Revista viernes


Ser viejo es una elección y la tecnología lo demuestra

GERMÁN MENDOZA DIAGO

04 de diciembre de 2009 12:01 AM

En este presente fre-nético, cuyo signo distinti-vo es la prisa, el individua-lismo y la descalificación de los ancianos, resulta refrescante conocer expe-riencias para lograr la in-clusión de los mayores de 65 años en la revolución digital, mediante proyectos de “alfabetización infor-mática”, que a los enseñan a usar Internet de manera efectiva, tanto para su de-sarrollo personal como pa-ra la interacción social. Aunque parezca un es-tereotipo, los adultos ma-yores siguen sintiéndose solos y aislados en el abandono de sus familiares y del entorno social donde viven. Hay quienes predi-can que ser viejo es una elección, y aunque muchos no la compartan, los ejem-plos que corroboran esta frase comienzan a multi-plicarse. Conocí a un hombre de pelo blanco, de unos 75 años de edad, que desde hace tres años, ha utilizado el Messenger para inter-cambiar ideas, no sólo con sus contemporáneos, sino con jóvenes de varios paí-ses, incluyendo a sus dos nietas de 16 y 18 años. Y eso no es todo: está aprendiendo algunos len-guajes de programación y ya ha creado algunos “scripts” sencillos para automatizar algunas tareas de almacenamiento de imágenes. Esta semana, me ha sorprendido la experiencia de un grupo de abuelos de Mendoza (Argentina), el menor de los cuales tiene 65 años, y que recuperaron el asombro, asomándose al mundo de los computado-res y comprobando que uno puede aprender hasta el último día de su vida. Lo curioso es estos vie-jitos de hasta 80 años tie-nen unos profesores muy particulares: muchachos estudiantes de secundaria que regalan unas horas de su tiempo y sus conoci-mientos. En el blog del perio-dista Javier Martín, llama-do MZA Blog (http://mzablog.wordpress.com) hay una deliciosa crónica sobre este pro-yecto, en la que los otoña-les estudiantes hablan de lo que sienten aprendiendo a utilizar el computador y a navegar en Internet, y sus profesores de lo que ha significado para ellos esta labor. Rosa Capuj, de 76 años, se sienta frente al equipo y con una emoción sólo comparable a la de un niño cuando abre su regalo de Navidad, comienza a co-municarse con sus familia-res en Córdoba y Paraná. Elva Domínguez, de 72 años, quiere conocer las ciudades del mundo a tra-vés de Internet y todos los días busca información, fotos y videos sobre dis-tintos lugar y se deleita escuchando la música tra-dicional de cada uno de ellos. Uno de los jóvenes profesores explica en la crónica que a los viejitos se les empieza enseñando los comandos básicos del computador, la entrada a los distintos programas, luego aprenden a navegar por Internet y a utilizar el chat. Con dulce franqueza, otro de los maduros alum-nos dice: “Me he demora-do un poco, aunque quisie-ra aprender de un mo-mento a otro, pero a esta edad necesito más tiempo, aunque eso es lo que me sobra”. Rafael Romero, de 65 años, desbordante de en-tusiasmo, está feliz porque ese día aprendió cómo en-trar a Internet, y dice rién-dose: “Espero que me acuerde el viernes que viene”. En Tenerife (Islas Ca-narias), hay un proyecto similar llamado “Proyecto e-inclusión”, cuyo primer objetivo es crear una red social basada en la Web 2.0 para los adultos mayores de distintos asilos que fun-cionan en esa región. Para lograr tal meta, están or-ganizando cursos sobre el uso de Internet y sus prin-cipales herramientas de comunicación. Los responsables del proyecto tienen un espacio en Facebook, cuya direc-ción es www.facebook.com/pages/IDi-Integrat-e-Sociedad-de-la-Experien-cia/173341129098. Lo que más me ha lla-mado la atención y al mis-mo tiempo me ha compla-cido es que en ambos pro-yectos participan jóvenes, algunos que no pasan de 12 años. Maximiliano D’Angelo, uno de los maestros del proyecto argentino, dice que a través de él han lo-grado cimentar las relacio-nes entre los adultos ma-yores y los adolescentes, y al mismo tiempo han des-virtuado esquemas como que los muchachos son anárquicos y no tienen voluntad de trabajo, y los ancianos ya no pueden aportar nada. “Ellos siguen teniendo la necesidad de ir apren-diendo, aunque les cueste un poco más, alguien tiene que ponerse y enseñar-les”, explica D’Angelo, quien no ha cumplido 17 años.

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