Foto: Editorial Confraria do Vento

ACTO DE CONTRICIÓN, un cuento de Kátia Bandeira de Mello Gerlach


Al leer un cuento de Kátia Bandeira de Mello Gerlach el lector tiene que estar atento, afilado, o puede que pierda el hilo de una narrativa que juega y se entrecruza con elementos que parecen triviales pero que en realidad son sustanciales para la historia. Puede que a la mitad de un párrafo tenga que devolverse porque no ha conseguido asir muy poco. 

Lo anterior puede sucederle a más de uno con el siguiente cuento que he traducido al español, titulado Ato de contrição: Dos inimigos da alma: Mundo, Diabo e Carne. “Acto de contrición. De los enemigos del alma:  El Mundo, El Diablo y La Carne”.  El cuento hace parte del libro Jogos (Ben) ditos e Folias (mal) ditas, publicado por la editorial Confraria do Vento.

Sobre la autora hay varias reseñas y biografías en la web pero puedo añadir que Kátia es, probablemente, de entre todos los autores contemporáneos brasileños el menos racional, y es que su escritura invita al juego, al laberinto, al absurdo, y escribir sobre sus obras pensándolas en estructuras lógico-lineales puede ser un desatino porque cuando la ironía, el sarcasmo y el humor fino son tan importantes en la historia como la historia misma, tratar de seguir un rastro lineal se hace intrincado porque la vida misma es intrincada. La vida es compleja y llena de capas como una cebolla, pero el discurso imperante de la narrativa es el del inicio, nudo y desenlace, y no es que en sus cuentos llegar a una conclusión no sea posible, pero para esto el lector debe ser más que un ser pasivo un investigador que monta las piezas para hacerse su propio rompecabezas.

Quizás, la influencia de la pintura, arte a la que también se dedica, ha sido determinante en la escritura de Kátia, porque cada subtítulo o apartado de  un cuento es como un elemento de un cuadro surrealista, donde hay pinceladas y matices pero no una forma concreta. Es decir, los elementos están arrojados en la piscina de la historia, pero son elementos fluctuantes. Las posibilidades surgen  y el lector tiene que montar la historia con los elementos de aquí y allá,  como sucede en este cuento  donde, a partir de una relación sui generis entre una trotamundos sudamericana y un exguerrillero albanés, se nos presentan datos fragmentados a lo largo de las tres divisiones clave con la que se arma el juego:  El Mundo, El Diablo y La Carne. ¿A qué mundo, a qué diablo y qué carne se hace referencia? Preguntas más que respuestas, y además corremos el riesgo, como dice la introducción del cuento, a que si hacemos dos preguntas nos quedemos sin respuesta porque “las oraciones del acto de contrición pueden ser en versión corta o larga. Tú escoge una porque el Gran Inquisidor no dispone de Memoria para las dos”.

En fin, de una autora que gusta de Borges, de Dostoyevski, de Cortázar, de la patafísica, la invitación en este cuento suyo es a ver cuál de las dos oraciones del acto de contrición es la que queremos o podemos leer. Sean bienvenidos.

 Foto: Editorial Comfraria do Vento

Foto: Confraria do vento

ACTO DE CONTRICIÓN

De los enemigos del Alma: El Mundo, El Diablo y la Carne

 

No hagas dos preguntas porque corres el riesgo de quedarte sin una respuesta. Las oraciones del acto de contrición pueden ser en versión corta o larga. Tú escoge una porque el Gran Inquisidor no dispone de Memoria para las dos.

El Mundo

¡Yo, con mi sinceridad! ¿Será que te gustaría venir conmigo al karaoke de la vecindad? Los jueves tú me ves ahí cantando con mis amigas cubanas y angoleñas. Mana, ¿conoces aquella canción sobre mujeres que son demasiados cretinas? Es una distracción en mi día libre de la cocina. ¡Vente!  Pareces alguien que necesita cantar bien.

Dimitri está por dejar a la mujer, diez años más vieja que él. Él me llama para susurrarme tonterías al oído. Hace meses que no nos vemos. Vivimos en direcciones opuestas de la línea del tren. Qué pena de Dimitri que sustenta a la mujer con dinero mojado en sudor, y ella deja la casa sucia de inmundicia y se deja engordar. Ya yo estoy más cerca de una perra asombrada, quiero darme cuenta de todo, ¡ja! Si yo no dividiera el apartamento con dos colegas invitaba a Dimitri para venir a vivir conmigo hasta que él se afirme.  La mujer lo amenaza con el suicidio y tanto más y así lo tiene en la palma de la mano.  Un detalle: ella es infértil. Otro esfuerzo en vano de Dimitri. Yo aborté uno de los hijos del agua vil de él.  Cosa de la piel y de la carne, nosotros tenemos la cara simétrica, yo de sudaca y el de guerrillero albanés; la selección natural nos preserva.

