CARTA AL SEÑOR CARLOS HOLMES TRUJILLO GARCÍA


Caminando esas calles coloniales, perdidas en el tiempo, de mí siempre añorada Cartagena de Indias, recuerdo con nostalgia aquellos que fueran mis amigos y contertulios. Dignísimos hombres probos, con las más altas calidades, sin desdeño o proclividad alguna por el desmedro, la corrupción y mucho menos el clientelismo. De esos hombres y de esa época quedamos muy pocos; hago énfasis en el adverbio. Hoy, para infortunio nuestro, vivimos en una época donde se confunde, en strictu sensu gramatical, al estadista con el estadístico. Está distinción no es menos importante que el contenido de la presente epístola y realidad misma que da lugar en nuestra República, como lo vieran los zafios gobernantes de nuestra nación, y por qué no, los ramplones conciudadanos, que creen tener la razón por el alto volumen de sus insultos o por el desprecio hacia el que piensa y actúa diferente.

De todos modos, esto no es su culpa. La culpa es de nuestra cultura y nuestro sistema de gobierno. Sin duda alguna, somos un Estado, no social de derecho, sino de narcotraficantes, pero además hipócrita, insensible y ciego por convicción y conveniencia. Vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el nuestro.

Tras los recientes hechos, en los cuales hemos sido impávidos espectadores, y al considerar su actuar, ratifico que encarna un verdadero sátrapa. Es desleal, no tiene principios y como si eso fuera poco, cohonesta en la comisión de graves delitos; encubriéndolos y no reconociéndolos. En síntesis, es un prevaricador de la peor condición. No podría ser para menos. Espero que el Ministerio Público tome las acciones pertinentes, ante el desacato al fallo de la Corte Suprema de Justicia, de un lado; y de otro lado, por la violación a la Carta Magna, al permitir la presencia no autorizada, en nuestro Estado, de militares estadounidenses. Sin embargo, el panorama es desolador; puedo vaticinar el resultado sin ser el oráculo de Delfos, siendo éste: NULO.

Hoy, el petricor, no de lluvia sino de la sangre, viene acompañado de su característico aroma a metal, como resultado del tibio baño con el que día a día se refresca la nación ante la mirada apacible y distante del pueblo y sus gobernantes. No cabe duda que en Colombia hace carrera la credibilidad en los bandidos, hecho que socaba el propósito de la institucionalidad, y que garantiza la impunidad; herramienta al servicio de la inmensa minoría.

El nobel de literatura, Octavio Paz, tenía razón: “La libertad es una quimera”, y lo es más aun, cuando no existe democracia. Tenga en cuenta está frase, pues con su proclamación como recio escudero del cándido y párvulo, al que tenemos por primer mandatario, sumado a una guardia pretoriana que lo defiende a muerte, desde todos los flancos del poder público, estamos ad portas de una catástrofe. En lo que va corrido del año, llevamos 78 muertos como resultado de masacres, no de homicidios colectivos, como indicara su presidente, o una pelea entre bandas de narcotraficantes, si recogiéramos las palabras del simpático y curioso Comisionado de Paz, Miguel Ceballos. Por favor, dejen los eufemismos para los literatos. Aunque le dejo en está carta, una frase maravillosa que les ha de servir en los comunicados de prensa y alocuciones venideros, usada por mi hace unos años, con resultados efectivos: ¡fue un suicidio colectivo o individual, asistido como mecanismo de selección natural!

No crea que pretendo ponerlo contra las cuerdas, ni más faltaba. Le hago un llamado de atención, porque veo que se le olvida la diferencia entre la agenda política y la agenda social. Cuanto odio y rencor veo, escucho y leo. Será la prueba irrefutable que tenemos el alma muerta, se lo menciono sin titubeo. No es posible y propio que se use el miedo como estrategia electoral. No sea infame. Va a tener mil pasados y ni solo un futuro. Se lo digo porque conozco de cerca sus intenciones presidenciales. Componga su andar, es posible que le de mi apoyo. Pero si sigue creyendo que es mejor ser odiado con tal de que le teman, como en otrora hiciera Calígula, va a tener un resultado adverso.

