Por: Iliana Restrepo

Como polvo en el viento, Leonardo Padura, 2020


Por: Iliana Restrepo

Profesional en estudios literarios, integrante del Club de Lectura de Ábaco 

“Una buena novela es cualquier novela que le hace a uno pensar o sentir. Tiene que meter el cuchillo entre junturas del cuero con el que la mayoría de nosotros estamos recubiertos. Tiene que ponernos quizás incómodos y ciertamente alerta. El sentimiento que nos produce no tiene que ser puramente dramático y por tanto propenso a desaparecer en cuanto sabemos cómo termina la historia. Tiene que ser un sentimiento duradero, sobre asuntos que nos importan de una forma u otra.”

Virginia Woolf

 

Si nos ceñimos a la definición del epígrafe, en cuanto a lo que debería ser una buena novela, Como polvo en el viento de Leonardo Padura, es una gran novela.  

Para quienes, por una u otra razón, sentimos alguna cercanía con Cuba y su gente, esta obra nos lanza un puñetazo directo a las emociones, porque tal como asevera con sus palabras la Woolf en el epígrafe, deja, en nuestros cerebros y sentimientos, una resonancia, un eco que no se disipa con el cierre de la última página del libro.

Si se quiere entender en toda su magnitud la cuestión central de la novela que es la diáspora cubana y comprender a profundidad por qué esta no es igual a las migraciones de quienes salen de otros países, recomiendo leer, antes de Como polvo en el viento, un ensayo del mismo Padura, titulado La maldita circunstancia de agua por todas partes en el que se explica, con lujo de detalles, las diferentes circunstancias y razones que han obligado o inducido a tantos cubanos a dejar su tierra. El asunto, como lo pueden leer en ese texto, no solo habla de las circunstancias que los motivan a tomar la decisión, sino las diferentes consecuencias que esas decisiones, podían, pueden o podrían tener en la vida de cada uno de ellos y de sus familias.

Nunca ha sido, ni será fácil para alguien, tomar el camino de emigrar de su país; casi siempre las decisiones se toman por razones muy potentes y siempre son dolorosas. Son variadas, pero siempre intensas.

Como polvo en el viento es la traducción  del título de una canción en inglés Dust in the wind del Grupo Kansas, con letra de Kerry Livgren que dice mucho de lo que ha significado para el pueblo cubano esa dispersión de su gente por todo el mundo. Esa diáspora tremenda de seres valiosos no solo a nivel profesional, sino a nivel humano, que ha privado a la Isla, a muchas familias y a la sociedad en general de sus seres queridos durante tanto tiempo, pero que paradójicamente, ese dolor ha sido fuente en muchas ocasiones del único ingreso posible para su supervivencia, gracias a las remesas que reciben de los parientes idos. Un amigo cubano en el exilio, aquí en Colombia, nos decía que enviar dinero a su casa era una satisfacción múltiple porque sabía que no solo beneficiaba a su familia directa, sino a mucha gente alrededor de ella; su manera de expresarlo era “cuando uno se moja muchos otros se salpican” y el narrador de la novela dice lo mismo de otro modo: “En Cuba se dice: Tiburón se baña, pero salpica.”

Padura, fiel a su estilo, sumerge al lector, casi desde el principio, en un misterio que se irá develando a lo largo del libro. En este caso no se trata de un crimen, como en los libros donde aparece el detective Conde, su gran compañero de aventuras, sino de una circunstancia más íntima que afecta directamente la vida de dos mujeres, Elisa y Adela, madre e hija, quienes cargan en sus vidas grandes conflictos que hacen de su relación un verdadero caldo de anzuelos. Elisa guarda, desde su concepción, el secreto de la paternidad de Adela. Esta última se ha criado creyéndose hija de su padre adoptivo, sin sospechar siquiera que su madre oculta tamaño secreto, que se irá develando poco a poco, igual a como se hace con la búsqueda de un asesino a lo largo de la narración de cualquir novela negra.

El otro misterio que nos regala Padura en su novela es el de la muerte de Walter, uno de los miembros de El Clan, así llamado al grupo de amigos que son los protagonistas de toda la historia. Walter muere en circunstancias extrañas y durante toda la novela, no se sabe a ciencia cierta si fue un suicidio, un accidente, o un asesinato. Existen muchos sospechosos, incluido el mismo muerto. La resolución de este misterio se irá perfilando durante la narración, pero poco puedo decirles, porque el lector hace parte de ese descubrir el misterio, convirtiendo esa circunstancia en un factor fascinante del libro.

