Facetas


Un sueño sin fronteras imaginarias

Neidoll y José son dos jóvenes con una ilusión en común: escuchar sus voces y canciones en las emisoras. A pesar de vivir en el mismo barrio, están casi aislados el uno del otro por el conflicto entre pandillas que ronda las esquinas de Olaya Herrera.

El primero vive en el sector El Progreso y el segundo en el Central. En el año hubo alrededor de ocho muertes por enfrentamientos entre pandillas en la ciudad, de acuerdo con la prensa.

La astucia de la que se deben apoderar Neidoll y José para vencer el miedo y el peligro les ha permitido continuar en su camino, obstaculizado, la mayoría de las veces, por una frontera imaginaria que solo deja riñas, heridos y muertes. Expertos han enfatizado que la ausencia del Estado, la falta de oportunidades, los vacíos emocionales, materiales y en educación llevan a estos grupos de jóvenes en riesgo a pelear por “sus territorios” y crear sus propias reglas.

Neidoll Castro Castellar tiene 20 años, el mismo tiempo que lleva viviendo en el sector El Progreso de Olaya herrera. Terminó sus estudios de bachillerato en 2015 y su sueño es ser un cantante de música urbana.

En una casa humilde, como casi todas las de su calle, reside con sus abuelos. Ellos lo criaron y le advirtieron sobre los peligros que corren los muchachos de su barrio al tomar un rumbo equivocado para sus vidas. Por ellos y por su mamá, que se mudó a solo tres calles, Neidoll se empeña en cumplir sus objetivos y compensar su esfuerzo.

Pese a crecer en un ambiente de drogas y enfrentamientos, él determinó que su vida no sería igual a la de muchos de sus amiguitos de infancia que dejaron el balón y los carros de juguete por aventurarse en una lucha sin fundamento. Pero, por el contrario, sí fue víctima de esta problemática que también involucra a inocentes.

“En 2013, cuando estaba en noveno, suspendí el colegio. Por aquí se complicaron mucho las cosas, no se podía salir. Muchos hacían cosas malas fuera del barrio, pero los inocentes pagábamos acá. Este año, por ejemplo, estaba sentado aquí en la terraza de mi casa, llegó una moto a la esquina y los hombres hicieron varios tiros. Mataron a un muchacho, hirieron a varios y una de esas balas me alcanzó”, cuenta Neidoll mientras se acomoda una y otra vez la gorra que lleva puesta. Sigue con su relato:

“Nunca he pensado siquiera en ponerme a tirar piedras o hacer cosas malas porque no le pagaría bien a mi abuela ni a mi mamá que, aunque no vive conmigo, me apoya emocionalmente. Ella está pasando por un momento muy difícil y por eso quiero superarme rápido para ayudarla. Mi papá es un hombre que le gusta vivir solo, no sé si es que no le importamos o es que en realidad tiene problemas, pero esas son cosas que lo afectan a uno. Si llego a cumplir mi sueño me gustaría tener el apoyo de mi papá, que me guíe”, manifiesta.

Nace el interés por la música
En otra calle, conocida como “las Marmotas” por las “hazañas” de una peligrosa pandilla, José Muñoz tiene un pequeño estudio de grabación que armó poco a poco, a medida que ganaba dinero haciendo pistas y otras tareas.

Empezó con un computador que compró después de que terminara su contrato con una empresa de seguridad en la que trabajaba como vigilante. Hoy, niños y adolescentes ilusionados con ser cantantes de champeta o reguetón llegan a su casa.

“Realmente tengo un mini estudio de grabación desde hace como tres años. Eso lo aprendí, como dice el dicho, porque el que quiere puede. No fui a ningún plantel, aprendí viendo tutoriales en Internet. Primero me compré el computador, después el micrófono y así fui consiguiendo todo lo necesario. Ya aprendí, hacemos música en mi casa, pistas y grabación. Me gusta ayudar a los jóvenes para que dejen las cosas malas y se integren a la música”, cuenta José, de 33 años.

Desde la “barrera invisible” que separaba sus sectores, Neidoll escuchaba hablar del estudio de José y veía que las personas llegaban con frecuencia. La curiosidad lo llevó hasta allá. “Veía que la gente entraba y entraba. Un día, por curiosidad, entré y vi que estaban cantando. Me pareció muy bacano y le dije que me gustaba, que cómo hacíamos, él me dijo que practicara mucho. Recuerdo que me vendió la pista en 20 mil pesos. Yo la ponía en el DVD y practicaba, pero no sabía rimar, no sabía na’. Después él me propuso hacer una pista y una letra para que yo la cantara. Te juro que me fue mal y hasta tiré la toalla, pero después se presentó nuevamente la oportunidad y practiqué más”.

Un hecho que motivó más a Neidoll a seguir cantando y a José a conservar su estudio fue grabar una canción con Prix 06, que se llama “La farandulera”. “Yo estaba sentado aquí en la terraza de mi casa y pasó un grupo de muchachitas con ‘shortsitos’ tomándose fotos por toda la calle, iban como modelando y estaban diciendo que las iban a subir a Facebook para conseguir muchos ‘likes’ y se me ocurrió escribir la canción. Le mostré un audio a Prix y me dijo que estaba bacana. Un día él llegó aquí a mi casa y nos fuimos para el estudio de ‘Jmusic’ (José)  y grabamos”, dice Naidoll.

José reconoce que en varias ocasiones ha evaluado la posibilidad de vender instrumentos de su estudio al ver que hay pocas posibilidades de lograr su sueño, con el que piensa sacar adelante a sus hijos. “La verdad es que eso me animó y el hombre (Naidoll) también me anima. Hay momentos que digo que ya no voy más, que voy a quitar el estudio, porque no hay apoyo. Uno está haciendo cosas buenas y no hay apoyo. A veces me siento estancado pero él me dice que hay que tener paciencia”.
Por el momento, Neidoll y Jmusic trabajan en varias canciones, hacen presentaciones en colegios de la ciudad y proyectan grabar un videoclip gracias al apoyo del realizador cartagenero Andrés Lozano, conocido por filmar cortometrajes con niños y jóvenes de los sectores más vulnerables de Cartagena.

Neidoll y José solo quieren demostrar a todos los muchachos envueltos en problemas de pandillas que hay otros caminos, otra vida y, sobre todo, que hay metas por cumplir.

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