EL PRÓXIMO PRESIDENTE COLOMBIANO DEBE SER BACHILLER, NO UNIVERSITARIO.


Desde que el nuevo caballo llegó a la pesebrera, el anterior líder de la manada no volvió a relinchar como antes. Sus bríos se diezmaron, su color se apagó, sus luceros se cerraron. Se cerraron como los ojos de la población colombiana, que, aunque tiene la posibilidad de abrirlos, hace fuerza por mantenerlos cerrados.

Con posterioridad a una campaña política atípica, donde el ser pendenciero y dar de frente fue regla; sortear la compra de votos, el reparto de estupefacientes, las promesas de puentes donde no hay ríos y los agravios por proponer un cambio, una constante; me eché un aguardiente por la garganta para sacar el balance del segundo año de la década actual.

El panorama no es alentador. El final se acerca y sólo resta una tranquila espera, mientras se recorre eso que el subconsciente colectivo llama vida, es decir, ese punto medio entre dos incertidumbres.  No es para menos el afán. Aunque por naturaleza se tenga sangre de guerrero y exista la intención de una lucha incesante contra gobiernos eternos - buscando proteger los recursos que los de saco y corbata gastan -, mediante la obtención de una curul en la burocracia, el tema no es fácil, pues es una máxima el ser mediocre, lagarto, indecoroso, sinvergüenza, bandido y ladrón.

Sin embargo, la culpa no es de quienes nos gobiernan y dirigen. El problema está en el sistema educativo que tenemos y los grados mezquinos que miden logros y no competencias de facto, donde se desconoce la capacidad y realidad del individuo, que termina sirviendo a los intereses de la mastica y no de la mística.

Aunque suene a trabalenguas, la realidad es esa. Las Universidades ya no brindan una universalidad en lo que enseñan, no educan para entender un pensamiento diferente al suyo sin ser necesaria su aceptación. Son el dogma, el paradigma, el canon y la regla, aquellos con los que se define una manera determinada de entender la realidad. Hasta este punto, se puede decir que no hay fallas en la lógica de estas instituciones de educación superior; no obstante, se pasa por alto una particularidad: no existe una realidad. Coexistimos, como seres humanos, con múltiples realidades que obedecen a necesidades específicas, pero la academia occidental aún no lo ha podido comprender.

Con particularidad, en América Latina, la academia está al servicio de la administración. Se cree que por pensar igual se está pensando; todo lo contario, esa posición actúa en detrimento del ser. No se crea escuela; sin escuela, no hay innovación, desarrollo y calidad; sin innovación, desarrollo y calidad, no hay educación. En síntesis, Twain no se equivocó, debemos evitar que la Universidad entorpezca la educación y su integralidad. Es tanto así, que al referirse al vocablo “amor”, el promedio de las personas lo comprenden como un sentimiento. ¡Se equivocan! El amor es un verbo, indicando así, que el sentimiento es una construcción intersubjetiva donde se aprecia lo que de sí hay en el otro. Inclusive, se desconoce, como dijera el novelista francés Bernard, que el primer beso, resultado del sentimiento, no se da con la boca sino con la mirada, pero claro, algo tan básico y con el tamaño de un elefante a los ojos de la academia, pasa por alto.

Esta mal visto pensar. Se debe creer. Ser exigente es sinónimo de todo lo malo. Ser crítico no es virtud, es defecto. Seguro por esa razón el infierno está vacío y la luz no brilla para los países en vías de desarrollo. No nos da miedo actuar, pero somos presas del miedo. Nuestro nivel de atención es mínimo. La banalidad con la que enfrentamos las cosas es absurda, por eso quienes tienen la entereza y gallardía de hacerlo son masacrados – o asesinados de manera colectiva (es más placentero morir acompañado, seguramente) -, pues preferimos a los que tienen nuestros mismos miedos, o peor aún, a quienes nos los infunden.