Si me encuentras aquí donde el diablo anda descalzo es porque he dado vueltas. Soy de girar que ni llave en cerradura. La última vez quedé como un puercoespín al lazarme sobre los cactus, en obediencia al grito del coyote: “Abajo, mujer, abajo”. Aceptamos por un pan, hasta volvernos esclavos en el desierto. A falta de agua vil, tomé orín de caballo y te digo: No me deshidraté. Con otro grito me quedé parada frente a la Muralla de Lisboa de los Navegadores, casi que dejando mi alma ser robada por las corrientes de El tejo. No se puede comparar el pan del infierno con el del paraíso. Dejé un hijo pequeño, trabajé para Doña Augusta hasta que respondí al aviso del periódico.  No desisto de ser libre.

 

ATENCIÓN

Crucero alrededor del mundo, gratis

Caballero desea conocer señora libre, portuguesa o extranjera, de cualquier región o país, que quiera acompañarlo en un viaje en un crucero, con todo pago. La candidata debe escribir a la siguiente dirección y enviar fotos y una dirección correcta para contacto rápido, no atiendo celulares ni teléfonos fijos.

Dirección: Señor José Manuel Ferreira Salvador, Apartado de correo n 00022, estación de correos de Teixeira Gomes 8500- 999 Portimão, Algarve, Portugal.

Puse los pies en Acapulco, la misma de la película de Elvis en la que es serenatero, ¿sabes?

 

El Diablo

Acto seguido me despierto y no caigo en cuenta si sigo durmiendo. Ya habiendo sido elucidada la paradoja de Zenón, no sé si está vida fue vivida por mí, y ahora doy pasos repetidos sin alcanzar el medio de la línea.

Calma, espérate, un minutico, yo tengo que beber un poco de café. Así tal cual, negro, sin endulzar.

Alguien pensaría que yo daba un adiós cuando pasaba el trapo en la ventana de la casa de Doña Augusta en el Rez-de-Chaussée. Algunos se reían, otros me lo retribuían. Dejo el vidrio translucido y pienso en el acuario. Si algún día me apasiono, el acuario dejará de existir y viviré allá afuera.  Después pienso en cosas variadas como los nidos de termitas en el terreno y la enfermedad de Chagas de mi madre, y el teléfono suena y escucho la voz de Dmitri. Me acuerdo de que no trabajo para Doña Augusta en Lisboa y soy funcionaria de limpieza en otro acuario, el de la galería de arte, con una entrada de vidrio requiriendo cuidados constantes. Estoy con los ojos perdidos en la procesión de gente que pasa, una chica sin brazo y de vestido de RENDA con globo de cumpleaños colgado, un chico de Black tie y ceño fruncido, moscas, muchas coscas luminosas, rojas, afligidas. Dmitri me telefonea. Él insiste en lloriquear. Quejarse. Lola lo ató con brujería y tú imagina el efecto de eso.

-¡Dmitri, no te pongas así! – te imploro.

No hay medida para medir cuánto me compadezco de este hombre. Descartamos casarnos, pero nos afinamos.

-Oye, lindona, mi vida es el infierno recalentado… Yo me mato para agradar a Lola y soy rechazado. Hasta a la policía ella llamó.

-¿Tú estuviste preso?

− Casi, la policía golpeó la puerta para saber lo que había pasado. Una bulla porque revienta los pulmones como nadie. Ella casi me enloquece, Mor.

-¿Pero tú la agarraste como era?

-Agarrarla la agarré, porque teñía de rabia. La agarré por los brazos y la sacudí y nada que paraba de gritar. La próxima vez le doy un puño bien en medio del hocico.

-Cuidado, Dmitri, te acabas complicando por causa de esa desgraciada, que no vale tu vida.

-Mor, esto parece que no funciona para nada.

