“My heart is drenched in wine But you'll be on my mind Forever” Don't know why, Norah Jones Se encontraron en una tarde de agosto. El cielo parecía cargado de una llu-via que no se atrevía a soltar. Estaban solos por primera vez y sin mediar palabras él introdujo un dedo en el ombligo de ella. Bailaron una canción de Norah Jones con sus cuer-pos tan cerca que sintieron su piel a través de la ropa. Hicieron el amor por pri-mera vez y desde entonces han recorrido juntos un camino de sexo. ¿Cuál será el siguiente capítulo de esta historia? Se seguirán encontrando cada tarde como perros en celo hasta que ella quede embarazada o le diga que quiere casarse. Él tendrá que pedir su mano y cla-varle un anillo en un dedo como garante de un com-promiso. Ella intentará caminar como la señora de él, pensará en los hijos que querrán tener. Es posible que aquellos encuentros sexuales los hayan conducido a su nue-vo estado civil. Hayan de-cidido tener una familia porque uno no se puede pasar la vida haciendo el amor sin pensar en el futu-ro. Después de varios me-ses de cama, de buena ca-ma, es probable que a ella se le diera por una crisis existencial con una idea de que estaba por llegar a los 33 y todas sus amigas ya se estaban casando. Es incluso posible que apareciera un extraño elemento llamado suegra que parece que está hecho fundamentalmente para meterse en las relaciones y opinar, y es muy proba-ble que a esta suegra se le ocurriera la gran idea de que quiere nietos, de que si sigue solterón la gente empezará a murmurar y es mejor ponerse serio y pensar en el futuro. La Iglesia ha sido un dictador que le dice a nuestra cultura cómo con-cebir las relaciones se-xuales entre dos personas. De hecho, la única forma de no satanizarlas es en-tender dichas relaciones como un instrumento de expresión del amor, de la construcción de la familia y sobre todas las cosas, de reproductividad. Aquellos amantes que se encontraron por prime-ra vez en una tarde de agosto tendrán que reo-rientar su camino muy pronto, ojalá antes de que se quemen en la hoguera de la inmoralidad. El con-cepto de pecado se ha ido aligerando en la carga de nuestra consciencia, pero años de sostener una misma mirada nos ha en-señado que cuando se co-noce a alguien, cuando se ama a alguien y cuando se tiene sexo con alguien, uno debe ir hacia algún la-do. Con frecuencia decimos “es que esta relación no va hacia ninguna parte”. Qué frustración que no nos demos cuenta que el sexo es un fin en sí mismo, que la caricia puede renunciar a un afán instrumental y que podemos amarnos porque sí y porque se nos da la gana, con la única pretensión de sentir placer y de ser felices con la son-risa del otro pintada en nuestra cara. Un sexo sublime no se condiciona frente a la pro-mesa, no requiere de ju-ramentos ni de anillos de compromiso. Un sexo su-blime no exige una costosa alcoba, no pretende una herencia ni es motivo de intercambio. En el sexo sublime, el cuerpo no es mercancía, el amor no es garantía ni la caricia se empeña. No se desea para comprar una casa, no se ama para conseguir una meta, ni un título, ni un apellido, ni un nuevo esta-do civil. En el sexo sublime se quiere porque se quiere, y sobre todo, nunca la cama se vuelve en la prisión que nos condena. En el sexo sublime no hay transacción de falsas compañías ni es medio para responder a aprobaciones sociales. No es la estrategia para que el tren a uno no lo deje, para tener el hijo que nos cui-dará en la vejez o para atrapar a la persona con la que moriremos evadiendo la soledad. El sexo sublime no teme volverse loco porque ya estamos locos cuando nos amamos y la locura se vuelve un dere-cho y deja de ser una en-fermedad. Uno, sin embargo, pue-de desear todo esto, pero cuando la caricia erótica se vuelve el medio y el ins-trumento para conseguirlo, el erotismo se baja de la cama y sale huyendo. Si aquella pareja de agosto empezase a construir jun-tos una vida, a pasear jun-tos al perro y compartir al-gunos gastos, llantos y ri-sas, sería maravilloso si hicieran lo posible por se-guir siendo amantes a pe-sar de todo. La única función de los amantes es amarse, sin pretensión de nada más. Cuando llega lo otro, los niños, los cobradores y el carro, sólo serán los mis-mos si cuando cierren la puerta de su habitación, en su cama vuelva a ser agosto otra vez y el cielo parezca cargado de una lluvia que no se atreva a soltar, y él vuelva a intro-ducir su dedo en el ombli-go, y bailen la misma can-ción de Norah Jones tan cerca que sientan su piel a través de la ropa. *Psicóloga palabrasdesexualidad@gmail.com www.palabrasdesexualidad.blogspot.com
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