Prueba de ello, es que las cortas negociaciones para definir el salario mínimo, en Colombia, tuvieron un trámite expedito, dando por resultado un 10,07 % de incremento (salario y auxilio de transporte), donde la casualidad y el tiempo actuaron como los más grandes tiranos. No se asombren, así es. Según la OCDE, nuestro Estado cuenta con una de las tasas de desempleo más altas de los países miembro. A esta situación, se le debe agregar una inflación que está por encima del 5% y un crecimiento económico nominal, no real. Pero qué nos van a interesar esos temas, no hay afán de saber el efecto de un incremento de dos dígitos en el salario mínimo. La ecuación es clara. ¡Se necesitan votos!

Desconocemos que la inflación, epicentro del todo, es como el alcoholismo. Cuando se empieza a beber, imprimir más dinero e incrementar de manera desbordada los salarios los “buenos efectos”, vienen primero y los negativos después; en ese escenario existe una propensión a exagerar, por esa razón, cuando se busca la cura, es decir, las medidas contrarias, el resultado es diferente. Los “efectos negativos”, vienen primero y los positivos con posterioridad. Es en ese punto donde radica la dificultad de su tratamiento y por lo que los gobernantes prefieren la primera opción, generando escenarios adversos.

Los efectos, de esos escenarios, nos ubican en los siguientes panoramas. El primero, la dificultad para alcanzar el nivel de recuperación de empleos (aún no tenemos los niveles prepandemia); el segundo, la incentivación del trabajo informal; el tercero, un salario promedio similar al salario mínimo, que a todas luces sólo incrementa el costo de vida; el cuarto, una medida retrospectiva y no perspectiva, con lo que se desconocen las proyecciones económicas del año entrante y su efecto sobre esas; y, el quinto, una falta de intervención sobre las tasas de interés que afectará el crecimiento y productividad del sector empresarial, mismo que emplea y jalona el desarrollo del país. Sin embargo, las críticas que hago deben ser mi manifestación como delincuente parapetado, pues sólo el establecimiento y sus dirigentes hacen críticas como hombres probos sobre temas que realmente le importan a la nación.

Llegaremos a nuestro destino mientras le tememos. Al roce del viento con los aleros, se escucha el gemido de un pueblo que necesita un cambio, mientras se conforman listas legislativas de los mismos con las mismas, se tienen candidatos y precandidatos presidenciales, que representan delfines y la continuidad de todo lo malo, donde destacan figuras que emulan la forma de hacer campaña y política de Trump, Fidel y Pinochet.

Tenemos el muerta el alma y eso nos imposibilita ser. Viviremos la eternidad en el infierno de Dante, pues mantenemos una neutralidad moral en tiempos de crisis. Suponemos que se debe hablar poco para marcar la pauta. La pauta de una generación que perderá 17 billones de dólares, como resultado de una crisis educativa y una mala calidad en la misma, que representa, en el futuro, el 14% del PIB mundial. Empero, reitero. Estamos ante la generación que se queja de todo y no hace algo. La misma que tendrá más tik tokers, instagramers e influenciadores (aunque ni ellos mismos entiendan la diferencia). Esa, que argumenta lo que debe ser un gran hombre, pero no lo es. Aquella que le teme a la persona de escasos recursos que sabe pensar y adora al que tiene hambre. Esa sociedad, que, aunque tiene mucho que decir, prefiere mentir valiéndose del silencio. Una sociedad que es proclive a los aduladores por encima de los cuervos. Esa que pensará y hablará de mí; a la misma que le digo: yo pienso peor de ustedes.

La conclusión es clara. Se necesita sumar votos, restar coimas, obtener beneficios particulares, dividir el pastel, multiplicar los contratos y la clientela, y cómo no, saber escribir micos, para que el pueblo pase por alto leerlos. Eso se aprende en el bachillerato y con eso es suficiente. La educación superior mercantilizó el conocimiento. La necesidad de recibir aprobación y de alimentar el ego no ha conocido límites. El negocio de la educación superior está al servicio de una corruptela que deja en visto a una nación, que no es orgánica en su actuar.

Les deseo una feliz navidad y próspero año nuevo, esperando que voten por el peor, así, a lo mejor entienden.


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