Dmitri es blanco como un cordero, de hombros macizos, juguetón cuando no se enfurece, exhibe una sonrisa de dientes de caballo, el maxilar le suena al menor movimiento del cuello, parece un hombre mecánico a punto de desarmarse.  La primera vez que salimos de brazos dados me enseñó la variación táctica de la guerrilla urbana. Yo estaba con un desanimo de dar lastima, una tristeza profunda casi al punto de enfrentar un confesionario, y entonces Dmitri me revivió. Tú caminas por la calle y alguien te pide una dirección y tú le apuntas para adelante con el brazo estirado y el índice listo y recomiendas, siga en línea recta, querido desconocido. Entonces tú esperas algunos minutos del otro lado de la calle para mirar al desconocido, dando vueltas, perdido en la serie de líneas rectas posibles y sin ningún sentido. O entonces, ya a altas horas de la madrugada en la estación del metro, casi nadie a la vista, el tren se anuncia, el carril vibra, un leve empujón en el borracho tambaleante y los contribuyentes y la ciudad agradecen –porque es uno menos para costarle a las autoridades −. El sujeto cerca al infierno, el cuerpo encordado, y tú confiesas que llegaste a intentar salvarlo.  ¡Nadie, se salva en este mundo, Mana!  Yo me pongo la mano en el pecho para contarle que soy el testigo de J. y que la Palabra es el único sentimiento verdadero, y alrededor, date cuenta, que estamos casi en el finalcito y la salvación vendrá, alma de cara con alma (¡el locutor de radio mencionó en el programa matinal que el ser humano es la especie animal que copula cara a cara, cuando no pisca o cierra las pestañas, y esto explica a lo que venimos, mana!). Después de cantar en el karaoke, nos reunimos en oración y cruz credo que el cuerpo se arruga. Dmitri y yo nos asustamos cuando el borracho que empujamos, en la fecha de aquel eclipse cuya oscuridad no daba muestra de acabarse, se fue de esta. El sujeto salió en una foto de noticia de un periódico y en cadena de televisión.  Su familia se reveló contra la versión dada por los policías. La viuda de cabellos negros en un moño hacia arriba y de ojos estirados y estrechos (no sé decir cómo es que ve, dentro de aquellas finas líneas de garabato) le contó a los periodistas que el marido trabajaba como chef en una cocina de barrio y la clientela apreciaba las jarras de picles coreanos preparadas con vinagre de arroz; y el pobre diablo día y noche en la barra del restaurante no hablaba sobre echarla en la viudez por un coup de grâce y aquello suyo estirado en las vías olía a homicidio y ella exigía que el inspector de la policía investigase las grabaciones de las cámaras de la estación.  Durante una semana los noticieros informaban y anunciaban búsquedas y el investigador de policía se sometió a la vergüenza de constatar que nada había sido filmado y la consecuente imposibilidad de averiguar el crimen. Caso cerrado y Dmitri y yo salimos ilesos y resolvimos parar con los atentados.  Nosotros secreteamos cómo sentimos falta del hedor de la muerte en las manos. Tú allí que ya cosechaste conoces la sensación de atravesar la frontera. Dmitri y yo fuimos forasteros feroces. En acto de contrición, tal vez conviniese que pidamos la versión larga del perdón.

Todavía en Lisboa, en el trabajo de la señora Doña Augusta, cuando respondí el aviso de periódico del señor José Manuel Ferreira Salvador fue a la intuición de la bienaventuranza, creyente en pertenecer al Reino- ¿qué mal tenía el dormir con un viejo a cambio de un crucero gratuito, circular por la tierra, dormir en el meneo de las olas?, ¿qué malo podía ser? ¿Las criadas no se hacen duquesas instantáneas?  Me empeñé mucho en las fotos, compré un vestido para posar y la vecina me prestó la cámara Polaroid que sacaba fotos instantáneas, con las que llené un sobre y a los pocos días el señor José Manuel me invitaba para una entrevista. Me acuerdo: El Gran Café de las Arcadas, con puertas giratorias, que me tragaron con una fuerza inesperada. Me impresionó la elegancia del viejote. El arrojó los pasajes sobre la mesita redonda de mármol.  Mantuvo su corbata y su traje ajustados, ni se le notaba el peso de sus eneros en las hombreras. “Necesito alguien que me haga compañía, una mujercita sonriente, y que no reclamé de nada”, proclamó.  Esto me pareció fácil, aunque Dmitri criticara que yo soy malhumorada y respondona y que solo un héroe esclerosado pagaría cincuenta y dos días a mi lado encerrado en una cabina minúscula. Dmitri conoce mi manía de tirar la ropa que me quito del cuerpo, por falta de modales.

