sido comisionado para hacer una tarea que debió hacer alguien de la región. Puedo responder por mis motivos. Desde que estudié periodismo en Medellín les decía a mis amigos que quería vivir en Cartagena y trabajar en El Universal, porque allí era donde García Márquez había comenzado. Cuando tuve una oportunidad, me vine a esta ciudad que siempre he amado y tardé poco en llegar a trabajar en la redacción de El Universal. A los veintidós años había publicado mi primer libro –la primera biografía que se escribió de Julio Cortázar–, y desde el momento en que llegué al periódico me dediqué a escribir crónicas y a hacer literatura. Pronto asumí la edición del suplemento Dominical. La pasión por el oficio nunca me ha faltado. Si me comprometía a escribir un libro estaba convencido de que persistiría hasta materializarlo. Creo que esas mismas razones fueron las de quienes me asignaron esa tarea que me cambió la vida.

Durante dieciocho meses me dediqué a investigar en archivos y bibliotecas. Me sumergí en aquella época: revisé noticia por noticia los periódicos disponibles, descubrí joyas escondidas y al final me sentí listo para hacer las entrevistas a quienes tenían información sobre esos tiempos y compartieron con García Márquez aquellos meses de sus inicios. En Cartagena, Bogotá y Barranquilla hablé con Héctor Rojas Herazo, Gustavo Ibarra Merlano, Manuel Zapata Olivella, Ramiro y Óscar de la Espriella, Víctor Nieto Núñez, Carlos Alemán, Jorge Franco Múnera, Elvira Vergara Echávez, Jorge Lee Biswell, Donaldo Bossa, Roberto Burgos Ojeda, Jaime Angulo Bossa, César Alonso Alvarado, Dorothy de Espinosa, Eliécer López y Pedro Pablo Vargas Prins. También tuve el privilegio de hablar con García Márquez en varias ocasiones y de pedirle que me confirmara su autoría de algunos textos que aparecían sin firma. Fueron cientos de horas de recuerdos vagos, repetidos, de oídas, pero en medio de los cuales se asomaban los instantes, las imágenes que necesitaba el libro.

Al final pasé muchas noches en vela enfrentando ese reto de escritura que sabía definitivo. El esfuerzo fue tan intenso y en ocasiones me sentía tan cansado que debía utilizar una grabadora en lugar del computador. Sólo mi familia más cercana y la gente de El Universal –con quienes me reunía con frecuencia para discutir los avances y el enfoque del libro– supieron del esfuerzo físico y mental que significó escribir Un ramo de nomeolvides. Por eso me han alegrado tanto sus éxitos, por eso –aunque quisiera ignorarlas– me duelen las calumnias que aún difunden académicos de rigor dudoso e irresponsabilidad criminal.

Cuando escribía Un ramo de nomeolvides pensé que escribiría un libro que el mismo García Márquez considerara intachable. No quise hacer un libro lisonjero y estoy convencido de que algunos pasajes le trajeron recuerdos dolorosos. El título del libro está inspirado en el primer vallenato que García Márquez decía haber aprendido en la vida: “Te voy a dar un ramo de nomeolvides para que hagas lo que dice el significado”. En diciembre de 1995, cuando le entregué el primer ejemplar impreso a su protagonista, le dije que esperaba que estuviera a la altura. “O a la bajura”, me respondió. Dijo que lo leería con un lápiz en la mano y sólo atiné a decirle que esperaba ver lo que quedara después del lápiz.

Dos años después tuve una alegría enorme, cuando escuché al mismo García Márquez invitar a un grupo de periodistas de Latinoamérica a que leyeran el libro: “Tiene una versión mejor que la mía”, les dijo. “Conoce de mi vida más que yo”. Veinte años después sigo creyendo que es uno de los mejores libros que he escrito.

Proyección de una obra
Un ramo de nomeolvides era un libro necesario, pues la información que recoge estaba a punto de perderse. Todos los entrevistados han fallecido y el libro llegó a ser la principal fuente documental que usó Gerald Martin en su biografía para hablar de García Márquez en Cartagena. También fue una de las fuentes primordiales de Eligio García Márquez en Tras las claves de Melquiades y obligó a Dasso Saldívar a hacer ajustes para la segunda edición de su Viaje a la semilla. El mismo García Márquez reconoció haberlo usado como referencia para su libro de memorias, Vivir para contarla. Años después, el mismo García Márquez le robó a Juan Gossaín su ejemplar del libro, porque el suyo no lo tenía en Cartagena. La segunda edición de Un ramo de nomeolvides apareció en 2013 y su traducción al inglés está en proceso de edición. El libro se ha convertido en referencia obligada y el rumbo de mi vida ha quedado marcado por sus efectos. Poco después de la publicación del libro recibí una beca para hacer estudios de doctorado en la Universidad de Rutgers, en Estados Unidos. Así dejé Cartagena y El Universal hace dieciocho años.

Los muertos no pueden defenderse, pero sus actos pueden seguir haciendo daño. Tras la publicación de Un ramo de nomeolvides, el autor del estudio previo afirmó que el libro era un plagio del suyo. Nunca puso una demanda, nunca demostró nada; pero sabía lo dañino que puede ser un rumor. Cualquiera que haya leído los dos libros sabrá que la acusación es infundada. Convencidos de que haciendo eco de sus errores exaltan su memoria, los herederos de su legado siguen con el infundio –y se exponen a demandas por calumnia– amparados en que vivo lejos y son pocos los que leen y nadie confirma la veracidad de los rumores. Pero esa nube no consigue ocultar la brillante trayectoria de un libro que durante veinte años ha puesto muy en alto los valores que han hecho de este diario un patrimonio de Colombia y de la humanidad.

Un ramo de nomeolvides rescató del olvido grandes trozos de nuestra historia y ahora es parte de esa historia. Historiadores, sociólogos, estudiosos de la literatura y en particular de la obra de García Márquez siguen encontrando entre sus páginas información valiosa. Alguna vez le oí decir a García Márquez que un libro que consigue llegar a más de tres generaciones de lectores es un libro salvado del olvido, sin modestia he de decir que Un ramo de nomeolvides ha hecho “lo que dice el significado”.

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