Facetas


Una acuarela que no se desgasta en el tiempo

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

15 de septiembre de 2013 12:02 AM

Los encuentros y desencuentros de la etapa de noviazgo con el que fuera su esposo, el acuarelista y paisajista Hernando Lemaitre, se cuelan en sus sueños actuales.

Para Catalina Cavelier Vélez, esas escenas de juventud en las que la distancia ponía tierra de por medio entre el anhelo y la desesperación de ambos, producto de una necesidad creciente por la presencia del otro, son las que habitan su memoria.

Y no es para menos pues se enamoraron desde los 15 años.

De ‘Nando’, como aún lo llama cariñosamente, tuvo que despedirse en varias ocasiones. Luego de que ambos culminasen sus estudios secundarios, los padres de él,  Daniel Lemaitre Tono y Clara Román de Del Castillo, decidieron enviarlo a Maryland, Estados Unidos, y posteriormente a Washington dadas las curiosidades artísticas que despuntaban en sus manos, y que más tarde lo consolidarían como uno de los mejores paisajistas del país y pionero en la acuarela.

De tal manera que la historia de amor de Catalina se fue entretejiendo entre viajes alrededor del mundo y vacaciones que desembocaban inevitablemente en Cartagena, la ciudad cuyos tonos cálidos y escenarios marinos quedaron plasmados en la obra de Hernando Lemaitre.

La despedida definitiva se produjo el 17 de febrero de 1970, cuando a los 45 años Hernando falleció víctima de una rara enfermedad que lo desgastó progresivamente durante más de dos años.

“Justo cuando estaba en lo mejor de su pintura”, indica Catalina, quien ofreció una cálida entrevista que la revela no sólo como la mejor compañía que pudo tener el artista insigne cartagenero, sino como una mujer amable y paciente, dueña de una tenacidad luminosa que se resiste al olvido.

¿En qué momento pintaba su esposo?
-Él se dedicaba los sábados y domingos a pintar. El Club de Pesca era su sitio favorito. Lo pintó por todos lados, por delante y por detrás, y le gustaba mucho la bahía de Cartagena. En especial lo que es ahora El Arsenal que antes era un desastre eso. El pintaba ahí. Los paisajes los pintaba al aire libre. Salía desde las 8 o 9 de la mañana.

Los bodegones sí los pintaba dentro de la casa en Manga. Él iba al mercado y compraba las cosas para los bodegones, las flores. Sobre todo podía dedicarse a la pintura los sábados y domingos porque él trabajaba en la Fábrica Lemaitre.

¿Qué otros paisajes pintó Hernando Lemaitre?
-Pintó el Cerro de San Felipe, El Arsenal. Ahí pintó unas barcas en la arena que estaban en reparación.

A él le encantaba La Popa para ver a Cartagena. Todos los domingos que íbamos a pasear le encantaba subir a La Popa. Él tenía un solar ahí y pensaba hacer un restaurante pero a él la muerte lo cogió muy joven, Se enfermó a los 43 y murió a los 45 cuando estaba en lo mejor de su pintura.

Elenita Mogollón y yo formamos una galería que él patrocinaba y la abrimos con una exposición de él que se llama ‘El Zaguán’ en el Centro. Él ahí vendía sus acuarelas y tenía un poco de pedidos cuando se enfermó.

¿Sueña frecuentemente con él?
-Sí. Con frecuencia. De cuando nos conocimos. Estuvimos de amores varios años y separados porque él estudió 4 años en Estados Unidos y yo dos años en Bogotá y a pesar de todo ese tiempo nos encontrábamos y seguíamos. Recuerdo esa época de encuentros.

¿Cómo empezó a gestarse esa relación sentimental?
-Él me propuso que tuviéramos una relación desde los 15 años. Después yo me fui para Bogotá a estudiar, pero vine y nos encontramos en unas vacaciones. Luego yo me fui otra vez y vine y él se había ido para Estados Unidos, pero venía a vacaciones y ahí si salíamos siempre. Aunque no nos escribíamos, ni nada, sino que siempre nos reencontrábamos.

Yo salía con amigos y enamorados, y me imagino que él en Estados Unidos también, pero apenas venía aquí salíamos todo el mes de vacaciones de él, y luego ya en el año 50 sí nos arreglamos. Me propuso matrimonio. En el 50 Nando regresó para quedarse, yo estaba en Europa, y nos encontramos aquí. Yo había pasado por Nueva York pero él ya se había venido. Él me fue a recibir al barco y nos enganchamos y me dijo que pensaba casarse y que estaba empezando a trabajar para poder hacerlo y así empezamos una relación fija, ya salíamos todos los días.

¿Qué comportamiento único recuerda de su esposo?
-No le gustaba celebrar su cumpleaños porque la madre murió después de que él nació. Siempre fue así. La Navidad sí la celebraba pero no le gustaba que le dijeran que era su cumpleaños. Toda la vida fue así, nunca lo celebró como tal.

También era muy caritativo y muy generoso, un día entregó los zapatos en la puerta a alguien que llegó a pedirle zapatos y me dijo que los había entregado porque no tenía nada más que darle y eso era lo que le habían pedido.

