EL BRASILEIRÃO LLEVA A “LA TRICOLOR” EN SU CORAÇÃO


Hay eventos de la vida, sean de felicidad o tristeza, que son por sí solos capaces de cambiar o impactar intensamente en el imaginario colectivo de los pueblos. Las tragedias, los desastres naturales o las guerras, crean improntas de variada intensidad en el ser humano que influyen en el desenvolvimiento social de las masas y empujan a los individuos, sin importar status o condiciones socio económicas o culturales, a adoptar nuevas posiciones o sentimientos en la cotidianidad.

La mayoría de esos impactos, así sean producto de eventos trascendentes que no se puedan olvidar, suelen ser transitorios, pasajeros, momentáneos y tal vez movidos por los medios de comunicación. Son la noticia de primera página de hoy, pero mañana serán no más que el recorte del periódico del ayer.

Pocos son los eventos que puede meterse por siempre hasta la medula de los huesos en un individuo, para cambiarle su parecer del mundo o de sus pares. Menos aún son los que pueden modificar por largo tiempo el sentimiento colectivo y al unísono de comunidades, pueblos o países.

La primera evidencia palpable de uno de esos aconteceres que cambió la percepción de toda una población, fue vivenciar hace algo más de un mes y medio, que en todas las pantallas de anuncios del “aeropuerto internacional de Guarulhos” en São Paulo y luego en el “aeropuerto internacional deputado Luís Eduardo Magalhães” de Salvador de Bahía, en el Brasil decían: “Gracias Colombia por tu cariño”. Igual anuncio estaba en todos los aeropuertos brasileños. Con solo cinco palabras, el tablero que anunciaba los vuelos que llegaban o salían, le decía a los viajeros desprevenidos o presurosos, que habiendo un pueblo sumido en una de las tragedias más grandes de su historia y aunque lloraba a mares la desgracia sucedida a su deporte nacional, sacaba fuerzas para agradecer a otro pueblo que se desbordó en atenciones y solidaridad.

La solidaridad es uno de los más importantes valores humanos y así lo consideran muchos autores. Se ha señalado que la solidaridad es un valor por excelencia. La solidaridad es la colaboración que se expresa entre las personas, es la manifestación y el sentimiento de acompañamiento entre los individuos. La solidaridad es buena terapéutica que ayuda a sanar las heridas y las lesiones, producto de aconteceres nefastos de tipo social, familiar o personal.

Al llegar al hotel, el botón de recepción tomó las maletas y con cortesía me preguntó la nacionalidad. “Colombiana”, dije sin rodeos y sin color, dentro de la rutina del hecho. Se detuvo, soltó el equipaje, ceremonioso me dio la mano, me miró fijamente y vi un brillo que no esperaba. Sé que pronunció emocionado cinco palabras, las que no necesitaba decir porque ya me las había dicho con la mirada: “Gracias Colombia, por el Chapecoense”. El funcionario hotelero espontáneamente fue el vocero de todo Brasil y el huésped que arribaba al hotel fue visto como todo un país el que llegaba. La tragedia del avión en los cerros que circundan a Medellín, la activa reacción de las autoridades y el inmenso brote instantáneo de solidaridad desmesurada del pueblo antioqueño, como eventos sociales, fueron los que impactaron el imaginario colectivo de los brasileños, fuesen cercanos o alejados al futbol. Ahora y tal vez para muchas décadas, para ese pueblo, Colombia y colombiano es sinónimo de solidaridad, amor, acompañamiento, cariño, hermandad. Más allá del impacto favorable o de nacionalismo, es expresión del más puro sentimiento humanitario, que gran falta ha hecho en toda la historia de la humanidad, e incluso desde los inicios de los tiempos, desde cuando el humano ha matado con sevicia al hermano para ostentar el poder y la gloria.

Que buenos que acciones individuales, de personas en el ejercicio de su labor cotidiana y en el fervor del deporte sano como deporte, hubiesen sido sean capaces, lo que es mejor sin pretenderlo, moldear la opinión y cambiar la percepción de todo un gran colectivo, de todo el país del Brasileirão, sin distingos de oficios o estratos sociales. Que hermoso escuchar al artesano que desde la puerta de su establecimiento, al reconocer nuestra nacionalidad, gritaba en portuñol, lleno de orgullo para que todos supiesen: “Gracias Colombia. Desde ahora y para siempre, la mitad de mi coração es colombiano”.

La expresión se repitió en todos los escenarios, por todos los interlocutores en calles, almacenes, atracciones y todos los días que estuvimos en territorio brasileño. El guía de turismo, al notar cuatro colombianos en su tour, detuvo su discurso y se desbordó en elogios a Colombia y su pueblo, pidiendo a los asistentes aplaudir, lo cual hicieron sin presiones, fuerte, prolongado y contentos hasta llenar los espacios y obnubilar los sentidos. Cuatro personas sentadas en el vehículo de turismo, simbolizaban positivamente toda nuestra bella nación. Cuatro personas recibían aplausos y epítetos gratificantes, que siendo dirigidos a la nación, tocaban las fibras más sensibles de la emoción personal y del orgullo por el tricolor. Fue inmensa la felicidad personal de sentir que se representaba al pueblo solidario que recibía del otro pueblo golpeado, abrumadores gestos desinteresados de agradecimiento. “Yo soy un parcero brasileño”, dijo con emoción en varios de sus apartes un acompañante de la excursión, descubriéndose la cabeza y permitiendo que sus palabras se regasen al antojo por la “Baía de Todos os Santos” y se escuchasen en las escalinatas de la iglesia de Nuestro Señor del Bonfim y quedasen atadas para siempre en las cintas de colores que simbolizan la fe.

Atrás quedarán los señalamientos negativos que se generaron a consecuencia de las andanzas de personajes grises y funestos que tergiversaron ante el mundo, el sentir y el actuar del colombiano. Atrás quedaba también el ver a un colombiano, solo como el paisano de otro colombiano que había alcanzado logros y glorias personales, fuese la cantante de la bicicleta o del futbolista que deslumbraba a Europa. Ahora ese colombiano era el símbolo de todo un pueblo enormemente solidario y hermano. Era solidario y hermano solo por el simple hecho de ser colombiano, y por tanto merecedor de miradas de aprecio y amor, atenciones y cortesías.

Un partido de futbol con las selecciones “tricolor” y la “verde/amarela” se anuncia para finales de este enero del 2017, a dos meses del accidente, para agradecer el comportamiento deportivo, humano y social de nuestros conciudadanos. Aunque haya sido en la tragedia, el futbol como deporte y distracción sana también puede unir pueblos, cumpliendo una labor social de acercamiento y esparcimiento, ello debe ser ejemplo para el mundo, inspiración para exportar y posicionar por encima de las pretensiones y los intereses mezquinos que hacen que el deporte llegue a ser territorio de vándalos. En Brasil, para el presente y seguramente por mucho tiempo debido a lo profundo que se impactó el imaginario colectivo, sin que nadie obligue a nadie, todos al unísono dirán: “Muito obrigado Colombia, por el Chapecoense”.


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