“Mi nombre es Pedro Pablo Batista, como conductor, soy un artista. Yo no trabajo, yo gozo, yo paso mi vida sabroso”, es lo primero que le dice a los pasajeros cuando se suben a su taxi-vaca.
Es imposible no saber cuando está cerca. La bocina del carro suena como una vaca. Ya en el interior del vehículo, las sillas están estampadas con manchas del animal y el frente lleno de cualquier cantidad de souvenirs de diferentes formas, estilos y tamaños.
En el techo hay muchísimas fotos de él acompañado de artistas como Karen Martínez, Harold Trompetero, Martín Karpa, Juan del Mar; el ex alcalde, Campo Elías Terán; Dionisio Vélez y hasta el actor de Hollywood, John Leguízamo.
“Señorita, usted me ve con un poco de artistas. Pero el más famoso es el negrito este(se señala en la imagen), porque es el que sale en todas las fotos”.
Cada día tiene una programación especial. El día que tuve la suerte de agarrar el taxi fue jueves de karaoke y, cualquier tristeza que sentía en ese momento, desapareció en cuanto subí al auto.
Comenzó interpretando un éxito de Vicente Fernández, a quien remeda muy bien. Al notar mi curiosidad, se sintió complacido y de forma muy rápida hizo un recorrido por la agenda que tiene de lunes a domingo.
“Los lunes son de música de alabanza y adoración al Todo Poderoso, para empezar la semana con Dios. Pues, la gente viene saturada de pecar todo el fin de semana, que salió con la otra, que se pasó de trago y le pegó a la mujer, al vecino, a los hijos. Cuando la persona se monta el lunes, enguayabado, escucha las alabanzas y a muchos les toca el corazón. Es como si se hicieran un autoanálisis, porque hasta han llorado en el carro”, explica.
Los martes le toca el turno a la música clásica instrumental, más conocida por él como “música estilizada”. Ese día, en la tarde, varía la programación y le da paso a la música romántica.
“El miércoles es de chistes. Yo refiero chistes y los pongo en la pantalla(señala el sofisticado monitor). El pasajero que cuente un chiste, que no sea vulgar, que de risa, que yo no me sepa, no paga pasaje”.
El jueves es de karaoke. Me explica que por eso están los CDs y el micrófono: “El que cante y caiga en la nota, no paga pasaje”, dice.
Cuando se acerca el fin de semana, la parrilla se reforma totalmente con la famosa “vaca-teca”. Tiene todo un juego de luces, que incluyen flash, luces de neón, bola de colores, sirenas y hasta cámara de humo, con la que casi me ahoga por la cantidad de vapor, algo denso, y olor a chicle.
“Ay, señorita, disculpe pero de noche es que se ve bonito. De viernes a domingo la vaca-teca es lo mejor, como la gente se va de rumba”.
Si usted coge el taxi-vaca, debe saber que si está de cumpleaños, tampoco paga pasaje. Sólo debe llevar la cédula en la mano para probar lo que está diciendo. También, cuando van niños en el taxi se le ponen rondas infantiles con videos y al final se le obsequia una galleta Muuu(Tenía seis en el frente del carro).
Parece que ser taxista es una cuestión de genética. Junto a él son 8 hermanos, de los cuales 7 son taxistas, el otro trabaja en una empresa y su hermana es maestra, pero se casó con un taxista. Sin contar a su papá, quien también se dedicó a la misma profesión.
La metamorfosis que sufrió su vehículo le tomó mucho tiempo. Hace cinco años tenía otro taxi, modelo 96, en el que andaba con un megáfono, gritando “Centro Manga” y lo contrario. Usaba el megáfono sólo en tiempo de lluvia para evitar enfermarse. Y es que Pedro Pablo es asmático y más tiempo era lo que pasaba hospitalizado que trabajando, por eso adquirió el aparato.
En una ocasión, bajando el Puente Román, que comunica a Manga con el Centro Histórico, vio a una pareja de extranjeros; y, motivado por un impulso, agarró el megáfono y les hizo como una vaca. El sonido fue tan fuerte y peculiar, que la joven pareja se asustó.
“El muchacho se tiró en el andén a reírse y la muchacha se le atravesó al carro y me decía cualquier cantidad de palabras gruesas. Habían unos policías que vieron todo y también se morían de la risa. Pero de verdad que yo compré ese megáfono por mi enfermedad respiratoria. Como yo sacaba la mano diciendo que era mil, me podía mojar”.
Fue así como surgió la idea del taxi vaca. Al principio fue comprando algunos muñecos, luego cambió el tapete, después la bocina, vinieron las luces y más adelante surgió la idea de la programación.
Su familia no comprendía la obsesión de Pedro Pablo con este animal. Sus hijos lo tildaban de loco, ahora son ellos los que compran objetos de vacas para seguir con el sueño de su padre.
Son múltiples los anécdotas en estos 15 años de taxistas y se han duplicado desde hace 5 años con su taxi-vaca.
“Hay muchos niños que se suben alegres y cuando se bajan, lo hacen pataleando, se agarran del cojín y no se quieren bajar; adultos, ya viejos, que se pasan de las paradas, se bajan dos cuadras después por andar distraído con todo lo que pasa aquí. Policías que me paran, creo que me van a pedir documentos, y es para ver el carro y las luces”.
También hay días difíciles. Lidiar con el público no es fácil. Pedro Pablo trata de que el rato que pase el cliente en el taxi sea agradable. Sin embargo, muchas personas llegan con mala actitud y cuando él trata de hacerlo reír, le hacen fuertes desaires que le baja el ánimo.
“Cuando se monta un pasajero ofuscado y me sale con groserías, yo me quedo calladito. Cambio la programación y sea el día que sea pongo música cristiana. Me ha pasado que se disculpan por su actitud, por eso yo siempre recorro a mi Dios”.
Tiene clientes fijos, a veces tanto, que no da abasto. Cuando está en la estación, los pasajeros lo esperan. No quieren tomar otro taxi. Los jóvenes también son su target, en especial los fines de semana, cuando salen a las discotecas para llegar activados y cuando regresan para venir con el desorden.
Asegura que los taxista son la mejor carta de presentación de una ciudad, por eso trata de ser culto y respetuoso con los pasajeros, sin perder la gracia y simpatía que lo caracteriza.
“A veces siento que Dios me hizo portador del virus de la alegría y eso es contagioso. Yo mi trabajo no lo tengo como una profesión, sino como una vocación, a la que le pongo sazón, le pongo picantón y así evito un ataque al corazón”, puntualiza.
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