Facetas


Una pesca por la vida en las playas de La Tenaza

LÍA MIRANDA BATISTA

22 de mayo de 2016 11:44 AM

“Salir a pescar es como enfrentarse a la muerte”, exclama Fermín Gómez cuando termina de descamar dos juancho juancho que espera vender antes de mediodía. Son las 11:15 de la mañana, y en su sitio de trabajo improvisado aún permanecen varios de sus compañeros tomando siesta, almorzando y remendando botes.

Los vientos alisios y frentes fríos que azotaron a Cartagena en los primeros meses del año lo obligaron a parar, pero él, de esa temporada cruel solo recuerda deudas por pagar. Fermín agradece al cielo que puede regresar al mar.

Pero el día comenzó mucho más temprano para Fermín y los otros pescadores que se reúnen diariamente en la zona de La Tenaza, frente a la Avenida Santander. Se levanta a las 3:30 a.m. y toma el bus que lo trae al Centro. A las 5:45 a.m. está entrando al mar con su bote azul cargado de canaletes, cordel, balde con agua y una nevera de icopor donde guarda las sardinas que usa como carnada.

Fermín ya no conserva su capucha morada con las siglas “Captain América”, que llevaba cuando lo conocimos hace unos meses, mientras escribíamos sobre las difíciles condiciones de los pescadores de esta zona, en tiempos de olas de 3 metros de altura y vientos de 20 nudos. (Lea aquí:El Capitán América ya no puede pescar)

Primero la carnada. La sardina pierde su cola y su cabeza, y el lomo es enganchado por el anzuelo. 30 metros de cordel se lanzan al mar. “Este cordel lo consigo en la ferretería junto con los anzuelos. Casi siempre compro 50 metros de cordel, pero solo utilizo 30, cuando voy más a profundidad utilizo 40 o 45 metros y me quedan cinco de repuesto. Las sardinas las consigo en la bahía, la venden por tarros. Un tarro vale 2 mil pesos. Hay compañeros que utilizan un tarro, tarro y medio, y hasta dos, como yo”, cuenta Fermín.

 De repente, siente la tensión en la línea del cordel, parece que un pez ha mordido el anzuelo. Él se apresura a jalar la cuerda y de forma ágil ya tiene entre sus manos un juancho juancho que revolotea e intenta regresar al agua. Fermín lo coloca sobre una tabla, lo examina y lo tira a un balde donde aguardan los otros cazados en la faena.

“Muchas veces no se pica nada y uno regresa aburrido a la orilla. Otras veces, cuando al faena es buena uno regresa con canasta y media de pescados, otros días solo una, y así”, señala Fermín mientras acude al llamado de una embarcación de Guardacostas que realiza labores de patrullaje.

Fermín termina su jornada y regresa a la orilla con siete peces: Dos caritos y cinco juancho juancho. “En estas aguas siempre cogemos pargos, róbalo, sierra, jurel o carito, pero ahora estamos cogiendo juanchos porque es el que pica ahora hasta que el mar se ponga más quieto”, advierte como queriendo justificar el bajo resultado de la faena.

Al llegar a la orilla, Fermín toma los pescados y empieza a limpiarlos. Observa un alboroto y se da cuenta que uno de sus compañeros logró cazar un pez grande que vende rápidamente a un transeúnte curioso por un valor de 40 mil pesos. Pero hay otros pescadores como Juan que se disponen a guardar sus implementos de trabajo pues solo atraparon peces muy pequeños que seguro solo servirán para la cena de su familia.

El grupo de pescadores en La Tenaza permanece en el cambuche hasta las 3 de la tarde. Un sol inclemente los ataca y solo un par de ellos logra refugiarse bajo unos toldos improvisados. Dicen que están acostumbrados al abandono por parte de las autoridades distritales, y que se han mantenido en este lugar gracias a sus compradores, que valoran no solo su actividad, sino la antigüedad que ya completan en este sitio.

“Muchos pescadores han muerto aquí y no dejan nada para sus familias. Somos la única cooperativa de pescadores a la que no se le presta atención, a pesar de estar en este sitio desde hace muchos años. Sobrevivimos es porque amamos nuestro arte, pero hasta ahora ninguna autoridad se acerca para brindarnos apoyo ni ayudas”, indica un pescador que permanece cobijado bajo un toldo.

Pescar no es solo enfrentarse a la muerte, es enfrentarse a la necesidad.

Guardianes de pesca

La actividad pesquera que realizan los hombres del cambuche de La Tenaza los expone a todo tipo de riesgos, muchas veces se aventuran a pescar sin conocer las condiciones atmosféricas que se prevén para ese día y sin contar con algún tipo de protección. En lo que va del año la Unidad de Guardacostas de Cartagena ha rescatado a cuatro pescadores.  

“Dentro de los patrullajes diurnos y nocturnos se contempla el acompañamiento a los pescadores, de hecho hemos efectuado operaciones de búsqueda y rescate, salvando a varios junto a sus implementos de pesca y redes”, explica el capitán Jorge Enrique Herrera, comandante del Cuerpo de Guardacostas de la ciudad. 

Para el comandante de Guardacostas es necesario que estos pescadores conozcan y apliquen las mínimas normas de seguridad para realizar su faena, ya que protegen su vida y se evitan cualquier emergencia. 

“Cuando quedan a la deriva los encontramos insolados, deshidratados, heridos, con contusiones, por eso procedemos a brindarles atención, y si es necesario, los trasladamos a un centro médico. Muchos violan las normas de seguridad, se meten debajo de los muelles, pescan dentro de las operaciones marítimas de los diferentes puertos, no cargan con linterna y remos o tiran el trasmallo donde hay turistas disfrutando de un baño, y eso representa finalmente un peligro para todos”, precisa. 

¿Solo promesas?

Aunque en febrero, la Unidad Municipal de Asistencia Técnica (Umata) y la Gerencia de Espacio Público entregaron detalles sobre los proyectos y programas que estaban preparándose para acoger a esta comunidad de pescadores, el panorama es desalentador.

De los acuerdos que se definieron tras una visita de inspección, y que prometían la mejora de las condiciones de la zona y el suministro de nuevos implementos de trabajo, al parecer, solo quedaron las promesas.

“El Gobierno no tiene que estar tan seguro que nosotros estamos recibiendo apoyo de la Umata porque no estamos recibiendo nada. Aquí hay pescadores que ya han muerto y nunca recibieron nada, han durado más de 60 años pescando y jamás recibieron capacitaciones, medicamentos o incentivos. Mientras pescadores de otras zonas, que no llevan mucho tiempo pescando, sí reciben recursos por parte de las entidades públicas y privadas. Todos los espigones de las playas los han arreglado menos el que tenemos acá en nuestra zona, eso lo hacen para hacernos sufrir y podernos quitar de aquí, pero nosotros estamos más fuertes que el mismo mar”, denuncia un pescador. 

Consultado por El Universal, Gustavo Jiménez Sierra, director de la Umata, explicó que desde la entidad ya se iniciaron los primeros diálogos con esta comunidad de pescadores que esperan ser priorizados en el programa piloto “Pescao Pa Mi Gente”.

“Hasta el momento hemos inscrito ante la Umata 85 asociaciones de pescadores, hemos realizado algunas visitas y el equipo de pesca de Umata les está caracterizando sus embarcaciones e implementos, y anotando sus requerimientos y necesidades”, anota Jiménez.

El funcionario es consciente que el proceso es lento pero se muestra optimista con la iniciativa que una vez sea aprobada, podrá beneficiar a 800 pescadores artesanales de la ciudad. La necesidad tiene cara de pescado.

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