La casa de vidrio


SI hay imaginación, debemos documentarla. Cada episodio de imaginación y creatividad es único e irrepetible. Escribir cuentos es hacer magias con las palabras. La literatura es un gran camino hacia al cambio. "La casa de vidrio" refleja las transformaciones desde la extrospección. Si el mundo de afuera està cambiando, significa que nuestra alma también.

Cuando la niña decidió regresar a casa, encontró que todo había cambiado de lugar, la entrada ya no era por donde estaba acostumbrada a entrar, y cuando puso sus pies frente a la casa, que fue cómplice de sus maravillosas travesuras, se dio cuenta que una enorme pared se paseaba frente a sus ojos. Era una pared enorme, alta, que no parecía tener fin. Entonces, dejó caer sus pertenencias y empezó a dar pasos rápidos, que a la vez reflejaban desesperación; desde sus piernas hasta su rostro. En esa misma vuelta hacia la esquina, pudo encontrar una pequeña puerta que no se ajustaba con el gran mural que la rodeaba, era una puerta metálica, de color gris, con una corona de espinas ubicada en el centro y candado en el costado, que a la vista era una simple decoración. La niña sintió que los cambios eran ciertos y que desde su partida los cambios habían invadido su lugar.

Fueron tres toques duro a la puerta, mientras se agarraba su vestido. Sus gritos fueron incesantes y no conseguía que nadie se diera por vencido a sus chillidos. En ese momento se dio cuenta, que no había percibido si el lugar tenía ventanas; y empezó a buscarlas. La casa que a simple vista parecía un bloque de ladrillos pintados de blancos, con una arquitectura simple, era extraña, el aire y el olor de la calle solo entraban por el pequeño espacio que había entre la puerta y el andén. La corona de espina que se ajustaba al centro de la pequeña puerta, daba la sensación de que allí se sufría o que el dolor había hecho presencia.

La niña, entonces, descubrió en medio de la soledad, que no había nadie en la casa. Desde un orificio de la pared, el ojo derecho de la niña divisó el lugar, sin miedo, con una mirada segura, y de izquierda a derecha inspeccionó que no se oían pasos, ni algún ruido y entonces volvió a la puerta y se dio cuenta que siempre estuvo abierta, que aquél candado que tenía un reloj, era la forma de entrar. Luego entró y esta vez con pequeños pasos inseguros, vio otra puerta que ya estaba abierta y la pasó.

Lo que vio fue su casa convertida en otro lugar lleno de fresnos de montaña, que ella no llegaba a explicarse como esos árboles habían sido plantados allí, pero, al mismo tiempo entendió porque las paredes de su casa eran tan altas. Entonces, por fin pudo observar que algo brillaba sin cesar, que los reflejos y los rayos que se refugiaban en su rostro, eran el resplandor de un mural de vidrio en forma de casa, con una gran puerta y unas ventanas abiertas hacia afuera.

Eran muchas cosas para un mismo día y la niña en ese momento quiso regresar y tomar un transporte que la llevará a la realidad, pues, no sabía si lo que estaba viendo era lo correcto, no sabía dónde estaban los que allí vivieron o vivían mientras ella vivió ahí. Pero, su caminar la llevaba hasta la casa de vidrio, su casa que no era igual, que ahora era más impresionable que cuando era de ladrillo, era su casa solo que más pequeña. La niña encontró todo como lo había dejado, solo que todo era de vidrio; el largo pasillo donde más de una vez jugó al escondido con sus primos, el lavadero donde acostumbraba a pintar acuarelas y el jardín lleno de trinitarias donde pasaba la mayor parte del tiempo. El vidrio era interminable, solo reflejaba a la niña caminando por ese lugar una y otra vez. La niña ya no pediría espejos para decorar, cuando su casa estaba cubierta de espejos sin marcos y sin acabar.

La niña observaría cada amanecer cuando el astro atravesara la línea del horizonte y su luz reflejara en el piso de su casa, sin ninguna sombra que causar. Sus pies reflejaban sus pasos y su rostro reflejaba la indignación por no saber nunca, como llegó ser su casa construida en aquél material. Era un lugar solo para ella, alguien se lo había dejado en orden, cuidando cada pequeño detalle, desde la posición de los sofás, hasta la puesta en escena de la vajilla.
La casa de vidrio se escondía dentro de un gran mural, entre grande fresnos de montañas, rodeada de trinitarias de todos los colores, y estaba construida a la medida de la altura de la niña, porque definitivamente le pertenecía a ella. Los cambios habían llegado a la vida de la niña y empezaron desde su casa, el mismo lugar, el mismo sitio, pero ahora diferente.


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