Vuelvo entonces a los ecos que deja la novela. Cuando el lector se convierte en parte de la resolución de los conflictos, misterios o secretos de una buena ficción, es cuando esta cumple, no solo su misión de entretener y provocar reflexiones sobre los acontecimientos, sino que al convertir al lector en parte integral de ellos, eleva el nivel de la novela acercándola a la excelencia.

El punto de vista elegido por Padura para su creación, no pudo ser más acertado. Recurrir al narrador omnisciente, en este caso es valioso para una novela que tiene tantos personajes, tan diversas situaciones y variados saltos en el tiempo. Que el narrador tenga la potestad de contar con lujo de detalles los entresijos de los pensamientos y sentimientos de todos y cada uno de los protagonistas y que además pueda adentrarse en la historia de la Isla para narrar los acontecimientos, sin estar atado a un solo punto de vista, le da a la ficción un aire de novela clásica que la engrandece.

Clara, Elisa y Adela son tres mujeres protagonistas, muy bien logradas. Estos tres personajes tienen sus propias particularidades, bastante disímiles entre sí, al mismo tiempo que guardan muchas similitudes, sobre todo en cuanto a su cubanía. Las tres están profundamente atadas a Cuba por razones distintas y aun cuando han tenido vidas paralelas, estas se fueron separando durante sus trayectorias. Clara y Elisa, cubanas de la misma generación, amigas íntimas de juventud y primera adultez, tomaron caminos distintos. Adela en cambio pertenece a la siguiente generación y, como ya lo mencioné, es hija de Elisa. El azar del destino juega su juego y hace que Marcos, uno de los hijos de Clara quien nunca ha salido de Cuba, se enamore de Adela sin que ninguno de los dos conozca quién es el otro y cómo están unidos, pues lo único de lo que tienen certeza es que son hijos de dos mujeres cubanas. Viven en los Estados Unidos y es allí donde se produce el flechazo. Marcos, es un inmigrante reciente y Adela es hija de inmigrantes, nacida en ese país, pero con fuertes lazos afectivos hacia Cuba y sobre todo con muchísima curiosidad por la Isla que vio nacer a su madre y que esta ha convertido en un absoluto misterio para su vida.

Este es el punto de partida de toda la narración y Padura desde el inicio pone la vara alta para introducir lo que será el tono y la temática que nos arrastrará de afuera de Cuba hacia adentro y viceversa, una y otra vez, dándole un manejo al tiempo que solo los maestros logran dominar. El lector es llamado a participar de la historia desde el principio porque el autor nunca se la pone fácil. Introduce personaje tras personaje con buen tino para la creación de cada una de las personalidades que tejen el grupo de amigos del Clan y que son el nudo central de todos los acontecimientos que se describen y desarrollan.

La amistad como eje conductor de las relaciones humanas se hace más fuerte en este Clan por las ilusiones primeras y los dolores, las desilusiones y las dificultades posteriores a las que se ven confrontados todos y cada uno de ellos a lo largo de sus vidas. Cada uno tiene una forma distinta de acercarse y de enfrentar las contradicciones y paradojas de aquella época de iluminación magnifica que fue el principio de la Revolución que, aunque llena de sacrificios, estaba preñada de promesas para lograr “nuevos hombres y mujeres” que harían posible la igualdad para todos. Debían hacer algunos sacrificios, pero conseguirían ser la primera generación que daría ejemplo al mundo de esa nueva humanidad que surgiría de la Revolución de 1959, “(…) o al fin de la Historia en la sociedad perfecta, el maravilloso universo de los iguales”. Así como la utopía se fue desmoronando, sobrepasándolos en sacrificios y carencias, al mismo ritmo El Clan se fue resquebrajando hasta deshacerse y convertirse en polvo disperso en el viento por muchos países.

Cada miembro del Clan, fue buscando y forjando su destino. Cada uno fue encontrando la forma de acomodarse a la nueva realidad. Todos adoloridos y anonadados por los acontecimientos a los que les tocó enfrentarse. No solo era enfrentar la suerte de su sociedad soñada, sino que a la vez les sobrevino la muerte sorpresiva de uno de sus miembros, Walter, y paralelamente la partida, o diría mejor la desaparición intempestiva de Elisa, quien era una lideresa importantísima para mantener la cohesión del grupo.

