Facetas


Una buena noticia sobre La Champeta

GUSTAVO TATIS GUERRA

23 de agosto de 2009 12:01 AM

La batalla solitaria y valiente que han sostenido los cantantes y compositores de la Champeta en Cartagena, a lo largo de casi tres décadas, empieza a recoger sus frutos en la displicente e incrédula sociedad colombiana. Habría que precisar que un sector de la sociedad se resistía a aceptarla en medio de estereotipos y prejuicios culturales. Y descreía de su valor musical como fenómeno social surgido en las barriadas pobres de afrodescendientes, mulatos y mestizos de los orígenes más disímiles: americanos mezclados con europeos, españoles mezclados con africanos, descendientes de africanos esclavizados en las colonias francesas, inglesas, holandesas, oleajes de un mar que no se detuvo sino que reencontró en sus orillas y horizontes las sombras de sus parientes perdidos y desterrados, las sombras de los abrazos que no alcanzaron a darse. Ha sido la música y no la política, la que ha acercado a los pueblos, a través de un lenguaje sin distancias ni fronteras. Ha sido el ritmo, la melodía, el que ha moldeado una estética común que hermana a todos los pueblos. Hace casi treinta años en una breve pero significativa experiencia como chequeador de barcos en el puerto de Cartagena, descubrí que los muelleros contrabandeaban todo tipo de sueños, entre ellos, la música que venía de África y las islas del Caribe. La música era en ese entonces el sueño más liviano, el menos costoso y el más contundente, el que no quitaba espacio en casa pero el que imponía su propio espacio interior y se quedaba a vivir para siempre. La música africana fue una manera del reencuentro con los parientes dejados hace más de cinco siglos. Cartagena como puerto de esclavitud que fue en la Colonia, prohibió toda forma de expresión africana y vio en el tambor el código de rebelión y comunicación entre los africanos esclavizados. La música siempre fue una manera de regresar y una apuesta a las vidas vividas y sacrificadas por miles de africanos. Así que un ritmo urbano como La Champeta que ahora recibe por parte de Sayco el Premio al Talento Nuestro es apenas un reconocimiento nacional para disipar las dudas y los prejuicios: Esos artistas barriales de la Champeta se lo han ganado con mérito haciendo el largo y doloroso viaje de una catarsis social, el nombre del ritmo era en sí mismo una resistencia rebelde: el nombre de un cuchillo afilado convertido en música, en baile y en gesto, y finalmente, depurado y aceptado como expresión suprema del goce del cuerpo y del alma. Y junto a esos logros urbanos de aceptación en el resto de la sociedad, los artistas han tenido que librar otras batallas: las prohibiciones públicas de que un baile de champeta era en los años ochenta y noventa sinónimo de trifulca y conflicto asegurado. Pero no. El Primer Encuentro de la Champeta que convocó Chica Morales cuando fue Ministra de Cultura en la Plaza de la Aduana, no dejó a ningún escalabrado y hasta el comandante de policía de esa época terminó sumándose a aquella fiesta de integración. Los muchachos de la Champeta han aceptado en este reconocimiento que el camino no ha sido fácil, y los que antes estaban atrapados en el vicio de la droga, el alcohol y la vida descarriada, buscan un nuevo lenguaje y una nueva dimensión de lo espiritual. Por supuesto, África ha sido una parte del espejo, pero Cartagena es la razón y la raíz de su arte.

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