Facetas


Una ‘enfermedad’ llamada envidia

LAURA ANAYA GARRIDO

21 de octubre de 2018 12:30 AM

Solo hay dos tipos de personas que no experimentan altos y bajos emocionales, seres que jamás sienten ansiedad, tristeza, envidia o frustración: los psicopáticos y los muertos. Lo dice el profesor Tal Ben-Shahar y yo digo que si la envidia fuese una enfermedad, tendría más pacientes que el cáncer. Es más, tendría más pacientes que cualquier otra enfermedad descubierta hasta hoy en el mundo, porque todos en algún momento la hemos sentido. Si somos envidiosos leves o crónicos, eso lo sabe cada quien, pero lo cierto es que, según los psicólogos, los humanos conocemos ese sentimiento en la niñez.

“La Real Academia Española la define como tristeza por el bien ajeno. Desde el punto de vista psicológico, algunos estudios consideran que la envidia tiene su raíz en el primer objeto de importancia para el niño: su madre”, explica la psicóloga Mercedes Escallón. Otros autores, incluso, aseguran que la envidia se construye y desarrolla en el entorno familiar primario, cuando prima la competencia y no la colaboración, cuando se enseña al niño o niña a construirse desde el egoísmo, el egocentrismo y la competencia por encima de la fraternidad de los vínculos entre hermanos, amigos y los pares que interactúan con el niño.

El problema es que esos niños crecen y muchos no se separan de la envidia, sino que la abrazan más y más. Y viven celosos de lo que el otro ha conseguido, deseando que tropiece, o mejor que se caiga, y cuando el otro cae entonces sienten alivio, una especie de ‘fresquito’ que los alemanes llaman ‘Schadenfreude’ (alegría maliciosa) y que no es bueno. Volverá a envidiar y ese envidioso crónico deseará una vez más que el otro no tenga lo que tiene. Que no sea verdad que lo tenga, que no sea cierto su éxito. Que por favor no sea tanta como parece su riqueza material. Y dirá siempre que tanto éxito del otro es simple suerte o palanca.

La envidia se lleva solo por dentro, en la intimidad subjetiva, claro, su manifestación podría parecer y sentirse como una declaración de inferioridad. Casi siempre, el envidiado ni se entera de que lo es, entonces el envidioso el que realmente la pasa mal. Y se envenena el alma... ¿y el cuerpo?

Una envidia crónica, a largo plazo, puede terminar convirtiéndose en un malestar físico. ¿Cómo y por qué? Nos lo explica el doctor Orlando (Junior) Bustillo.

Cuestión de hormonas
“Una vez descartado cualquier tipo de enfermedad orgánica o mental del individuo, podemos decir, según el siquiatra español J.A. Vallejo-Nágera, que los hombres tenemos conflictos psíquicos. La envidia hace parte de esos síntomas propios (y conflictos) del ser humano que tienen respuestas orgánicas una vez se vuelven crónicas”, explica Bustillo.

La envidia, según el médico, puede ser parte de trastornos de la personalidad que inducen a cambios en el sistema hormonal y de los neuropéptidos. En otras palabras: por lo general, una persona envidiosa tiene alteradas las hormonas de la felicidad: dopamina, serotonina y oxitocina. “Están en un proceso de desgaste permanente, se agotan en el cerebro, lo que les impide producir sus efectos naturales, como, por ejemplo, la alegría por vivir”.

Ahora vamos para otra hormona: el cortisol, una sustancia que las glándulas suprarrenales liberan como respuesta al estrés. El doctor Bustillo me explica que nuestro organismo produce esta hormona en dos picos diarios: uno matinal y otro vespertino. “Nos permite normalmente actuar con energía en el día a día, responder al ataque y defendernos de las agresiones, además de tener un ciclo vital para la supervivencia. El envidioso altera este ciclo y (cuando envidia) en forma crónica altera su cerebro y su organismo”. Como consecuencia, puede engordar y muchas veces caer en errores de percepción, y entonces volverse irritable.

¿Y si uno pasa todo el día amargado, triste, aburrido, envidiando, puede terminar también con algún dolor físico?
La medicina tiene un término para esos malestares físicos que tienen su origen en emociones: somatizar. La Real Academia Española define somatizar como transformar problemas psíquicos en síntomas orgánicos de manera involuntaria.

“Somatizar es una palabra de la cual muchas veces los médicos abusamos, pero la realidad es que el reflejo de malestares en ciertos órganos de nuestro cuerpo son manifestaciones clínicas y físicas de conflictos no resueltos que muchas veces nos inflaman”, interviene el doctor Bustillo.

Según publica la psicóloga Mairena Vázquez en su blog, “los síntomas físicos que se generan cuando tenemos niveles altos de estrés y/o problemas emocionales producen dolores aparentemente inexplicables de abdomen, cabeza, náuseas, vómitos, problemas gastrointestinales, etc., que provocan dificultades a nivel laboral y social. Esto se conoce como somatización.

“Cada uno de nosotros tiene algún punto más débil en el cuerpo y es ahí donde la tensión ataca. El cuerpo se encarga de expresar las emociones que sentimos y cuando las emociones no pueden ser expresadas, son somatizadas”.

¿Tendrá algo bueno la envidia?
Puede que sí. Hay quienes aseguran que hay una envidia benigna (Aquello de ‘envidia de la buena’) y una maligna.

Mientras esta última nos empuja a ser deshonestos e hipócritas, a fingir que nos duele el fracaso del otro, cuando en realidad nos regocija, la benigna puede ser sana: llega a parecerse a la admiración y entonces puede motivarnos a ser mejores personas. A luchar para ser mejores, a imitar y mejorar los comportamientos o acciones que condujeron al otro a ser exitoso.

Incluso, si reorientáramos la envidia ‘maligna’, podríamos encontrar el sentido más sano de la competencia: esforzarnos para ser cada vez mejores, reconociendo las capacidades del otro.

Entonces, ¿habrá forma de reorientar esa envidia maligna? Es difícil, pero no imposible. Educar desde la infancia sobre las consecuencias negativas y dolorosas de este sentimiento puede ser una buena forma de empezar a combatirla.

Los expertos coinciden en que es prácticamente imposible evitar un sentimiento, pues las emociones suelen ser rebeldes y espontáneas; lo que sí podemos controlar es la reacción que le sigue a ese sentimiento negativo: desde evitar hablar mal del otro, no hacerle daño y no negarle cosas, hasta evitar ofenderle o maltratarle física y psicológicamente.

Podríamos empezar por mirar al otro y pensar que no somos los únicos que merecemos el éxito. ¿No has pensado que quizá no te has esforzado tanto y el otro sí?

¿Están relacionadas la envidia y la autoestima?
La psicóloga Mercedes Escallón: “En mi opinión profesional, sí están relacionadas. Detrás de una persona que sufre producto de su envidia, hay una persona insegura, que se siente incapaz de conseguir por mérito propio aquello que envidia. El problema de la envidia es que afecta a quien la siente, genera incomodidad, altera el equilibrio emocional de quien la padece, de quien la siente. Sin apelar a ninguna investigación empírica, podría estar relacionada con características de personalidad de inseguridad, percepción de falta de competencia, pensamiento egocéntrico, pobre concepto de sí mismo”.

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