Revista viernes


Los olores que amamos

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

14 de agosto de 2009 12:01 AM

Que quede ciega y no pueda verte Que quede sorda y no pueda oírte Que quede muda y no pueda ha-blarte Pero olerte, amor, olerte…; Recuerdo perfecta-mente el olor de la Jean Marie Farina, una fragancia que tiene una historia muy especial. En Colonia, hace 300 años, su creador mezcló algunas esencias florales con alcoholes. Así nació la expresión “agua de colonia” que tiempo después se empezó a entender como un sustantivo común y se fue olvidando que cuando tradicionalmente se hablaba de agua de colonia, se refería únicamente al agua de Jean Marie Farina. Recuerdo su olor porque mi padre la usaba cada mañana. Acompañaba esa delicada pulcritud de los detalles de su camisa bien planchada, su rostro perfectamente afeitado y sus manos siempre limpias. En esa época yo no adivi-naba el acento francés, así que simplemente se trataba del frasco de La María Farina y me preguntaba por qué si era para hombres tenía nombre de mu-jer. Podría contar muchas historias alrededor del olor de la colonia de mi padre, relatos de los cuales me había olvidado. Sin embargo, evocar el olor del contenido del frasco de Marie Farina, trae consigo parte de mi infancia y tal vez una de las razones por las que me gustaba tanto que mi padre me sentara en sus piernas. Los olores tienen la posibilidad de trasladarnos a épocas que ya no volvere-mos a vivir más que en nuestra memoria. Cada historia personal está impregnada de olores, el olor de la tierra mojada que anunciaba la lluvia, el olor de la piel salina después de largos días en la playa, el olor de la mata de limón, del café con leche. Cada quien tendrá los suyos, sus propios olores de la infan-cia, sus recuerdos olfativos. El olfato es posiblemente el sentido más primitivo. Su centro de operaciones en el cerebro se ubica en un vestigio de cerebro reptil que aún con-servamos y que comparte instalaciones con el centro de la memoria. Nuestros recuerdos están llenos de olores y los olores están llenos de recuerdos. El cuerpo de la persona que amamos está impregnado de olores distintos, si pudiéramos desojar todas las capas de las aromas de los desodorantes, de los jabones, de las lociones y las cremas, encontraríamos el verdadero olor de la piel de nuestro amante. Es posible que descubra-mos que el olor de su cuello es diferente del que se concentra en su pecho, bajo sus axilas o en su pu-bis. Existen atracciones inmanejables que se enloquecen por el olfato y que lo único que parece importante en la vida es tener entre nuestras manos el cuerpo de quien deseamos. El olor de la piel del otro ser humano que nos recuerda lo vivos que aún estamos, el olor que se desprende con cada pulsación bajo su piel, que nos hace volvernos animales en celo con el deseo in-contenible de ser sexo abrazados con su cuerpo. Después del amor, ese mismo cuerpo queda gra-bado en nuestra piel y aunque nuestro amante ya esté lejos podemos sentirlo aún sobre nosotros en ese rastro de partículas olfativas que deja como evidencia. Olemos a ese otro sobre nosotros, lo encontramos allí aún después de su partida. Tal vez algunos hayan olvidado olerse sin saber que son los olores los que nos fijaran los recuerdos a la memoria. A qué huele nuestro amante, cómo con los ojos cerrados podemos reconocerlo entre otros, tan solo acercando la nariz a su piel. Es posible que los amantes inolvidables sean aquellos cuya piel po-demos seguir oliendo a lo largo del tiempo, hasta el último día de los últimos días. *Psicóloga palabrasdesexualidad@gmail.com www.palabrasdesexualidad.blogspot.com

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