Revista viernes


“Vivir y no esperar a vivir”

PRINCE MARTÍNEZ

06 de septiembre de 2013 09:49 AM

La vida le sonreía: joven, con proyectos, con una linda familia, un trabajo gratificante de maestra…  El dolor tocó a su puerta de forma inesperada: un tumor cerebral. ¡Es de imaginar el impacto!

Su alegría, su espíritu de servicio, su fortaleza, su piedad profunda, y su capacidad de amar, cualidades que la caracterizaron desde pequeña, serían sus herramientas para superar los múltiples obstáculos que fueron surgiendo en el camino.  Ella es Olga Teresa Rodríguez de Riveira, quien no esperó el momento en que le fuera mejor o que las circunstancias fueran diferentes para vivir, sino que vivió productiva e intensamente el hoy y el ahora.  

Cuando un ser querido se ha ido hay que agradecer a Dios por todos los años que se han compartido, lo que siempre nos van a parecer muy pocos, aunque la realidad sea diferente. Hoy, hay que agradecer por todo lo que Olga Teresa ha representado en la vida de cada uno de los que tuvimos la oportunidad de conocerla, por lo que significa su ejemplo de vida y por los que la van a conocer a través de su legado porque ella hizo fructífero su dolor antes de cualquiera otra opción.

La vida es bella

Las cualidades que adquirió en la casa de sus padres, Carlos y Bertica, quienes han construido un hogar “luminoso y alegre” donde ora el trabajo y reina el amor, fueron reforzadas en su colegio y le sirvieron de bagaje a Olgui , como cariñosamente la llaman sus amigos, para aceptar su realidad de corazón. Ella entendió que “la vida es buena y bella tal como es, incluso en sus reveses.”

En medio de sus ires y venires por motivo de los tratamientos, de sus altos y bajos propios de la enfermedad, siempre cuidó de su familia, de Pablo, su marido y Mary Pau su hija, como también de sus amigos. Trabajó como maestra de primaria todo el tiempo. Sacó adelante una fundación para atender, en un hogar de paso, a los niños con cáncer. Y todo esto con gran valentía y buen humor.

La grandeza del ser humano

“La grandeza o mezquindad de un hombre o de una mujer se pone de manifiesto, especialmente, en las situaciones difíciles. Esos momentos muestran lo que la persona lleva dentro, lo que realmente es”. Francisco Ugarte.

Toda la grandeza de Olgui se desplegó. Lo de ella era hacer y desaparecer. Es así como se conocen ahora, muchos testimonios de su existencia que, desde el día de su partida, oyen sus familiares diariamente. Historias que eran desconocidas por ellos y ahora los llenan de satisfacción, orgullo y una gran paz interior.

La Maestra

Fui su maestra y hoy, ella se ha convertido en mi maestra. Cuando reflexionamos a “orillas del dolor” nos damos cuenta que todo cobra sentido. A Olgui la vida le seguía sonriendo por la fuerza del Amor. Sabía por quién, por qué y para qué sufrir.  Sabía también que siempre hay por quien vivir.
“La existencia estará siempre acompañada, inseparablemente, del mal, tanto físico como moral. Estar preparados para asumirlo, para amarlo. Y para compartir el de los otros, ya que, de este modo, se soporta mejor. Entonces es posible sacar provecho de toda dificultad… No podemos evitar sufrir, pero sí podemos hacer que el sufrimiento compartido nos construya y humanice en vez de destruirnos. Todo depende del realismo y la generosidad con que lo afrontemos.”

El legado

“Ante el dolor hay que hacer como las ostras, que saben cicatrizar la propia herida con una perla.” Nino Salvaneschi.

Esto fue lo que hizo Olga Teresa y nos dejó muchas perlas que hoy engalanan y seguirán engalanando su familia, sus amigos  y la comunidad en la que vivió.

*Javier Abad Gómez, El Poder del Amor, Ediciones Palabra, S.A., 2013

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