Ambiente


Soluciones a la erosión del suelo, extraídas de Incas y Mayas

Este fenómeno caracterizado por el desprendimiento de tierra y su transporte hasta que acaban sedimentadas en otro lugar afecta a muchos lugares del mundo.

EFE

17 de mayo de 2019 08:24 AM

Mientras los científicos actuales se dejan los sesos para poner fin a la erosión que tanto degrada los suelos a nivel mundial, civilizaciones prehispánicas como la inca o la maya ya dieron con la clave en su época.

Así lo explicó el profesor Fernando Delgado, de la Universidad de los Andes en Mérida (Venezuela), en un simposio internacional que concluye este viernes en Roma con un llamado a detener la degradación, la cual afecta a un tercio de los suelos (podría ser más del 90 % en 2050) debido sobre todo a la erosión.

Este fenómeno se caracteriza por el desprendimiento de partículas y su transporte hasta que acaban sedimentadas en otro lugar.

Frente a cada uno de esos procesos, Delgado indicó a Efe que durante miles de años las culturas que existieron de Mesoamérica a los Andes pusieron en práctica sistemas agrícolas de los que se pueden extraer enseñanzas para los tiempos que corren.

Los mayas (del 2.000 a.C. al 900 d.C.), por ejemplo, desarrollaron cubiertas vegetales junto a la domesticación de más de 170 especies, entre ellas el algodón o el cacao.

Fueron líderes en la asociación de cultivos de ciclo corto -calabaza, frijoles y maíz básicamente- a través de la milpa, apuntó el experto del Centro Interamericano de Desarrollo e Investigación Ambiental y Territorial (CIDIAT) de la citada universidad.

Este sistema tradicional de Mesoamérica protege el suelo de la erosión y evita el crecimiento de malezas, siempre con “gran respeto por el bosque y respetando los tiempos adecuados de descanso propios de una agricultura sostenible”, afirmó durante el congreso.

Los mayas combinaron esos cultivos con otros perennes y mejoraron el barbecho con leguminosas autóctonas para que al final de la época lluviosa la humedad del suelo facilitara la siembra del maíz y rebrotaran las legumbres.

Otras veces esparcían las semillas del frijol sobre la hierba, que cortaban para cubrir los cultivos, logrando una “cosecha sobre un acolchado o cobertura de residuo que protegía mucho de la erosión, sobre todo en pendientes muy pronunciadas”, precisó el especialista.

Los incas, gracias a los conocimientos de culturas previas en la región andina, sobresalieron en reducir las escorrentías con la construcción de terrazas, muros de tierra rellenados por distintos materiales que incluyen una capa orgánica cultivable por encima de otras más finas de drenaje rápido.

No lo hicieron tanto para cosechar como para estabilizar las laderas, sostuvo Delgado, que añadió que esos andenes servían también contra las heladas a gran altura al captar más radiación solar durante el día y perderla lentamente por la noche.

Una vista aérea del lago Titicaca entre Perú y Bolivia todavía dejar ver los extensos camellones y canales intercalados con los que esa civilización supo aprovechar los sedimentos y manejar la agricultura de humedales.

Campos elevados sobre el agua hay muchos en el continente americano, pero Delgado recordó algunos de los más extensos: casi un millón de hectáreas construidas por la cultura zenú en lo que hoy es el norte de Colombia y 200.000 hectáreas por la baure en la Amazonía boliviana.

También mencionó las chinampas, esos jardines flotantes del valle de México que empleaban el fango del fondo de los lagos y que proporcionaron alimentos suficientes para la población de la antigua ciudad de Tenochtitlan, de cerca de 250.000 habitantes en el siglo XVI.

“Es increíble cómo los sistemas de patrimonio agrícola y los conocimientos tradicionales pueden enseñarnos tanto”, remarcó el director de Tierra y Agua de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Eduardo Mansur.

Según los expertos, a medida que la agricultura se ha intensificado en las últimas décadas, muchos de esos sistemas ancestrales han caído en desuso y poco a poco se están intentando recuperar en distintas partes del mundo, aunque no lo suficiente para detener la “erosión acelerada”.

Actualmente ese proceso arrastra entre 25.000 y 40.000 millones de toneladas de superficie de suelo cada año y, según un nuevo estudio de la FAO, se puede frenar con soluciones “naturales” como cubiertas vegetales y terrazas bien gestionadas. Nada que no supieran las civilizaciones precolombinas.

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