No creo que el señor José Manuel me haya escogido como primera opción.  Debido a la falta de candidatas serias, se resignó a llamarme, pues el banco estaba a punto de zarpar. Y yo con mi sinceridad fui, tamborileando los dedos en la cubierta. Las primeras noches el viejo dormía o dormitaba.  En las horas que estaba despierto se apoya en el brazo para flotar en la cubierta. Yo coqueteaba con un mesero del bar de la piscina, nada que percibiera el señor José Manuel, por respeto. El viejote no era del todo inocuo, insistía en darme palmadas y manoseadas y me apretaba por la cintura como si quisiera exprimir algo de mí. El científico que dude de este vacío me puede pesar y la balanza dará un cero absoluto. En cuanto al crucero, el señor José Manuel amanecía progresivamente reverdecido y conforme entrabamos a altamar el nauseabundo vomitaba las comidas de una vida.  Diferente a mí, el señor José Manuel poseía llenura. Y, mana, el crucero gratuito me costó, porque imposibilitada de subir a la cubierta, derramé frascos de eucalipto por toda la cabina y no solté el trapo de limpieza hasta llegar a tierra en Acapulco. ¡Cruz-credo! Derramados los relojes de arena, recibí un telegrama de aviso comunicando que el señor José Manuel se dejaba enterrar sobre la cruz de piedra. En el testamento el me dejó la cajita de música de caparazón de tortuga albina que fuese de su primera mujer. ¿Por qué la cajita de música? ¿Y por qué un objeto extraño y distante? Sigo sin respuesta para la caja de Pandora. En la próxima, hago una sola pregunta.

 

La Carne

En cuanto a mi familia, antes de darle la vuelta al mundo, trabajé en un bufé con los hermanos en la meseta, y en enseguida el dinero del negocio comenzó a entrar, fue una pelea de un lado para el otro, y todos terminamos en el fondo del pozo y solo volvimos a hablarnos de unos dos años para acá. La sobrina, la última de mi hermana, la sufrió en una esquena entregando bocadillos. Las bandejas volaban. Mi hermana se fue al pozo, aunque siga con el negocio de la confitería. Ella nació para mandar. Odio cuando me dice que unos han nacido apenas para obedecer. Mi hermana sabe bastante de dinero, se hizo una fortuna fácilmente, si la pierde la gana de nuevo y yo soy la más sincera de las dos. Dinero y ropa de marca no sirven, puedes comprarla falsificada. Mi hermano se enfermó por fumar. El médico le dio seis meses, por ahora ya van ocho y él sigue respirando y fumando. Puedo verlos a todos sobre las cruces de piedra y las casas de termita en la meseta y a mi hijo de empleado en la confitería.

Dmitri se apura para apagar el teléfono y en interrumpir la conversación. Sonó el timbre en la casa de él, Lola está por recibir la caravana del Grupo de Oraciones de la iglesia. Ellos se encargan de traer la imagen de la santa peregrina por una semana, las velas deberán estar encendidas para que no se apague la llama de la fe. Se dice que las almas vivas se unen en ronda, agarran las manos unas de otras, se rozan los cuerpos, transpiran y rezan el rosario. Dmitri propuso que nos divirtiéramos. Un leve empujón a la imagen y el fracaso de la peregrina en el yeso que se volvía polvo.

Para una diversión como esta, Dmitri necesita proteína. Es más fácil desviar a los desconocidos del camino correcto en el mapa metropolitano o lanzar borrachos desde la plataforma a la vía del tren. Dimitri puede entrar en guerra con Lenin, pero no desafía a Lola.

Yo, arrepentida, rezo.  ¡Dios mío, por qué eres tan bueno, ayúdame a parar de ofender! Soy capaz de cualquier cosa para acabar con el hambre. Estoy siempre dispuesta a pasar días y noches con un pedazo de pan ablandado en el café colado en agua vil. ¡Amén a tu voluntad!

 

El juego

Desafiar al Gran Inquisidor y creer en el poder de los objetos conectados a lo sagrado para uno o dos cambios en la fortuna. Lo cierto es que hasta los ganadores frecuentes conocen derrotas. Lanzar la cometa para que el viento la conduzca, una especie de tiro de partida, quitarle la venda al cielo virginal con el chivo expiatorio, ahí está la clave. Algunas almas vivas siguen las caravanas, reciben estatuillas reproducidas en fábricas y bendecidas por tragos de agua lanzados de la boca de un monseñor, un nuevo bautismo, el bautismo de las cosas. Flores comunes de jardines de Ecuador donde se producen rosas colombianas adornan el cesto que sirve de cuna para las santas y los santos.


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