EL DÍA QUE SALIERON CUATRO CAJONES DE LA CASA DE SONIA ELVIRA CONTRERAS.


Un cinco de febrero de 1942, Sonia Elvira Contreras, madre de cinco hijos, esposa de Luis Mariano Rodríguez recién bajaba del bus que la traía de regreso de Santa Marta a su natal Ciénaga Magdalena, después de atender una cita que tenía con un galeno, cuando llegó la nefasta noticia.

“Tus dos hijos están en el hospital y se están muriendo”.

¿Cuáles? Preguntó sin obtener respuesta.  El silencio empezó a ser su compañero.

Corrió al centro médico de ese  pueblo de pescadores, iba con toda la rapidez que su cuerpo menudito de mujer sencilla le permitió, una distancia en realidad corta, pero que para ella era interminable porque el tiempo parecía haberse detenido los segundos eran eternidades, como se vuelven cuando llega la desgracia.

Al llegar al lugar se encontró con el rostro conocido del médico de la familia que le decía con tristeza y sinceridad.

“Elvi, no pudimos hacer nada, llegaron muertos”. Los dos con agonía  miraban los cuerpos sin vida de sus dos hijos: una niña de 13 y un bebé de 2 años.  

No había terminado de ahogar sus gritos de dolor cuando por la misma puerta entraron dos de sus hijos, los mellos, quienes vomitaban una saliva interminable, bañados en sudor, sin poder respirar  y con las pupilas cerradas como si anunciaran que no verían nunca más la luz del sol.

Como si fuera un pacto, juntos llegaron al mundo y juntos lo dejaron, en ese mismo lugar perdieron la vida. La muerte le arrebataba cuatro felicidades.

Desde ese día y hasta su último día de vida Sonia Elvira Contreras, ahora madre de un hijo y esposa de Luis Mariano Rodríguez, no volvería a hablar, el duelo le arrancó la voz.

 

Ese mismo cinco de  febrero  Gladys Pérez, empleada doméstica de Sonia Elvira Contreras, al mismo tiempo gritaba en su casa mientras su familia trataba de callarla: “¿Que hice, Dios mío, que hice?”.

Dejándose llevar por la codicia, había aceptado el dinero que le ofreció Maribel Rada, la amante de Luis Mariano Rodríguez, quien  había rechazado constantemente sus insinuaciones, le proponía que escaparan, que abandonará a su familia, que iniciaran una nueva vida juntos donde ella no fuera la otra.

“Estoy con ella por mis hijos” fue la razón que escuchó de su amante una y otra vez y fiel a su amor verdadero nunca cedió al destino de las tentaciones.

Bastaron dieciocho pesos por poner una “pócima” en la comida de los hijos de esa familia creyente, se les veía en misa los domingos y en las fiestas trataban de estar siempre juntos, muchos confundían a los mellos.

“Les darás esto en la comida solo a los hijos es un polvo rezado para un trabajo que me está haciendo una bruja en la alta Guajira, para que Luis aborrezca a esos pelaos y se acabe la maricada”.

 

Esta frase y el corto dinero  fueron suficiente para convencer a Gladys. Es que a veces la necesidad se puede aumentar con la ignorancia.

Luis Mariano Rodríguez al enterarse de la muerte de sus hijos  buscó por todas partes a la mujer que enveneno a su familia. Nunca supo más de ellas, en las esquinas del pueblo cuando se cuenta la historia dicen algunos en voz baja  que ella con su familia se fueron a Venezuela para nunca regresar.

A Maribel Rada tampoco la encontró, aunque su búsqueda fue menor.

El seis de febrero de 1942, ese día salieron 4 cajones de la casa de Sonia Elvira, quien no habló y nunca lloró, su cuerpo estaba presente, pero su conciencia ya no. La llevaba de la mano su hijo mayor, el único que sobrevivió. Nunca llegó a casa por estar nadando con los otros muchachos en las playas de Ciénaga, cosa que su padre le tenía prohibida por miedo a que se ahogara. La muerte es extraña pero siempre llega a las citas previstas.

La “seño Elvi”, vivió muchos años, pero nunca habló, nunca lloró. Estuvo en silencio.

Su esposo, Luis Mariano se pasó al cuarto del lado y parece que nunca se cruzaron en los espacios de la casa.   Se paso sus días viendo  el color opaco de las pinturas y a veces el sol que salía. Lo acompaño muchas tardes el sonido de un viejo ventilador.

A los noventa y más en la cama, tranquila, sonreída estaba Sonia Elvira.  Murió dormida, y la foto de sus hijos  difuntos la tenía abrazada. Su hijo la miró y llamó a su padre. Dicen que no salió de su cuarto.

Una tarde mi abuela Bienvenida Mendoza, me contó esta historia, ella hermosa como siempre, su voz era suave y tranquila, me miro a los ojos y me dijo:

“Taty, yo creo  que tal vez al morir soñaba con sus hijos muertos, que la venían a recibir, que, al verlos, su corazón de madre aceptó en su cama la muerte por que al final podría recuperar lo que el adulterio de su marido le había robado y creo que también allá en la eternidad pudo volver a hablar.”


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