En condiciones favorables, la mayoría de nosotros suele ser amable, paciente, hasta se podría decir que optimista. Entonces no resulta asombroso que el entorno familiar esté rodeado de una armonía digna de postal y los planes laborales naveguen en balsas con viento a favor. Sin embargo, la vida suele seguir la lógica de cualquier montaña rusa, y después de unos cómodos y llevaderos ascensos, el camino tiende a desvanecerse en una vertiginosa caída libre.
Es entonces cuando la verdadera paciencia se pone a prueba –y casi siempre sale perdiendo-. Porque bajo dosis determinadas de estrés, cambios abruptos poco favorables o una crisis de pareja, el resultado es casi siempre el mismo: un desfogue en las relaciones familiares que suele dirigirse a los más débiles del círculo, en este caso, los hijos.
Por supuesto que las proporciones cuentan, y el maltrato es tan relativo como el número de veces y la intensidad con que se repita. Pero aunque sintamos que este no es nuestro caso, pensemos en la cantidad de veces que hemos perdido la proporción en un grito o cuando se nos salió sin querer una palmada. Parece no importar con qué pericia controlemos los impulsos o la ira, la reacción violenta siempre será una de las alternativas.
Sin embargo, a favor debemos decir que a nadie le enseñan cómo ser buen padre, y hasta hace muy poco no existían estudios o publicaciones que ofrecieran tanta información al respecto como ahora. Es por eso que vale la pena ser conscientes de que a menudo no reflexionamos sobre la forma como asumimos la educación de nuestros hijos, y en la marcha –generalmente a trancas- terminamos repitiendo patrones que tanto odiamos de nuestros padres.
Una tendencia global
Según Unicef, el 80 por ciento de los niños del mundo son ‘educados’ a través del castigo físico, una cifra lo suficientemente contundente como para asociarla a determinadas características sociales y culturales. De hecho, un porcentaje muy bajo (del 10 al 15 por ciento) está compuesto por padres con desórdenes sicológicos importantes, como esquizofrenia o sicosis maníaco depresiva.
Esta realidad muestra lo arraigado que está el uso de la violencia en la educación familiar. De hecho, hace unas cuantas décadas, los niños eran tratados como adultos y las contemplaciones excesivas vistas con recelo. Aun así, cada vez está más claro que la mejor herramienta para instruir a los pequeños es el ejemplo; no en vano, muchos de los padres que agreden a sus hijos fueron sometidos a la misma situación en su infancia.
De todas formas, este no es el único detonante. También influye el tipo de relación que tengan los padres, pues en algunos casos es tan caótica, que termina alimentando un malestar familiar sostenido. En otras ocasiones, los argumentos para golpear, gritar o menospreciar vienen de cuestiones tan diversas como las creencias religiosas, los patrones culturales o la propia formación familiar.
Sea cualquiera el caso, lo importante es abrirle la posibilidad a una nueva reflexión. Está comprobado que la forma como se relacionan los niños con los adultos determina una serie de aptitudes sociales que los acompañarán buena parte del recorrido, y dado que en la calle abundan los ejemplos de intolerancia, vale la pena que cuidemos el universo edificado tras las paredes de nuestra casa.
Sabemos que buena parte de los niños educados con herramientas violentas muestran características recurrentes. En algunas oportunidades suelen ser el resultado de embarazos no deseados, sufren de hiperactividad o de algún tipo de discapacidad física. O, por el contrario, los padres consideran que sus pilatunas están fundamentadas en la intención de molestarlos.
No obstante, en general, estas situaciones se presentan cuando los adultos son incapaces de contener sus emociones y terminan invirtiendo intolerancia y frustración en las relaciones parentales. Situación por demás negativa, pues mientras se culpabilizan por haberse sobrepasado, refuerzan sus argumentos con una postura impositiva: “soy tu papá ¡y punto!”.
Madres, las que más se exceden
Si pensamos en la familia tradicional -tan común hasta hace poco-, padre y madre gozaban unos roles en todo distintos, pero casi siempre se coincidía en que la segunda se entregaba con una disposición más comprensiva. Por el contrario, el padre constituía la autoridad y se relacionaba más lejanamente con sus pupilos, dependiendo de si eran niños o niñas. Pero esta nueva generación de hombres se ha caracterizado por ser más sensible frente a los temas relacionados con la crianza. Y ya no es raro que, en muchas ocasiones, intercambien el rol con la madre, quien como nunca antes en la historia, está compitiendo en el mercado laboral.
De todas formas, no podemos afirmar que por lo anterior sean más propensas al castigo físico. Aunque las cifras obtenidas por la encuesta Nacional de Demografía y Salud (realizada cada cinco años) muestran que en un 70 por ciento de las agresiones los perpetradores son los padres, siendo la madre la principal agresora con 9.048 casos de los 18.160 registrados.
Muchos piensan que una ‘palmadita’ es necesaria para establecer los límites y la autoridad, y aunque los niños deben saber que sus acciones a veces pueden desembocar en reacciones violentas, el tema es que en muchas ocasiones se pierden los estribos y la noción de la fuerza.
Así, la propuesta es controlarse y manejar creativamente los aprietos en que nos ponen los hijos. La naturaleza hace que en determinadas etapas de la vida, el cerebro y otras funciones del cuerpo se pongan a prueba por medio de mecanismos que pueden resultar odiosos, como por ejemplo esa tendencia de los 3 años de edad, cuando los niños suelen probar a los adultos -¡todo el tiempo!- a partir de la desobediencia.
