Revista viernes


En medio del conflicto armado

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

13 de agosto de 2010 12:01 AM

Los niños se miran asustados y guardan silen-cio. El reloj marca las 11 y papá ha llegado. Sienten la llave en la puerta y saben lo que se avecina. Mamá lo está esperando otra vez. Estaba molesta desde an-tes de mandarlos a la ca-ma. Había llorado, lo po-dían notar en sus ojos. Cuando el mayor preguntó si papá tardaba en llegar, mamá había respondido con un gesto en la boca y había subido los hombros como si no le importara. Pero no era cierto, sí le importaba, hasta el punto de llenarla de ira. Comenzó la discusión. La voz del padre no se es-cuchaba, sólo ella remilga-ba y le preguntaba por qué no se había quedado a pa-sar la noche afuera. Los niños no entendían por qué decía eso, si ella quería que durmiera en casa. Por qué los adultos hablan al revés, cuándo se aprende eso. Quieren una cosa y dicen la otra. Los gritos no tardaron en comenzar, los mismos llantos de ma-má que ahora decía que a él no le importaban sus hijos. Papá respondía “cállate que los niños van a oír” y ella volvía a gritar más alto “que oiga todo el mundo, que todo el mundo sepa que a ti esta familia no te importa”. El mayor amaba a papá por encima de cualquier cosa y estaba seguro de que mamá exageraba. Los dos más pequeños sentían pesar por mamá. La con-fusión habitaba el corazón de los niños. Luego papá comenzaba a alzar la voz y golpeaba las paredes. Em-pezaban a volverse unos monstruos centrados en su propia ira, en su propio dolor, olvidando que aque-llo que más querían se re-fugiaba en las sombras de la noche. Sus corazones galopa-ban cada vez más rápido y las manitos se llenaban del mismo sudor de los exá-menes de matemáticas. Sentían ese dolor de estó-mago, la presión en el pe-cho, y sus ojos asustados pedían que pasara la no-che. La mayor parte de la discusión no la entendían. No estaban seguros quién tenía la razón. Tal vez pa-pá podría portarse mejor, así mamá no lloraría tanto. Al día siguiente mamá se despertará con dolor de cabeza y los ojos enrojeci-dos. Papá estará silencio-so y sin ganas de jugar. No hablarán en el desayu-no. No se volverá a tocar el tema de ir a la playa el domingo por varios días. Ya no irán. Nadie se atre-ve a decir nada. Las relaciones de pareja están llenas de conflictos inevitables, pero es posible que la mayoría puedan afrontarse de mejor mane-ra. Con frecuencia se cul-pan mutuamente y rumian los problemas como una vaca en un pastizal. No avanzan, no llegan a nin-guna conclusión y no to-man decisiones. Se ame-nazan y se agreden hasta que las palabras pierden todo sentido, resienten ca-pítulos pasados y dictan sentencias de infelicidad sobre una relación que se espera sea para toda la vi-da. Los niños y las niñas son la población civil en medio del conflicto arma-do. Sus angustias se re-flejan en sus juegos, en sus ojos, en sus sueños y en el rendimiento escolar. Hacer parte a los hijos del conflicto es un acto cruel y perverso. Culparse de-lante de ellos, victimizar-se, y usar la violencia contra la pareja son estra-tegias letales que lastiman a los niños, arrancando la inocencia y sembrando el miedo. Usarlos para “ga-nar” el enfrentamiento constituye un acto de de-salmada cobardía. *Psicóloga palabrasdesexualidad@gmail.com www.palabrasdesexualidad.blogspot.com

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