Descolgar los cuadros


Descolgar los cuadros en silencio.
Y al fondo una máquina lavando trastes.
Imágenes que dicen una verdad a medias;
y frío y juguetes como en una película del oeste,
desperdigados en un paisaje conocido.
Y al margen los besos y los niños;
quietud deliberada, orgullosa,
con las pasiones en descenso
porque ni siquiera los ojos se citan.
Descolgar cuadros, pensó sin atreverse.

Preparar las maletas y comprar un tiquete aéreo.
Y despedirse fingiendo parsimonia.
Existen otros países menos muertos.
Incluso, se dice, habrá nuevos casos de gripe amorosa.
Recónditos colchones para tumbarse
y sacudirse los continentes de encima.
Lo que le molesta es la huida y descolgar los cuadros.
Se lleva casi siempre lo que se ha dejado.
Preparar las maletas, se figuró inevitable.

Descolgar los cuadros que atormentan
con su pose de perfecta época pretérita.
Escuchar que se ha detenido el lavaplatos.
Ser consciente, por una vez,
de que los paraísos artificiales no bastan,
han perdido su fuero,
se han ido gastando entre palabras,
se fueron al norte del norte,
y no retroceden.
La vida, se dijo en voz baja, no es una superficie,
sino una línea.
Y eso no hay cuadro que lo resista.


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