Cartagena entre ángeles y demonios


Ni los “buenos” —y mucho menos los “malos”— han podido administrar la ciudad de Cartagena de una forma eficiente, como para hacer que sus niveles de desarrollo e inequidad cambien de manera positiva.

Casas políticas y políticos tradicionales han hecho del erario una caja menor de uso privado. El clientelismo, la corrupción y otras formas de perversión, siguen creciendo entre tramas contractuales y concesiones amañadas, como hemos podido ver en las noticias durante los últimos meses y años. El problema es profundo, es crónico; y, por tanto, muy grave.

Después de más de diez años de inestabilidades políticas e interinidades recurrentes, el pueblo cartagenero decidió hacer un viraje, una apuesta legítima hacia una administración cuya bandera es la anticorrupción. No pongo en duda la buena intención del alcalde William Dau y la de muchos de los miembros de su equipo de trabajo, pero esa bandera es muy pesada, difícil de mantener izada y ondeante de forma sostenida.

La corrupción está tan enraizada en el ADN social de nuestra ciudad que no distingue fronteras sociales, económicas o culturales. Tiene agentes de toda estirpe, dispuestos a alimentar sus estructuras e instrumentos en todos los niveles posibles existentes. La corrupción se normaliza con expresiones cotidianas como: “esto no lo compone nadie”, “si no soy yo, es otro”. Y el tradicional: “CVY (Como Voy Yo)”.

Desde mi punto de vista el alcalde Dau se encontró una Alcaldía de forma repentina, suertuda y sin mayores preparaciones previas para tomar las riendas de una administración enferma, donde el cáncer de la corrupción había hecho metástasis más allá de sus fronteras. Su ligereza y afán de mostrarse impoluto e inmaculado le han causado grandes problemas con entidades y funcionarios nacionales, con miembros del Concejo Distrital y, más recientemente, con las personas más cercanas de su propio equipo de gobierno.

Dau señala y acusa con la misma facilidad con que se retracta. Parece que su pasado de veedor no lo deja asumir planamente su rol de gobernante. Se muestra (y lo ha dicho) como “el papá de los cartageneros”, cuando lo que necesitamos desde hace décadas es un gobernante que fortalezca la institucionalidad pública distrital, alguien que dignifique el rol de ser alcalde, alguien que esté dispuesto y sepa negociar con diversos actores, dentro de parámetros éticos aceptables, y comenzar a contar victorias para la ciudad.

Con pocas —por no decir ninguna— victorias puede contar Dau después de sus quince meses de gobierno. Ni una. Mientras tanto, el pueblo, que le apostó a él y su proyecto de gobierno, va bajando de moral, credibilidad y confianza, convirtiéndose en la peor de las derrotas, pues así se terminan validando como mejores y eficientes las formas corruptas de los políticos tradicionales.

Lo perfecto es enemigo de lo bueno, cuando se trata de asuntos políticos. Se debe estar siempre consciente de que se lidiará con grupos de intereses, formas y estructuras a veces non-sanctas que no se irán o diluirán de un día para otro. Se debe tener claro que se lidia con seres humanos y no con ángeles. Por tanto, la imperfección y el error siempre estarán presentes.

Me animo a escribir estas líneas, porque necesito volver a creer, necesito volver a sentirme orgulloso de esta ciudad. Preciso contar con, por lo menos, una victoria para Cartagena. En cambio, lo que obtengo es un rifirrafe burdo entre el Alcalde Dau y su mano derecha, Cynthia Amador por la fuga deliberada de mensajes de voz de whatsapp, donde él se muestra prepotente, machista, patriarcal y jerárquico, rayando en lo ofensivo; mientras ella adopta una postura de mujer negra victimizada, ofendida y explicando ante La W —de forma muy ingenua— lo sucedido.

Espero estar equivocado, de verdad que sí. Pero creo que esta administración pasará a la historia como aquella que quiso hacer cambios, pero no pudo. Pretendió a toda costa ser perfecta e incorruptible, sin ser capaz de elevar el discurso simplista y maniqueo, que señala sentenciosamente a unos como “buenos” y a otros como “malos”, en vez de darle la posibilidad a un diálogo vivo y dinámico entre clivajes ciudadanos que tienen intereses diversos. Tarde llegarán a entender que cambiar un sistema de corrupción y sus formas existentes desde La Colonia, no es algo que se logre de la noche a la mañana ni tampoco en el término de un período de gobierno.

No han sido capaces, hasta el momento, de ejecutar estrategias que llamen a un consenso dentro de lo éticamente correcto o aceptable entre actores, donde la reputación de algunos podría ser puesta en duda, pero se les debe reconocer que son fuerzas vigentes y presentes en el ámbito público local y/o nacional.

Saber llegar a acuerdos, ese es el arte de la política: se trata de armonizar los intereses de lo que aparentemente es imposible de conciliar, para hacer un gobierno posible que nos haga volver a creer.


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