El hijo y medio


En un mundo paralelo, escuché a dos hombres sostener esta conversación:

A: Juan*  ¿Quiénes son los de la foto?

B: Mis 5 hijos

A: Pero yo conozco las 3 hijas que tienes con tu esposa ¿tienes dos pelaos por la calle?

B: Hazme el favor de respetar. No tengo hijos por la calle, a todos los hice en la cama.  

 

Y Juan* ha sido mi héroe desde entonces por su respuesta a una pregunta indiscreta y prejuiciosa.

 

***

 

Los árboles genealógicos son ingobernables e insobornables. Nadie escoge su parentesco ni su procedencia. De ser posible, la oficina de PQRS de la Genética Mundial trabajaría 24/7 para darle gusto a la humanidad por todos los cambios que solicitaría.

Si bien es cierto, la sangre sólo es un líquido que circula por el cuerpo con la metáfora del parentesco y culturalmente le llamamos familia al conjunto de personas que tengan ese común denominador, pero a pesar de eso, el verdadero imán que las mantiene unidas es el sentimiento que se cultive.

Decía Gabo, desde la piel de Florentino Ariza que “los hijos se quieren por la amistad de la crianza”. Eso explica que se amen entre padre e hijo adoptivo, entre padrastro e hijastro y que, en muchos casos, no haya un sentimiento superior al básico respeto entre padre e hijo biológico.  La distancia, no sólo la geográfica,  sesga las generaciones y la familia queda relegada a la etiqueta de un apellido y a la formalidad de fingir armonía por el parentesco.

Los parientes son azar de la naturaleza, no hay forma de escogerlos, y nos acompañarán para toda la vida por una consanguinidad innegociable. No existen los medios hermanos, ni los medios tíos, ni los medios primos, ese concepto absurdo que se han inventado aquellos que sólo comparten la madre o el padre obedece a su percepción de la realidad y no a una categoría oficial. Es más, sólo mencionarlo es caer un sinfín de explicaciones no pedidas y esconde un resentimiento no superado de quien lo piensa. Si tenemos la capacidad de catalogar a los amigos como “hermanos de otra madre” ¿por qué no llamarle como tal a quienes biológicamente lo son? Hay amigos que parecen hermanos, y hermanos que, a pesar del apellido y la genética son perfectos desconocidos, por las decisiones de alguien que no procuró relacionarlos como tal y la negligencia de quienes, sabiéndose familia, no buscaron la forma de acercarse.

La definición genealógica no favorece a todo el mundo. No es democrática de forma ascendente ni con los pares, y no queda más remedio que aceptarla y tolerarla; quererla no es un deber, porque la sangre no debe condicionar los sentimientos, las razones para elegir amar a alguien van ligadas a la conexión de sus almas, no al capricho de una estirpe.

Como Juan* cuya respuesta me ha inspirado, hay muchas personas que tienen claro que sus decisiones no deben trascender a las brechas generacionales, ni merecen los prejuicios de quienes ven la vida en cuadrículas y no en pinceladas de colores, porque nadie conoce la historia ni las razones de lo que sucede en la vida de otro, ni adivina el futuro para saber si le pasará igual y le habrá costado juzgarlo y decir “de esta agua no beberé”.

En un mundo, como el nuestro, que se salva sólo con amor, la sangre no debería diluirse en los prejuicios, sino fortalecerse con corazones dispuestos a latir más fuerte por su familia, más allá del origen.


TAMBIEN TE PUEDE GUSTAR