El pacto de la diversidad

En el barrio en el que crecí, había un muchacho al que le decían El Pelusa. Era alto. Un cabello rizado y negro le caía en la nuca acercándose descuidada-mente a sus hombros. La gente decía que El Pelusa les tenía rabia a las muje-res y que era tan peligroso que podía cortarle la cara a quien se metía con él. Yo apenas tenía 13 años y le temía. Una tarde sus ojos se encontraron con los míos y automática-mente bajé la mirada. Cuando volteaba la espal-da, aprovechaba para ob-servarlo bien y escudriñar en su manera de vestir y su forma de caminar. Me parecía agresivo en exce-so, hostil y peligroso. El Pelusa era gay. De esto último me enteré después. “La loca del barrio” pa-saba caminando frente a mi casa y tenía que someterse a todas las miradas que es-culcaban su dignidad. En unas fiestas de noviembre lo vi pasar disfrazado con unos amigos, estaban feli-ces. Fue la primera vez que lo vi sonreír. Mis amigos decían cosas muy feas de él y lo usaban para contar chistes ofensivos que a mí no me daban mu-cha gracia. Tal vez porque me molestaba que lo ataca-ran o tal vez porque no los entendía. Por si no lo saben algu-nos de mis lectores, El Pelusa era un ser humano. Las miradas de burla con las que se encontraba cada día, sería la posible razón para que mantuviese esa actitud tan hostil. No me quiero imaginar todas las agresiones que él, a lo lar-go de su vida, tenía que soportar. Los hombres y las mu-jeres nos hemos inventado razones para sufrir y para hacer sufrir a los demás. Tenemos unos discursos idiotas sobre la paz y la tolerancia. Discursos be-llos pero idiotas por lo po-co que intentamos hacer-los realidad. Nos echamos cuentos sobre una cris-tiandad, pero seguimos actuando de manera voraz con aquellos que no cre-emos parte de nosotros. Cada vez que en el pe-riódico local se publica una noticia de otro homicidio, tan frecuentes por estas épocas, una lluvia de co-mentarios se hace sentir. Culpabilizamos al Estado, a los gobiernos, a los go-bernantes, a la corrupción, a los pobres, a los ricos, a la policía, pero nadie culpa su propia intolerancia. Nadie se echa la culpa a sí mismo. El Pelusa cami-naba a la defensiva, pero con una dignidad muy grande, como posible-mente le toque a todos los homosexuales valientes de este país. Los demás es-tán escondidos de una So-ciedad que les atropella cada uno de sus derechos. Dios ha sido utilizado como excusa de odio y la Biblia como instrumento para la guerra y no para la paz. Justificamos nuestra intolerancia en las Sagra-das Escrituras, profanando toda idea de justicia social, de amor y de paz. Desde que era una niña no he vuelto a saber nada de El Pelusa. Me cambié de barrio, me fui de la ciu-dad y volví. Jamás supe nada de él. Sólo espero que no haya muerto como tantos homosexuales que son atrozmente asesinados por la letalidad de un Mundo que se inventó muchas razones para el sufrimiento y pocas para la felicidad. Esta noche habrá una marcha que se hermana con el Desfile de la Diver-sidad Sexual. Estamos en fiesta, así que muchos es-tarán con sus vestidos exorbitantes y sus altos tacones. Pero esta vez el show va más allá, esta vez asistirán todas aquellas personas que estén fasti-diadas de tanta exclusión social. No caminarán sólo los homosexuales, camina-remos también los que so-ñamos con que los dere-chos sean para todos los seres humanos. El desfile saldrá de la esquina del Pedregal por la Calle Larga hasta el Par-que Centenario, pasa por la calle de la Media Luna hasta la calle del Guerrero, entra a Getsemaní y final-mente llega a la Plaza de la Trinidad donde será firma-do el Pacto por el respeto y el reconocimiento de la diversidad sexual. *Psicóloga palabrasdesexualidad@gmail.com www.palabrasdesexualidad.blogspot.com