Columna


¡Viva nuestra idiosincrasia!

LIDIA CORCIONE CRESCINI

02 de junio de 2009 12:00 AM

LIDIA CORCIONE CRESCINI

02 de junio de 2009 12:00 AM

Hablando de cultura necesariamente debemos tomar de su significado lo más exacto y para este caso como “el conjunto de modos de ser y de actuar, de entender y transformar el mundo real, propios de una determinada comunidad humana fruto de una experiencia histórico existencial, una tradición y una particular concepción del mundo”. Hace días realizaba un ejercicio de redacción con unos estudiantes. Inventando un texto cualquiera, estudiábamos los signos de puntuación, en qué casos se utilizan las mayúsculas, minúsculas, y se me ocurrió escribir en la pizarra un texto sobre vivencias de adolescentes, y el final del escrito lo cerré con un interrogante: ¿Por qué el agente de la Policía no detuvo al joven que hacía escándalo en la vía pública con el equipo del carro a todo volumen? En lo personal imaginé como respuesta: “Porque el muchacho le pidió excusas al agente y dijo que estaba arrepentido por haber infringido la ley”, sin embrago lo primero que contestó la mayoría fue: “le dio $10 mil barras al tombo”. También hace unos días una amiga tomó un taxi que la llevaría a la Plaza de la Aduana, llegó pasadas las cinco p.m. y la boca de entrada del Baluarte de San Francisco estaba cerrada para carros después de esa hora, y he aquí lo sucedido: tranquila seño, no se preocupe le dice el conductor, ese agente es llave mía, me conoce y yo lo cuadro con algo y me deja pasar. Efectivamente, se abrió la reja manual y como si nada. ¿Qué hacen tres agentes del Tránsito poniendo y quitando esas rejas mientras el caos vehicular se devora la ciudad? ¿Qué hace un joven menor de dieciocho años pasándole una propinita al policía porqué aún no tiene pase? ¡Hurra! Viva nuestra idiosincrasia, la del tumbe, la de la propina, la de la doble moral, la de los sordos y mudos, la de los presentes e indiferentes, la de los testigos invisibles, la de los que tragan entero, la de los que se orinan las murallas, la que ensucia las calles, la que se pasa por la faja las normas de convivencia ciudadana, la de la invasión de los espacios públicos, la de la montaña de escombros por doquier, la de la contratación con tajada, la de la desidia, la de la mentira, la del ruido, la de la contaminación, la de la intolerancia, la de los huecos en las calles, la del limosnero en las afueras de los supermercados, en las calles, la de los malabaristas en los semáforos, la de la invasión de mototaxis, la de los desfalcos en las entidades públicas, la del no progreso, la del matón de esquina, la del interés de dominación. Jurgen Habermas nos dice: “La realización moral de un orden normativo es una función de la acción comunicativa orientada hacia significados culturales compartidos y que supone la internalización de valores” ¿Qué está sucediendo entonces con nuestra cultura, con nuestros valores, con nuestra ética y moral? Etimológicamente el término ética proviene del griego ethos, que significa costumbre. Por eso muchos la definen como la doctrina de las costumbres, y esto nos lleva a afirmar sobre el objeto y finalidad de la ética: una reflexión antropológica y filosófica sobre las costumbres, y es precisamente este factor tan arraigado el que nos tiene en la olla y nosotros mismos nos estamos cocinando en nuestro caldo. licorcione@gmail.com

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