Claramente Elisa huyó, no se sabe si de sí misma, de su pasado o de su posible futuro. Estaba embarazada de alguien, a quien no quería adjudicarle la paternidad, pero que sabían, tanto ella como su Clan, que no era Bernardo, su marido. Utilicé la palabra claramente para iniciar este párrafo, y me agrada porque Elisa también huyó de Clara, su mejor amiga. Con ella también compartía un secreto difícil de confesar y que la abrumaba casi tanto como el de su maternidad. Elisa, no solo era una gran lideresa, sino que era una mujer apasionada que obraba por impulsos más que con la razón y esto la llevó a cometer algunos actos de los que después se arrepintió y no fue capaz de enfrentar con total entereza y, como decía, huyó de ella misma y de esos hechos para tratar de borrarlos. 

Clara en cambio, optó por enconcharse y “cargar su caracol a cuestas” como decía Marcos. Fue una madre abnegada, se quedó en Cuba a pesar de que su marido, Darío la abandonó cuando emigró a España para convertirse en un falso catalán. Darío es un personaje tragicómico. Tenía a Cuba pegada en el alma, pero quiere pegarse a Barcelona en el cuerpo, en su manera de hablar, de vestirse, de actuar, pero todo esto lo convierte en un ser disfrazado. Sus remordimientos lloran a Cuba por dentro, mientras su disfraz intenta engañar. Disfruta con su joven esposa española de sus gustos de niña rica, gustos que él aprendió rápido a gozar también y que nunca había albergado ni siquiera en sueños.

Pero quiénes somos para censurar a Darío si él mismo se preguntaba: “¿Cuán lejos había llegado? ¿A cuántos años luz se hallaba el doctor de las Montblanc del niño desnudo en el pasillo de un solar habanero?  ¿Quién cojones le podía criticar que, ante la inminencia de un derrumbe, se hubiera largado sin mirar atrás y viviera como ahora vivía y hasta pretendiera ser catalán y nunca más un cubano, incluso el cubano que él había sido y que gracias a esa condición de cubano pudo hacerse médico en ese país desproporcionado llamado Cuba?" Un gran médico más que perdió la isla, como tantos otros profesionales de distintas disciplinas que se largaron con las maletas y el alma llena de sueños y de nostalgias, pero también de miedo y desconfianza. Darío era un “quedado” lo que le daba el estatus de traidor y apátrida y había dejado a su familia marcada con ese estigma, que en Cuba no era fácil de limpiar.

Clara y Elisa, vuelvo a ellas… dos personalidades tan distintas y tan cercanas en sus afectos. Personalmente me siento más cerca de Elisa, pero me hubiese gustado más contar con la fortaleza de Clara. Esa claridad, tal como su nombre propio, era la de ser una madre ejemplar, de mantenerse incólume en su puesto, de quedarse fiel a su país y a sus sueños aunque los hubiese visto desmoronar. Encontrar siempre a quién cuidar y a quién servir de madre. En cambio Elisa, tan valiente para transgredir las normas, como cuando lo hizo, se acobardó cuando tuvo que enfrentar las consecuencias de sus actos y prefirió huir, enconcharse para esconderse y no para cargar con el “caracol a cuestas” para mostrarlo con orgullo y vivir en él, sino que tuvo que esconderse en él, mentir, cambiar de lugar y de tantas cosas, de reinventarse hasta el punto de cambiar de identidad y ser una Loreta más. Decirle adiós para siempre a Elisa Correa. Vivir en una mentira permanente que no le permitía encontrar la paz que necesitaba para construir una buena relación con su hija Adela y con el mundo.

En esta novela Padura sorprende creando como nunca antes, personajes femeninos absolutamente creíbles, llenos de fuerza, de claroscuros como somos las mujeres, pero también de pasión y de amor, capaces tanto de llevar el “caracol a cuestas” como de esconderse en él para salvarse o por lo menos para poder vivir. Adela sin embargo, es la encargada de destrozar esos dos caracoles y de alguna manera hacer salir de sus caparazones a esas dos mujeres cubanas que luchan, una desde Cuba y otra fuera de ella; la una por quitarse de encima los recuerdos que no la dejan en paz y la otra por poder vivir con más independencia, libertad y tranquilidad. 