Las canas no son para adornar la cabeza. Ellas denotan años de vida transcurrida, que dan la tan anhelada sabiduría, misma que está en reconocer la propia ignorancia, como bien lo indicara Sócrates; y es que usted desconoce por completo la realidad. Esto me lleva a decirle que sus vías de salida están reducidas. Hacer las cosas bien, renunciar a su cargo o someterse a la moción de censura que dará lugar el próximo 13 de octubre de los corrientes, en un congreso que se va ha vuelto un tinglado entre detractores y seguidores del ex presidente y presidario Uribe Vélez. Está en la misma posición de Serpa y Santos, previo a sus candidaturas presidenciales. Usted decide entre una posibilidad real para llegar a la presidencia o vivir de una ilusión. No pierda de vista que, en tiempos de crisis, los sabios construyen puentes, los estúpidos barreras. Impida ser identificado como un simio erigido que jiñe sentado, eso lo diferenciaría de los que hacen parte de su clase; sea la clorofila de la metamorfosis política, que esta República necesita.

Sin embargo, en esta Patria; la Patria Estúpida, aquella donde unos pocos luchan contra conglomerados empresariales, dádivas, prebendas, coacción gubernamental y estatal; la misma, donde se premia la mediocridad, la lagartería, donde el funcionario público no cumple su mandato, sino la función de pasar de un cargo a otro; donde no se reconoce el mérito; esa, en la cual hay un docente para cuarenta alumnos, un médico para trescientos pacientes, y cuarenta escoltas para un corrupto; no es otra diferente a la que vive sumida en la anécdota jurídica; es la misma que marca la transición entre la República, que hoy conocemos, y establece el nacimiento de una nueva forma de organización estatal: la fosa común.

Sólo espero que todo esto no sea así. Si se hiciera un análisis del contexto colombiano, de hecho, si se recordara que desde su padre, militante en otrora del movimiento de Renovación Liberal, con el que se hiciera congresista Pablo Escobar, usted y su estirpe tendrían responsabilidad por lo que pasa, no sólo en su cartera, sino en el país. Esa responsabilidad, sería por línea de mando, comisión y omisión del flagrantes delitos que vivimos a diario; mismo argot que ustedes utilizan para capturar cabecillas de organizaciones criminales, las mismas que suministran los dineros de sus campañas políticas. Intuyo que eso se da por falta de lectura, o por lecturas inapropiadas. Lea más a los clásicos, a los eruditos del Estado y menos ese bazuco impreso que hoy goza de basto reconocimiento, la superación personal.

Dios lo ha de perdonar, pero el tiempo no, éste es cruel y despiadado, tanto que, segundo a segundo nos va liquidando con el fino sable del instante. Propicie ambientes donde no se hable de venganza ni perdones, sino del olvido, como la única venganza y el único perdón, considerando el pensamiento de Borges.

Me despido aguardando porque usted no profese una admiración a la muerte, a su glorificación, o peor aún, espero no estar ante la pintura “La cacería salvaje”, de Von Stuck, que vaticinara los horrores del fascismo. Espero que sea un verdadero estadista, no un estadístico que sepa muy bien cómo contabilizar muertos. Escuche al pueblo como lo hiciera Churchill antes de tomar la decisión de continuar la guerra contra Hitler. Le invito a agitar los pañuelos blancos en símbolo de irrestricto apoyo, como se hiciera en el parlamento inglés, para apoyar la cusa mayor, es decir, el bienestar del pueblo. Sirva para algo; que no le pase como a los médicos, a quien Voltaire criticara al considerar que son hombres que prescriben medicamentos, de los que poco saben, para cuadrar enfermedades, de las que saben aún menos, para hombres, de los que no saben absolutamente nada, es decir, servir para nada.


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