Facetas


Y si Poncho y Silvestre se besan, ¿qué?

Un beso o, mejor dicho, un piquito que se dieron Poncho Zuleta y Silvestre Dangond en la clausura del 49 Festival de la Leyenda Vallenata fue la gota que derramó la copa. Hay tanta indignación por un simple pico, que las redes sociales se volvieron monotemáticas.

Más allá de las cualidades del beso (afectuoso, filial o en el peor de los casos, bochornoso como lo catalogó el hermano de Poncho, Emiliano), lo que hay que preguntarse es: ¿Por qué la opinión se enciende cuando dos exponentes del vallenato se besan?

La cosa no es para nada nueva. “Lo hizo el mismísimo Diomedes Díaz, para muchos el máximo exponente en la historia vallenata, con su hijo Martín Elías y con los mismos Poncho y Silvestre, y Jorge Oñate con Poncho”, recuerda Benjamín “Mincho” Paternina, periodista y conocedor del vallenato.

¿Pero qué piensan nuestros lectores? El Universal preguntó. Hay opiniones encontradas. “Es un terrible ejemplo para los miles de seguidores que tienen Poncho y Silvestre. Creo que lo hicieron para escandalizar las redes sociales o para sobresalir entre sus colegas. Pienso que la intención de Silvestre fue demostrar que era capaz de hacer algo que hizo el gran Diomedes, para equipararse a él”, comenta Ademir Bonivento.

“En la provincia de Padilla (La Guajira, parte del Cesar y de Magdalena) esa es la expresión de afecto más normal que existe, cuando la parranda avanza en la noche”, dice Andrés Toro, de Valledupar.

Juan Sánchez Jurado, en su blog Alteraciones Culturales, dice que no fue un beso de dos hombres que se deseaban físicamente, sino el de dos hombres que se profesan un gran afecto mediado por la admiración mutua.

“Si el beso de Poncho y Silvestre se hubiera dado en cualquier otro contexto, sería considerado normal. La expresión no implica de ninguna manera una inclinación homosexual por ninguna de las dos personas”, sugiere el sociólogo Jair Vega.

La crítica tiene más que ver con el universo musical que los artistas representan. “El beso se dio en un contexto en el que los fanáticos pueden perdonar el crimen de una mujer, pero que cuestionan la expresión de afecto porque transgrede, nada más y nada menos que una coordenada de ese universo: el machismo”, precisa Vega.

Bien lo expresa Sánchez Jurado, las relaciones entre hombres en este país están marcadas por la socialización exclusiva de la fuerza y por la obligación de reprimir y ocultar las debilidades.

Es que toda la música del Caribe y de Colombia (no podemos excluir ningún género) tiene contenidos machistas. Cuando uno mira las letras y la idiosincrasia, estas no reflejan más que una relación posesiva,  “del propio macho” y unas expectativas de la mujer sumisa (la que se valora más). Ya lo cantaba ‘el Cacique de la Junta’:

“Ay yo sé bien que te he sido infiel, pero en el hombre casi no se nota, pero es triste que lo haga una mujer, porque pierde valor y muchas cosas”. (La falla fue tuya. Autor: Omar Geles-1992).

Interesante, ¿no? Reclama la fidelidad de una mujer, aunque el mismo autor reconoce que ha sido infiel más de una vez.
Definitivamente, en ese contexto, lo que se espera del “macho” es que halague a una mujer. Que le haga ver a todo el género femenino lo que siente, pero una expresión de íntimo afecto con un hombre “no va”.

LA EXPRESIÓN MÁS SUBLIME DE CARIÑO 
“En la provincia de Padilla es común besarse entre hombres en una parranda. Desde los comienzos del vallenato, todas las parrandas se originaron alrededor de un acordeón y quienes asistían eran los hombres. La mujer poco lo hacía. Él salía a parrandear y luego volvía a buscarla con una serenata para conquistarla”, así explica Ramón Duarte, periodista valduparense, que un beso entre hombres no despierta el más mínimo morbo en su tierra.

Los besos se han dado en parrandas y casetas, entre hombres comunes o artistas desde la década de los 70. En el festejo siempre está el alcohol que lleva a desinhibirse, a una especie de éxtasis emocional, que provoca sobre todo el contacto físico.

“Garganta de lata, como bautizó Gabo a Poncho Zuleta, siempre asume ese comportamiento cuando se pasa de alcohol en el escenario. Reconocemos que no es homosexual porque tiene la ‘capacidad’ de mujerear y mujerear sin cansarse”, expone Duarte, a lo que podríamos sumarle el comentario de Zuleta respecto a su beso con Silvestre: “Los hombres se besan. Son episodios propios de los artistas, lo que pasa es que tenemos un atraso ante Europa y otros continentes ‘mayusculamente’ culturales. Además, a los hijos hay que besarlos y Silvestre es mi hijo”.

Es más, el mismo maestro Rafael Escalona en la canción que le compuso a su gran amigo Jaime Molina cuando este murió, le cantó: “...Famosas fueron sus parrandas que a ningún amigo dejaba dormir. Cuando estaba bebiendo siempre me insultaba, con frases de cariño que sabía decir...Después en las piernas se me sentaba, me contaba un chiste y se ponía a reír”. (Jaime Molina. Autor: Rafeael Escalona. Año: 1978).

El debate se da cuando hay un público diverso y los medios entran en escena. Ahí se descontextualiza la realidad cultural, y se cuestionan convicciones propias de un pueblo.

Duarte cuenta que en 2001, una organización francesa realizó un estudio sociológico en Valledupar acerca del comportamiento de los vallenatos en parranda.

“Vinieron a estudiar la música y concluyeron en uno de sus apartes que el hombre vallenato era gay. Eso luego se les corrigió”, advierte. Y lo catalogaron así porque las parrandas fueron su centro de análisis; y primero, encontraron que en  no había mujeres y segundo veían a los hombres comportarse con ciertas libertades físicas, aparentemente, improcedentes. Movían su cuerpo y expresaban vulgaridades de una manera que no lo harían frente a las mujeres. Pero comprendieron después que se trataba de una manifestación cultural.

Definitivamente, qué mejor manera de transformar esa idea de que el hombre es por naturaleza superior a la mujer (machismo) y de que los hombre no pueden manifestar sus emociones abiertamente.

El “pico” de Poncho y Silvestre da una nueva mirada al culto vallenato y conduce a pensar que es verdad: al país le hacen falta besos, abrazos y apapachos.

Y ¿qué tal si cambiamos armas y balas por besos?.

Como diría un meme por ahí: “Vamo a besarno”... y a “amarno”. 

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