Hay otros personajes igual de importantes, pero que a mí, al lado de estas tres mujeres tan bien creadas, me parecen secundarios aunque por instantes tengan el protagonismo que les pertenece en el momento en que han sido útiles para el desarrollo de la historia. Allí están Irving, el gay del grupo, un hombre encantador, hasta cierto punto un poco inocentón, fiel, leal a todas y todos los miembros del Clan, por quienes está dispuesto a muchas cosas. Uno de los episodios más importantes y fuertes en la narración es el encuentro de Irving con Elisa frente al monumento del Ángel Caído del parque El Retiro en Madrid. La manera como Padura relaciona la escultura con la vida y con los acontecimientos del grupo y de ese encuentro en particular, está tan bien lograda como tantas otras a lo largo del libro. La enfermedad y la muerte de Ringo, el caballo, en medio de las tribulaciones entre madre e hija, son acontecimientos que acompañan de maravilla los sentimientos de las dos mujeres que están en ese tire y afloje y en esa búsqueda frenética por develar del secreto más importante de sus vidas.

Bernardo, Walter y por supuesto Horacio, son seres imprescindibles para dar forma al conjunto que, con Fabio y Liuba, completan la totalidad del Clan. Cada uno aporta su grano de arena para que se logre entender la fuerza de esa amistad que los trenza desde siempre y para siempre a pesar de las diferencias y la distancia. No hay uno solo de ellos que no piense diariamente en los días del Clan. No hay uno solo de ellos que no añore los días felices en los que se sentían invencibles construyendo ese mundo nuevo que tanto les habían prometido. Esa es la tragedia del exilio cubano

El libro pues, habla, como tema principal, de la diáspora, pero también y sobre todo, de la amistad y su importancia en la vida de los cubanos y de casi todos los seres humanos. De cómo se forjan esos lazos y de cómo la vida puede ir modificándolos sin romperlos si su tejido ha sido bien apretado.

Quiero también darle un espacio al uso del lenguaje que hace Padura en esta novela.  Mantiene el ritmo de una narración fluida, agradable, intrigante y en muchos momentos deleita con lo coloquial, con ese lenguaje tan suyo que tienen los cubanos. Utiliza ese barroquismo cubano en algunas frases, con esas hipérboles expresivas que con tanta gracia y tantos “demasiados”, adornan el texto y las conversaciones en la isla. El autor también incita e invita a ir más allá, a buscar para encontrarse con autores tan disímiles como Lezama Lima, Paul Auster, o Garcilaso de la Vega; pintores como Manet, Cézanne, Van Gogh, Dalí... 

Para finalizar cito algunos fragmentos que, por su riqueza lingüística o por la profundidad de sus reflexiones, me invitaron a subrayarlos y a quedarme con ellos en mi mente y en mi corazón. La novela tocó mi espíritu y me permitió vivir, al lado de sus personajes, sus dudas, sus nostalgias, sus temores y sus amores.

Agradezco que, como lectora, esos sentimientos hayan seguido resonando dentro de mí, más allá de la palabra fin.

***

“(…) de una isla de la que aquellos exiliados renegaban las veinticuatro horas del día pero de la que a la vez no querían (o no podían) desprenderse.”

“¿Por qué una persona así sale de su país? ¿Por qué se aleja de su país sin salir de él?”

“¿Sabes? Siento que ya no soy de allá, pero también que no puedo ser de ninguna otra parte.”

“(…) un estado de ser sin volver a ser, un vivir en el aire, con las raíces expuestas (desarraigados) con demasiada propensión a idealizar un pasado glorioso (casi siempre exagerado) de noches de juergas, tragos, música, mujeres, bellas, de días de aprendizaje y crecimiento.”

 “(…) apenas soportaban el peso del orgullo y la prepotencia de los cubanos, que hasta muriéndose de hambre se comportaban como si fueran seres superiores.”

“Adela sabía que nadie se va del sitio en que es feliz”

“Clara volteó los ojos de su memoria hacia los años de la inocencia y se volvió a preguntar qué era mejor: ¿saber o no saber? ¿Vivir en la oscuridad o descubrir que existen no solo las sombras, sino también la luz (o viceversa)? ¿Creer sin dudar o dudar y luego perder la fe, o mantener la fe y seguir creyendo a pesar de las dudas?”

“(…) Comenzó a percibir una densidad ambiental desconocida, como si se desplazara por un territorio exhausto, donde todo estaba en fase de demolición, carcomido, vencido por la desidia más que por los años, un universo percudido, fétido, como a la espera de un milagro salvador.”

“(…) una sensación de distanciamiento entre su cuerpo satisfecho (en Chueca, en Madrid) y su alma a la deriva (en el infinito purgatorio de los ángeles caídos).”

“Irving siempre lo dice: en Cuba no importa que brille el sol, que no haga calor y que el día esté precioso. En algún momento viene alguien y lo jode.”


TAMBIEN TE PUEDE GUSTAR