Ustedes se fueron a vivir a Francia luego de que el padre de su esposo, Don Daniel Lemaitre, murió. ¿Qué recuerdo le evoca el viaje?
-Sí. Él estudió en Grasse que es donde están las fábricas al sur de Francia cerca de Cannes. Ahí duró año y medio estudiando porque cuando se murió el papá, que era el perfumista de la fábrica, lo mandaron allá pues allí quedaba la casa que les vendía los perfumes. Nando tuvo una nariz muy privilegiada. Tanto que después de muerto salió en el periódico de Francia la noticia que un señor colombiano de apellido Lemaitre había sido muy elogiado por su nariz.

Allí vivimos. Estábamos los dos solos y las tres niñitas que tenemos. A ellas las metimos internas en un colegio para que aprendieran francés. Una vez lo llamaron de la fábrica para que viera una bodega llena de pétalos de rosas para los perfumes. Él se quitó el sacó, corrió y se tiró y me dijo que nunca se había podido tirar en un colchón de pétalos de rosas.

¿Cómo era la relación de Hernando con el pintor Enrique Grau?
-La relación con Grau era muy buena. Yo tengo muchos cuadros de Grau aquí en el apartamento. Tengo una acuarela de Enrique Grau. Tenía cuatro o 5 cuadros pintados por él e incluso Grau me hizo un retrato en el año 54 que está en el pasillo. Eran muy amigos. Yo seguí la amistad con ‘Quique’ hasta que murió.

¿Cómo era la Cartagena de entonces?
-Todo el mundo era conocido o todo el mundo era familia. Ahora uno va y no encuentra a nadie conocido. La ciudad ha crecido muchísimo. Esto ahora es otra cosa.

¿Cómo era la relación de él con Miguel Sebastián Guerrero, Pierre Daguet y Alejandro Obregón?
-Con Guerrero fue muy amigo. Iba a la casa de él, iban mucho a Mallorca. Allá se reunían con pintores, artistas y poetas.

Con Pierre Daguet tuvo menos amistad pero como íbamos mucho al Restaurante Capilla Del Mar a almorzar lo veíamos allí. Nos lo encontrábamos y hablábamos mucho con él.

A Alejandro Obregón lo conocimos ya casi al final de la vida de Nando porque él no vivía aquí. Y cuando él llegó, Nando estaba inconsciente. Alejandro le habló lindo al oído y yo tristísima de que no pudiera grabar eso.

¿Cómo fueron esos días de postración?
-Él estuvo con una enfermedad que lo tuvo sin hablar año y medio, ni veía, ni oía. Estaba alimentado por sondas. Una enfermedad que se llama Creutzfeldt-Jakob por los médicos que la descubrieron. En ese tiempo había un libro que decía que sólo había 36 casos en el mundo.

Eso fue horrible para mí. Los días más negros de mi vida. Éramos un matrimonio muy unido y fuimos muy felices, pero luego llegó esa enfermedad y yo casi me muero. Fue muy fuerte para mí la enfermedad de Nando.

¿Era un hombre temperamental?
-No. Era un hombre tranquilo, nunca cogía rabia, no se molestaba por nada.

¿Cuál de sus hijas ha continuado el legado de la pintura?
-Ninguna de las tres lo ha continuado. Hay una nieta que está estudiando arte. Una hija de Florina, y ya se va a graduar. Ella sí pinta y ha hecho exposiciones en Bogotá.

¿Qué olor le recuerda a su esposo?
-Nando usaba el agua de colonia Farina. Pero a él no le gustaba que yo usara perfumes, no me dejaba usarlos. No le gustaba porque estaba cansado de los perfumes y usábamos jabón que no tenía perfume. Él trabajaba con perfumes en la fábrica  y no quería que en la casa oliera a perfume.

¿Cuál era el artista que más admiraba su marido?
-Sentía mucho afecto y admiración por la obra de Vincent van Gogh y por (Diego) Velásquez, el español.

¿Qué recuerdo tiene de la época en que fue nombrado director del Museo de Arte Moderno?
-Bueno, él fue director del Museo de Arte cuando lo fundaron. Él lo tuvo primero en la casa y luego en una casa cerca de Santo Domingo que el gobierno le dio pero después se la quitó y tuvo que recoger sus cuadros. Los llevo a mí casa y al Club de Pesca porque se estaban dañando. Cuando al fin lograron fundar el Museo de Arte Moderno, donde está ahora, ya Enrique Grau se ocupó de eso porque ya él sufría de su enfermedad y cuando lo fundó José Gómez Sicre regaló las primeras obras, y lo nombró a él director del museo.

¿Qué actitudes de Hernando nota en sus hijas?
-Florina se parece mucho porque ella es artista y eso lo hereda de él porque mío, no tiene nada (ríe). Clara Helena es muy puntual con sus cosas y lo mismo Eugenia. Son muy disciplinadas. Pero la que más heredó fue Florina que recibió lo artístico.

¿Conserva algún recuerdo tangible del Maestro Lemaitre, quizá algún pincel o materiales que él usaba?
-Los pinceles y casi todo lo regalé a la Escuela de Bellas Artes. También cantidades de papel porque cuando él se enfermó decía que no sabía pintar… Nando encargaba y usaba papel italiano o francés. Todo se lo regalé a Miguel Sebastián Guerrero para que él se los diera a los estudiantes de Bellas Artes que no tuvieran con qué pintar.

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