En la medida que uno conozca las características de cada una de estas etapas y tenga herramientas diferentes al grito o a la imposición para sortearlas, podrá generar un ambiente más tranquilo y distendido, propicio para aprender jugando y en el que los niveles de estrés estén controlados.
Done su propia dosis de paz
Hace seis años Martha Ordóñez, concejal de Bogotá, está liderando la campaña “No más golpes, corrígeme sin pegarme”, una iniciativa que busca sensibilizar sobre las diferentes formas de maltrato que sufren a diario los menores de nuestro país.
Aunque para ella está claro que la violencia ha existido tanto como la propia humanidad, considera que cualquier cosa que se pueda hacer individualmente para contrarrestarla es bienvenida. “Es muy fácil hablar de esto, pero cuando uno tiene que vivirlo con un hijo que lo confronta, lo reta y le contesta horrible, ahí uno se pregunta: ‘¿soy capaz de controlarme, qué debo hacer, cuál es la estrategia a seguir?’. No estamos preparados para asumir esas cosas; vamos aprendiendo tanto los hijos como los padres de una manera abrupta cada etapa, y creo que nos hace falta más sensibilización y preparación en el tema.
Lo ideal –continúa la concejal-, es no pasar el límite del irrespeto, porque le podemos hacer un daño terrible al niño y sentirnos muy mal después. Es cierto que ellos nos ‘miden el aceite’ para ver hasta dónde pueden llegar con nosotros, pero hay que ser firmes y demostrar autoridad, eso no tiene vuelta de hoja. Debemos poner límites y ser muy claros, pero siempre proporcionadamente, porque de lo contrario nos quedamos rápidamente sin herramientas”.
Cuando una mala conducta amerita un castigo, podemos sancionar al niño privándolo de su programa de televisión favorito, por ejemplo; también dejarlo elegir entre dos sanciones y así corregir sin ser arbitrarios. En realidad hay muchas tácticas para moldear la personalidad de nuestros hijos que desconocemos.
Sin embargo, Martha Ordóñez nos invita a reflexionar sobre cómo reaccionamos ante las situaciones de presión. Según cuenta, varios estudios han identificado en los momentos de violencia un factor externo a la situación del hogar: el atasco de tráfico que soportó el padre camino a casa o la estresante reunión que tuvo con su jefe.
“Cada etapa trae su afán y su aprendizaje, para nosotros. también. Ellos nos miden todo el tiempo y como nosotros vivimos corriendo y estresados, en el momento en que llegamos a su mundo… chocamos. ¡Tenemos que controlarnos!”, aconseja la concejal.
Y ese control también incluye el máximo respeto y cuidado a la hora de referirnos a nuestros hijos. La autoestima es una cualidad que se construye en los primeros años y estarles llamando la atención con adjetivos negativos solo reforzará una imagen errónea a futuro. Por eso la recomendación es reprenderlos desde lo positivo. Por ejemplo: “Si eres tan inteligente y audaz, ¿qué está pasando, por qué no reaccionas?”.
“El mensaje –explica Martha- es: lo que les decimos es por su propio bien y ellos deben tenerlo claro. Debemos aprender no solo a través de la experiencia directa sino en una capacitación en la que nos den unas pautas mínimas para decidir cómo educar. Pero generalmente, cuando uno tiene hijos, sabe si se le está yendo la mano. Y si esa es la constante, lo adecuado es buscar ayuda profesional”.
Por eso, sin el ánimo de enfrascarse en la discusión de si se vale la ‘palmadita’ o no, el llamado es a la búsqueda de nuevas herramientas que nos ayuden a corregir a los niños. Todos lo fuimos y es una lástima que cuando llegamos a padres se nos hayan olvidado cosas tan vitales para la infancia como el efecto que tiene una palabra de aliento o el menor gesto de paciencia.
Probablemente haga parte de nuestro destino como seres equivocarnos para aprender, pero es una tarea ineludible como padres hacer la tarea lo mejor posible y conocer las repercusiones que nuestros actos pueden tener en la vida de esos futuros adultos. Por el momento, ellos son seres vulnerables y necesitados de guía y protección; así que vale la pena ser fuente de buenos tratos mientras los acompañamos a crecer.
LOS EXPERTOS RECOMIENDAN
- Fortalecer la autoestima y la autoconfianza de los niños, dejándolos tomar pequeñas decisiones.
- Ser firmes, pero dar las indicaciones en tono moderado, sin gritar.
- Ofrecer alternativas a los niños cuando nos veamos obligados a decirles “no”.
- Tomar el tiempo suficiente para explicar las normas a la familia, de modo que no se vean como una imposición subjetiva o caprichosa.
- Reiterar que las normas deben ser respetadas y acatadas por todos.
- Ayudar a los niños a ver sus errores a través del diálogo, la presencia permanente y el afecto.
- Castigarlos siempre que sea necesario, pero sin violentarlos física o emocionalmente.
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Asesoría: Martha Ordóñez, concejal de Bogotá; autora de los libros La infancia rota y No más golpes, Corrígeme sin pegarme, y promotora de la campaña social con el mismo nombre.
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