Un trol (del nórdico troll) es un temible miembro de una mítica raza antropomorfa del folclor escandinavo. Su papel en los mitos cambia desde gigantes diabólicos similares a los ogros de los cuentos de hadas ingleses, hasta taimados salvajes más parecidos a hombres que viven bajo tierra en colinas o montículos, inclinados al robo y el rapto de humanos.
Hoy, el modus operandi es distinto…; dejaron los mitos, los libros, las películas y todo eso, salieron de ahí y no precisamente a robar humanos, sino sus ideas, opiniones y peor aún, hacer una guerra absurda por el simple hecho de expresar libremente su pensamiento.
La vida 2.0 es su escenario favorito y las redes sociales, su canal…; se metieron a la fuerza y sin permiso en nuestra manera de pensar y en lugar de construir, destruyen.
Siguen siendo igual de horrorosos…;buscan provocar intencionalmente a los usuarios o lectores, creando controversia, provocando reacciones con fines diversos enfrentando a las personas.
Utilizan mensajes ofensivos, salidos de tono o fuera de tema, sutiles provocaciones o mentiras difíciles de detectar con la intención, en cualquier caso, de confundir o provocar a los demás.
Sí, así actúan censurando a los demás por las cosas que piensan, dicen o comparten.
Es aquí o más bien, es ahora cuando me pregunto: dónde quedó la libertad de expresión?
Desde 1948 contamos con este supuesto como un derecho fundamental, así lo expone el artículo 19º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y no siendo suficiente, nuestra constitución colombiana también lo expone.
Alardeamos mucho con el tema y jugamos a ser libres, pero la verdad, es que no tanto.
Y en las redes sociales sí que menos o más bien hay quienes se dedican a evitar que lo seamos. Estos son espacios en los que muchos nos sentíamos libres, pero ahora están plagados de agitadores que nos impiden ser nosotros mismos o más que impedirlo, hacen su mayor esfuerzo por perturbar y censurar lo que hacemos.
No sé si este comportamiento de debe a que quienes crecieron en medio del desarrollo desmedido de herramientas tecnológicas, que entre otras cosas disminuyen claramente las habilidades sociales en la vida 1.0, no recibieron clases de comportamiento, no saben quién es Carreño y mucho menos conocen que cada individuo es dueño de su propia opinión, de su muro de Facebook, y de los trinos que hace públicos en su cuenta de Twitter.
El estar en desacuerdo con lo que las personas publican, no implica que éstas deban ser blanco de insultos, exposiciones inadecuadas, intentos de ridiculización y muchísimo menos a ser enjuiciadas.
De hecho, los debates sanos nos llevan al crecimiento, a poner en duda aún lo que nosotros mismos afirmamos, a mirar nuevas posibilidades, puntos de vista amplios o incluso, cerrados y obstinados, nos llevan a generar nuevas opiniones y a compartir momentos y espacios enriquecedores. No estoy en desacuerdo con esto.
Lo estoy cuando la discusión se torna personal, ofensiva e irrespetuosa. Cuando cada cosa que se publica, se ve tachada por opiniones viscerales cuyo objetivo se encuentra distante del de construir.
Es en este punto en el que nos vemos obligados entonces a levantar murallas, activar candados, permisos especiales, bloqueos y todos los recursos de los que disponemos para evitar ser leídos y vistos por nuestros nuevos amigos míticos, los trolls. No quisiera llegar a ese punto.
Sería más sabio simplemente tolerar, discutir con argumentos y no con sentimientos y en el peor de los casos, dejar de seguir a quien nos perturba con su opinión libre.
Y no se trata de un juego. El asunto es serio, aunque parezca que por ser virtual, el límite se torna más difuso. Estoy segura de que no. Por el contrario, considero que en el lugar en el que nos sentimos más libres, es en el que sacamos lo que realmente somos.
Las redes son un reflejo de lo que la sociedad es, y considerándolo de ese modo, tendremos la posibilidad de elegir sensatez y respeto, en lugar de volcarnos en contra de los demás, exorcizando nuestras inconformidades, malos deseos, frustraciones y envidias, dejando en evidencia lo incapaces que somos de aprender a ver al otro como una posible versión de nosotros mismos.
Revista viernes
Trol trolecito, censúrame un poquito
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